Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

lunes, 2 de mayo de 2016

SOBRE EL DOS DE MAYO.

Dos de mayo, en el que los tontolabas de guardia han vuelta a dar la murga con la  misma estupidez de siempre: que esta fecha de 1808 marca el nacimiento de la nación española, ignorando -obligado en su necedad- que España ya llevaba, por entonces, más de veinte siglos en primera línea del mundo. 

Como ellos -los tontolabas, los necios- no cambian, me veo en la necesidad de repetir lo que ya dije hace años. Concretamente, en 2008, año en que ofrecí un relato del maestro Rafael García Serrano -que en este enlace pueden releer, y les aseguro que merece la pena-, sobre el 2 de mayo de 1808 y el paralelismo con 1936, hoy más evidente que nunca, y a la vuelta de unos meses lo veremos.

Tras el relato del maestro Rafael, tuve que responder a los referidos tontolabas y necios con lo que sigue, publicado en el anterior alojamiento de este diario:


Ayer creí oportuno exhumar un relato sobre el Dos de Mayo de Rafael García Serrano que, para mi, es el mejor escritor en lengua española de todos los tiempos. Y cuando el tío de la trompeta deje de soplar el día del Juicio Final, y le pregunten al glorioso Infante de Marina Miguel de Cervantes, opinará lo mismo, seguro.

Este sí que refleja bien lo que fue aquello, y no la versión edulcorada y soplagaitas de la modernidad. Los españoles del 2 de mayo no se levantaron por la libertad ni por la nación moderna; se levantaron por la Patria -que ellos sabían muy bien lo que era, como lo sabían los hijosdalgo y los porquerizos que conquistaron imperios-; se levantaron por dignidad, por honor, por orgullo y por riñones. 

Se levantaron por un rey que era un sinvergüenza, un traidor, un cobarde y un hideputa; que fue el peor gobernante que ha tenido España hasta el apocalíptico advenimiento del nietísimo Rodríguez; que asesinó a la mitad de los que le habían dado una Corona que entre su padre y él habían malbaratado ante Napoleón, cosa habitual en la familia Borbón, cuyos descendientes -por vía de madre solamente, según aleccionadora confesión de doña Isabel II, la Isabelona- no dudan en permitir que se escupa -y aún en unirse al corro- sobre la memoria de quien les dio esa misma Corona. Un rey felón, pero que era la representación de España. 

De España, no de la libertad -la liberté la traían los franceses en la mochila, junto con el bastón de Mariscal, y los españolitos de a pie se la devolvían en la punta de la navaja cabritera-; de España, no de la solidaridad -la solidaria fraternité viajaba a la grupa de los caballos de Murat, y los españolitos competían fraternal y solidariamente por desjarretarlos-; de España, no de la igualdad ni de la tolerancia, ni de la mariconería generalizada.

De España, y no de las Cortes de Cádiz que los desocupados formarían años después, rellenas con los que preferían -diputados al fin- el chauchau a batirse el cobre en la guerrilla o en las unidades regulares, cien veces deshechas en el campo y ciento una reconstruidas sobre el tambor.

El pueblo del Dos de Mayo se levantó, en fin, porque eran españoles y no querían dejar de serlo. Porque, creadores del mayor Imperio del mundo, ni los soldados franceses ni los pedantes autóctonos les iban a someter, ni militar ni intelectualmente. 

Porque, en definitiva, los españoles -soldados y currutacos, petimetres y manolas, chisperos y burgueses- pensaban como el capitán Velarde: el mejor ejército del mundo es un español cabreado y con un fusil.

Dios nos lo haga bueno, don Pedro.

Publicidad: