Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

sábado, 23 de diciembre de 2017

SOBRE LA FELICITACIÓN.

La que se impone en esta época.

Felicitación navideña que este año he estado a punto de omitir, porque no está España para felicitaciones, ni para fiestas, ni siquiera para aceptar el nacimiento de Dios. 

Nacimiento que es -a fin de cuentas-, lo que celebramos y conmemoramos, aunque ya me gustaría saber qué es lo que celebra la mayoría de la gente. Pero eso lo dejaremos para otra vez. O, si lo prefieren, miren en las entradas de años anteriores y sabrán lo que pienso al respecto.

Así es que este año, vuelvo a desear lo mejor a los españoles. A los que son y ejercen. Y a los demás, lo de costumbre.

Para variar, les dejo un vídeo que circuló hace varios años, y que me sigue resultando simpático y -por extraño que parezca en estos tiempos- respetuoso. Véanlo si gustan pulsando sobre la imagen.


viernes, 15 de diciembre de 2017

SOBRE UN PRESUNTO PERIODISTA.

O nada presunto, porque -como verán- el fulano al que me voy a referir de periodista tiene, si acaso, el título universitario, que ya sabemos cómo se dan, y a quienes, en la actualidad, como demuestra el hecho de que sean profesores -digitales- individuos como don Pablo Iglesias.

A lo que voy: si los medios de comunicación que frecuenten han tenido a bien relatarlo, puesto que la víctima no ha sido ningún canalla progre, ningún guarroflauta, ningún hideputa con pedigrí progre, sabrán ustedes que hace unos días fue asesinado Victor Laínez, español que llevaba una bandera de España encima, en forma de tirantes.

Víctor Laínez -dicen algunas informaciones- era falangista y legionario, cosa que acaso acabe justificando el derecho del perroflauta, okupa, ultraizquierdista, y previamente condenado por agredir a un policía municipal de Barcelona hasta causarle daños cerebrales irreversibles y dejarlo tetrapléjico, a asesinarlo.

La criaturita en cuestión -o sea, el gorrino ultraizquierdista- se llama Rodrigo Lanza, y fue amplia y generosamente defendido por gentes como la señora Colau, actual alcalda de Barcelona, y la TV3 separatista y suvencionada por los gobiernitos autonómicos de Catalunlla, cuando fue condenado por el intento de homicidio del policía municipal.

Quizá por eso, el presunto periodista que firma como R.A. en la página 7 de 20 Minutos, lo define como joven. Ni una palabra más como calificativo del -demostrado judicialmente- canalla; sólo eso: joven.

Uno ignora -y mejor así- qué gilipollas se esconde tras las iniciales R.A.; uno ignora qué cómplice canallesco se oculta tras las iniciales R.A.; uno ignora qué giliprogre, qué ultrabasura, qué cerdokupa, qué cabestro, qué cuatezón, que ultraguarro se encontrará tras las iniciales R.A.

Lo que uno no ignora, es que estos becarios estúpidos, estereotipados, topiqueantes, pero con voz en prensa, son cómplices de agresiones, de homicidios, de asesinatos. Por consentidores. Y por imbéciles.

lunes, 27 de noviembre de 2017

SOBRE LOS DESEOS DE LOS SEPARATISTAS CATALANES.


Los declarados por un señor llamado Bernat Catasús, presidente de la Juventut Nacionalista de Catalunya de l'Alt Penedès, que -según informa Somatemps- ha dicho lo siguiente refiriéndose a la Guardia Civil: Sois unos criminales. Solamente deseo que algún día os lo hagan a vosotros y que tengáis una muerte lenta y dolorosa, sufriendo vosotros y vuestras familias.


Como no tengo el disgusto de conocer a don Bernat, ignoro qué es lo que piensa que le ha hecho la Guardia Civil. ¿Acaso la Guardia Civil ha impedido que sus hijos estudien en su lengua materna? ¿Le ha obligado la Guardia Civil a esconder las insignias de su uniforme al tenderlo, para que su familia pueda escapar a las iras de sus vecinos aldeanos y cazurros? ¿Le ha insultado la Guardia Civil? ¿Ha insultado la Guardia Civil a sus familiares? ¿Ha intentado la Guardia Civil poner en su contra a sus propios hijos en los colegios? ¿La Guardia Civil le ha llamado extranjero en su propia tierra? ¿Ha coartado la Guardia Civil su libertad de expresión, impidiéndole pertenecer a esa Juventut Nacionalista de Catalunya que preside y posar con banderillas separatistas al fondo? ¿Ha llenado la Guardia Civil de pintadas la casa de don Bernat? ¿Le ha secuestrado la Guardia Civil? ¿Le ha tirado piedras, le ha destrozado el coche la Guardia Civil? ¿Ha impedido la Guardia Civil que don Bernat cumpla sus obligaciones legales? ¿Lleva la Guardia Civil atosigando, persiguiendo, acosando a don Bernat varios decenios? ¿Le ha echado la Guardia Civil de los hoteles donde dormía don Bernat? 

¡Ah, no!. Resulta que todo eso -y mucho más- es lo que los compadres de don Bernat le han hecho a la Guardia Civil y a la Policía Nacional.

¿Se referirá entonces don Bernat a que la Guardia Civil le ha obligado a cumplir la Ley? ¿A que la Guardia Civil ha repartido -cuando no le han dejado otra opción los amigotes de don Bernat-, algún leve soplamocos a los energúmenos que delinquían? ¿Se refiere, acaso, a hechos milagrosos como la supuesta rotura de los huesos de una mano, que se curan en tres días vendando la contraria? ¿Quiere don Bernat continuar la patraña de la brutalidad de la Guardia Civil, cuando sus -supongo- queridos Mozos de escuadra son la fuerza policial que más sentencias condenatorias por malos tratos y brutalidad atesora en las últimas décadas? 

¿Acusa a la Guardia Civil de echarle el guante, siguiendo órdenes de los jueces, a los ladrones de los diversos partidos separatistas, que llevan cuarenta años robando a los catalanes? ¿De encontrar las pruebas que demuestran que los fondos públicos se han desviado a fines partidistas mientras no se pagaba a las farmacias, mientras se desatendían las urgencias de los hospitales, mientras se inventaban impuestos sacacuartos? ¿De hallar los datos que demuestran las adjudicaciones ilegales de contratos a cambio -Maragall dixit- del tres por ciento; que evidencian las cuentas en el extranjero por las que los mandamases del pruses no han pagado jamás impuestos, porque eso se queda para los pobres?

¿Acusa don Bernat a la Guardia Civil de haberle mostrado a quien quiera ver y entender, que no es España quien roba, sino los separatistas catalanes, que se han estado forrando a costa de los ciudadanos que habitan en Cataluña? ¿O de lo que se queja don Bernat es de que a él -que por la foto es jovencito-, no le haya dado la Guardia Civil tiempo para trincar lo que esperaba, y le haya truncado el futuro de vividor sinvergüenza al que se creía llamado?

Por lo demás, eso de amenazar con una muerte lenta y dolorosa, sufriendo vosotros y vuestras familias no creo que le asombre a nadie que conozca la historia. La Historia de las guerras entre sindicalistas de uno y otro bando, que engalanaron el comienzo del siglo XX. Las miniguerras civiles entre comunistas y anarquistas en la Cataluña de la guerra, como telón de fondo al asesinato de cualquier persona a la que los unos o los otros -anarquistas, comunistas, trostkistas, republicanoseparatistas- quisieran quitar de en medio. Eso, por no hablar de las chekas, los paseos, los asesinatos a mansalva, los robos generalizados por parte de cualquier comité, y, en fin, todo eso tan propio de los anarcoguarros, los rojoseparatistas, los paletos sin medida, los aldeanos cazurros a los que este señor Catasús tan dignamente representa.

Nihil novi sub sole. Y quien se sorprenda, es que no tiene ni puta idea de nada.


miércoles, 22 de noviembre de 2017

SOBRE LAS SOLUCIONES.

Soluciones al separatismo catalán -o cualquier otro, evidentemente- para que tomen nota los mamarrachos, los cretinos y los cobardes:

ESPAÑA ES IRREVOCABLE


LA UNIDAD DE DESTINO
Nadie podrá reprochamos de estrechez ante el problema catalán. En estas columnas antes que en ningún otro sitio, y, fuera de aquí, por los más autorizados de los nuestros, se ha formulado la tesis de España como unidad de destino. Es decir, aquí no concebimos cicateramente a España como entidad física, como conjunto de atributos nativos (tierra, lengua, raza) en pugna vidriosa con cada hecho nativo local. Aquí no nos burlamos de la bella lengua catalana ni ofendemos con sospechas de mira mercantil los movimientos sentimentales –equivocados gravísimamente, pero sentimentales– de Cataluña.

Lo que sostenemos aquí es que nada de eso puede justificar un nacionalismo, porque la nación no es una entidad física individualizada por sus accidentes orográficos, étnicos o lingüísticos, sino una entidad histórica, diferenciada de las demás en lo universal por una propia unidad de destino.

España es la portadora de la unidad de destino, y no ninguno de los pueblos que la integran. España es pues, la nación, y no ninguno de los pueblos que la integran. Cuando esos pueblos se reunieron, hallaron en lo universal la justificación histórica de su propia existencia. Por eso España, el conjunto, fue la nación.

LA IRREVOCABILIDAD DE ESPAÑA
Hace falta que las peores deformaciones se hayan adueñado de las mentes para que personas que se tienen, de buena fe, por patriotas, admitan la posibilidad, dados ciertos requisitos, de la desmembración de España. Unos niegan licitud al separatismo porque suponen que no cuenta con la aquiescencia de la mayoría de los catalanes. Otros afirman que no es admisible una situación semiseparatista, sino que hay que optar –¡qué optar!– entre la solidaridad completa o la independencia. (...) La elección de la extranjería es absolutamente ilícita, pase lo que pase, renuncien o no renuncien al arancel, quiéranlo pocos catalanes, muchos o todos. Más aún terminantemente: aunque todos los españoles estuvieran conformes en convertir a Cataluña en país extranjero, seria el hacerlo un crimen merecedor de la cólera celeste. 

España es irrevocable. Los españoles podrán decidir acerca de cosas secundarias; pero acerca de la esencia misma de España no tienen nada que decidir. España no es nuestra, como objeto patrimonial; nuestra generación no es dueña absoluta de España; la ha recibido del esfuerzo de Generaciones y generaciones anteriores, y ha de entregarla, como depósito sagrado, a las que la sucedan. Si aprovechara este momento de su paso por la continuidad de los siglos para dividir a España en pedazos, nuestra generación cometería para con las siguientes el más abusivo fraude, la más alevosa traición que es posible imaginar.

Las naciones no son contratos, rescindibles por la voluntad de quienes los otorgan: son fundaciones, con sustantividad propia, no dependientes de la voluntad de pocos ni muchos.

MAYORÍA DE EDAD
Algunos han formulado la siguiente doctrina respecto de los Estatutos regionales: no se puede dar un Estatuto a una región mientras no es mayor de edad. El ser mayor de edad se le nota en los indicios de haber adquirido una convicción suficientemente fuerte de su personalidad propia.

He aquí otra monstruosidad ideológica: se debe, con arreglo a esa teoría, conceder su Estatuto a una región –es decir, aflojar los resortes de la vigilancia unitaria– cuando esa región ha adquirido suficiente conciencia de sí misma; es decir, cuando se siente suficientemente desligada de la personalidad del conjunto.

No es fácil, tampoco ahora, concebir más grave aberración. También corre prisa perfilar una tesis acerca de qué es la mayoría de edad regional acerca de cuándo deja de ser lícito conceder a una región su Estatuto.

Y esa mayoría de edad se nota, cabalmente, en lo contrario de la afirmación de la personalidad propia. Una región es mayor de edad cuando ha adquirido tan fuertemente la conciencia de su unidad de destino en la patria común, que esa unidad ya no corre ningún riesgo por el hecho de que se aflojen las ligaduras administrativas.

Cuando la conciencia de la unidad de destino ha penetrado hasta el fondo del alma de una región, ya no hay peligro en darle Estatuto de autonomía. La región andaluza, la región leonesa, pueden gozar de regímenes autónomos, en la seguridad de que ninguna solapada intención se propone aprovechar las ventajas del Estatuto para maquinar contra la integridad de España. Pero entregar Estatutos a regiones minadas de separatismo; multiplicar con los instrumentos del Estatuto las fuerzas operantes contra la unidad de España; dimitir la función estatal de vigilar sin descanso el desarrollo de toda la tendencia a la secesión es, ni más ni menos, un crimen.

SÍNTOMAS
Todos los síntomas confirman nuestra tesis. Cataluña autónoma asiste al crecimiento de un separatismo que nadie refrena: el Estado, porque se ha inhibido de la vida catalana en las funciones primordiales: la formación espiritual de las generaciones nuevas, el orden público, la administración de justicia.... y la Generalidad, porque esa tendencia separatista, lejos de repugnarle, le resulta sumamente simpática.

Así, el germen destructor de España, de esta unidad de España lograda tan difícilmente, crece a sus anchas. Es como un incendio para cuya voracidad no sólo se ha acumulado combustible, sino que se ha trazado a los bomberos una barrera que les impide intervenir. ¿Qué quedará, en muy pocos años, de lo que fue bella arquitectura de España?

¡Y mientras tanto, a nosotros, a los que queremos salir por los confines de España gritando estas cosas, denunciando estas cosas, se nos encarcela, se nos cierran los centros, se nos impide la propaganda! Y la insolencia separatista crece. Y el Gobierno busca fórmulas jurídicas. Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

(José Antonio Primo de Rivera. 
F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

*****

No olvidéis que los enemigos de España y de la civilización cristiana están alerta. Velad también vosotros y para ello deponed frente a los supremos intereses de la patria y del pueblo español toda mira personal. No cejéis en alcanzar la justicia social y la cultura para todos los hombres de España y haced de ello vuestro primordial objetivo. Mantened la unidad de las tierras de España, exaltando la rica multiplicidad de sus regiones como fuente de la fortaleza de la unidad de la patria.
 
(Francisco Franco. 
Testamento político, 20 noviembre 1975)



lunes, 20 de noviembre de 2017

SOBRE LA ACTUALIDAD.

Actualidad que es, evidentemente, la de la fecha. Hoy es 20 de Noviembre -20N- y como sabrá cualquiera que lea prensa, oiga radio, vea televisión, el tema de actualidad -en los últimos 40 años- es Franco, el franquismo, la dictadura...

Son tan cobardes, tan acomplejados, tan paranoicos, que aún no se han enterado de que el Excelentísimo señor D. Francisco Franco Bahamonde, Generalísimo de los Ejércitos, Caudillo de España, falleció de muerte natural en 1975. Siguen con su guerra, con su complejo, con su idiotez, viviendo cojonudamente contra Franco.

Siguen luchando contra el fascismo, contra los fachas de la Falange, los mismos que babean ante los estalinistas pasados por el Caribe, y siguen sin entender -nunca podrán, no les llega su escasa inteligencia- que la única forma decente de vivir, de ser humanos, de ser españoles, es la que anunció José Antonio Primo de Rivera, aquél joven universitario al que las izquierdas asesinaron gracias a las derechas.

Y mientras ellos -izquierdas y derechas, capitalistas y estalinistas (o capitalistas estalinistas, que haylos), tontos y mamarrachos- siguen jugando con sus pactos y componendas, con sus urnas y sus listas y sus votos, con la vida de todos los que se lo toleran, nosotros -los que quedemos- hoy vamos a pronunciar la más bella oración jamás escrita.

Mañana será otro día. Mañana volveremos a llamarle tonto al tonto, ladrón al ladrón, gilipollas al gilipollas; volveremos a llamarle canalla al canalla, sinvergüenza al sinvergüenza, traidor al traidor y cobarde al cobarde, y ya habremos completado el censo de la actualidad.

Hoy, la oración.

*****
Señor:
Acoge con piedad en Tu seno a los que mueren por España, y consérvanos siempre el santo orgullo de que solamente en nuestras filas se muera por España, y de que solamente a nosotros honre el enemigo con sus mejores armas.

Víctimas del odio, los nuestros no cayeron por odio, sino por amor; y el último secreto de sus corazones, era la alegría con que fueron a dar sus vidas por la Patria. Ni ellos ni nosotros hemos conseguido jamás entristecernos de rencor, ni odiar al enemigo.

Y Tú sabes, Señor, que todos estos caídos mueren para libertar con su sacrificio generoso a los mismos que les asesinaron; para cimentar con su sangre fértil, las primeras piedras en la reedificación de una Patria libre, fuerte y entera. Ante los cadáveres de nuestros hermanos, a quienes la muerte ha cerrado los ojos antes de ver la luz de la victoria, aparta, Señor, de nuestros oídos, las voces sempiternas de los fariseos, a quienes el misterio de toda redención ciega y entenebrece, y hoy vienen a pedir con vergonzosa indulgencia delitos contra los delitos, y asesinatos por la espalda a los que nos pusimos a combatir de frente.

Tú no nos elegiste para que fuéramos delincuentes contra los delincuentes, sino soldados ejemplares, custodios de valores augustos, números ordenados de una guardia, puesta a servir con honor y con valentía la suprema defensa de una Patria.

Esta ley moral es nuestra fuerza. Con ella venceremos dos veces al enemigo, porque acabaremos por destruir, no sólo su potencia, sino su odio.

A la victoria que no sea clara, caballeresca y generosa, preferimos la derrota. Porque es necesario que mientras cada golpe del enemigo sea horrendo y cobarde, cada acción nuestra sea la afirmación de un valor y de una moral superior.

Aparta, así, Señor, de nosotros, todo lo que otros quisieran que hiciésemos, y lo que se ha solido hacer en nombre de vencedor impotente de clase, de partido o de secta. Y danos heroísmo para cumplir lo que se ha hecho siempre en nombre de una Patria, en nombre de un Estado futuro, en nombre de una Cristiandad civilizada y civilizadora.

Sólo Tú sabes, con palabra de profecía, para qué deben estar aguzadas las flechas y tendidos los arcos.

Danos ante los hermanos muertos por la Patria, perseverancia en este amor, perseverancia en este valor, perseverancia en este menosprecio hacia las voces farisaicas y oscuras, peores que voces de mujeres necias.

Haz que la sangre de los nuestros, Señor, sea el brote primero de la redención de esta España en la unidad nacional de sus tierras, en la unidad social de sus clases, en la unidad espiritual en el hombre, y entre los hombres.

Y haz también que la victoria final sea en nosotros una entera estrofa española del canto universal de Tu Gloria.

Rafael Sánchez Mazas.
*****
José Antonio Primo de Rivera, ¡Presente!
Francisco Franco, ¡Presente!
Caídos por Dios y por España, ¡Presentes!
¡Arriba España!


jueves, 2 de noviembre de 2017

SOBRE EL OTRO SEPARATISMO.

A propósito del artículo que publica hoy mi camarada Eloy en su Trinchera -véanlo pulsando en este enlace- he recordado un artículo que escribimos al alimón hace ya muchos años, y que El Alcázar tuvo la bondad de publicarnos. Pueden leerlo en su formato original si pulsan sobre la imagen para agrandarla, incluso leerlo en una anterior publicación que hice en este mismo diario.

Se titulaba el otro separatismo, y aquí se lo transcribo. Se que a los de derechas de toda la vida les parecerá raro; que a los de izquierdas desde que nacieron les parecerá increíble; que a los apolíticos les parecerá incomprensible, y que a los ignorantes -condición compatible con las anteriores- les sonará a chino y no se enterarán de nada.

Pero es que los falangistas somos así.


EL OTRO SEPARATISMO.
EL ALCÁZAR
7 julio 1983

Estamos llegando al punto culminante de una situación de extrema gravedad. Es frecuente, cotidiano, normal en cualquier charla diaria oír decir. «¡Que ellos se las apañen como puedan!» cuando se hace referencia a algunos problemas surgidos en tierras vascongadas y catalanas, e incluso en otras regiones no tan marcadas por el separatismo. «Si no quieren ser españoles, que se las arreglen solos.»

Es tan grave la situación, que hasta en las personas más obstinadamente contrarias al separatismo va ganando importancia una actitud que, aun manifestándose como reacción, no hay más remedio que calificar de separatista, aunque sea un separatismo visto desde el extremo contrario.

Si el independentismo de unas regiones determinadas exalta el amor desmedido a un ente artificial, basado tal vez en prehistóricas suposiciones, los que queremos una Patria unida no podemos caer en la falta de amor —cuando no en el odio— a unas tierras que son parte irrenunciable de España, y que necesitan ahora más que nunca de todo el cariño, toda la solidaridad y—también—toda la firmeza de los españoles de todas las provincias.

La gravedad de lo que sucede se pone de relieve porque en esa actitud caen la mayoría de los españoles. Incluso caemos los que hemos aprendido, en el magisterio de palabras bien altas y nobles, que España es una unidad de destino en lo universal; que juntos nos salvaremos todos, o que juntos hemos todos de perecer. También a los que por pensamiento, por ideología y por estilo estamos más lejos del menor atisbo separatista, nos vence la tentación de dejar caer ese «¡allá ellos!» en alguna ocasión. Y es necesario que al primer pensamiento incontrolado se imponga la frialdad de la razón para que comprendamos el error de la primera impresión; para que comprendamos que aquellas tierras y aquellas gentes —por encima de las actitudes del momento y de la propia voluntad de determinado número de individuos— son irrenunciablemente España.

Sin embargo, no puede ser más alarmante el síntoma. Porque si los que pensamos que España es irrevocable y que todo separatismo es un crimen, hemos de recurrir a toda la fuerza de la razón para sobreponernos al primer deseo de dejar a su suerte, en la desgracia o la dificultad, a los españoles que no quieren serlo; si hemos de recurrir a todo el bagaje doctrinal de que disponemos, ¿qué ocurrirá con aquellos que no disponen del recurso a un estilo que les haga comprender su error? ¿Qué sucederá con aquellos a quienes la razón y el estilo no obliguen a rechazar esa primera impresión de indiferencia —cuando no de una cierta alegría— en torno a las circunstancias que atraviese alguna región española?

Pues sucederá que dentro de diez, veinte años quizá, la propia existencia de España será imposible, porque en el alma de los habitantes de una región se habrá instalado la indiferencia o el odio con respecto a los de otra. Esto y no otra cosa es el primer logro del tan jaleado Estado de las Autonomías, que todos los políticos —desde un extremo al otro— aceptan y promueven.

El deber ineludible de todos los que nos consideramos españoles por encima de todo lo humano, es impedir con nuestro ejemplo —sacrificando con todo rigor los sentimientos espontáneos y erróneos— que tomen carta de naturaleza la indiferencia y el odio, dejando bien claro —en cualquier situación que lo requiera— que para nosotros todas las tierras de España son igualmente queridas y respetadas. Aunque esas regiones no quieran, aparentemente, ser españolas.

Hay que recordar que España es una unidad de destino en lo universal. Y hay que ser, ahora más que nunca, inasequibles; no sólo al desaliento, sino al ambiente disgregador generalizado que nos rodea e invade, y que es el peor enemigo —por solapado y encubierto— de esa unidad.

Rafael C. ESTREMERA / Eloy R. MIRAYO.

martes, 31 de octubre de 2017

SOBRE EL HEROICO MAMARRACHO.

Pues si; ese mamarracho que todos ustedes están pensando, y que da muestras de su calaña al largarse con viento en popa -con viento de popa, quizá- para intentar eludir sus responsabilidades.

La mamarrachez viene definida por el hecho de que, cuando en rocambolesca travesía se marchó sibilinamente a Bruselas, al señor mamarrachón nadie le impedía irse a Bélgica, al Congo o a tomar... el fresco. El caso es hacerse la víctima y -sobre todo, me temo- darse importancia. Una importancia que ni tiene, ni nadie le da, salvo algún gilipollas belga al que quizá haría falta nombrarle a don Fadrique Álvarez de Toledo.

Pero es que estos mamarrachos son así. Se envalentonan con los palmeros a los que pagan -o dan carguitos, embajaditas, puestecitos en las listitas, todo muy pequeñito, muy de andar por casa, como de merienda en familia o butifarrada en la intimidad-; se ponen gallitos, se crecen, y acaban creyéndose alguien. Luego viene la dura realidad y les baja al suelo, ni siquiera a sopapos; les pone al nivel que les corresponde con un simple auto judicial.

Y los heroicos mamarrachos se largan, dejando a los paletos a los que han engañado para que no les reclamaran el tres por ciento huerfanitos de su sabio consejo. Se largan haciéndose los perseguidos, cuando nadie les hace caso, porque sólo dan pena.  

Y uno, que no sabe si reírse o cabrearse, porque estos pobres payasos, si bien no tienen gracia, tampoco dan la talla para que uno los tenga en cuenta para algo tan importante como el odio. Sólo dan asco y, si acaso, esa risa de circunstancias que a veces hay que usar para no ofender a quien cuenta un chiste malo.

Y -también- a uno le da algo de pena que España no tenga un Estado serio y eficiente. La rapidez -decía Rafael García Serrano- es una virtud que demuestra seguridad y elegancia. Hubiera resultado de la máxima elegancia que el mamarrachón hubiese pasado la noche del pasado viernes en la cárcel, lo que nos habría traído algo más de seguridad a todos. Especialmente, a los suyos; esos que ahora están -aunque no se atrevan aún a decirlo- cagándose en los ascendientes del mamarrachón. 

Por otra parte, parece que para esa celebración anglosajona, protestante y absurda del jalogüin, se está vendiendo mucho un disfraz de Puigdemon. 

Normal: es tiempo de fantasmas.







domingo, 29 de octubre de 2017

SOBRE LO QUE LES IMPORTA HOY.

Lo que les importa hoy a esos individuos, individuas e individues que tienen voz en la prensa, la tele y la radio. 

Lo que les importaba hoy, a tenor de lo oído, era la democracia y la Constitución. Que no se nos haga caquita la democracia; que no se nos estropicie la Constitución. Que los separatistas no nos toquen las leyes.

De España, ni media palabra. A los templagaitas que mangonean la opinión de los que no tienen capacidad de pensar, les importa la legalidad. Y si fuera legal -porque cualquier canalla puede legislar-, estaría muy bien que se rompiera España, porque cada cual puede pensar como quiera y se puede ser independentista, pero dentro de la ley.

En cambio, de las opiniones recabadas entre los asistentes, la mayoría lo tenía bien claro: somos españoles y catalanes, y no queremos que nos roben España, podría ser un resumen.

Y temo que -una vez más- los tibios, los cobardes, los blanditos, le echarán agua al vino de la reacción popular, y dentro de dos meses aquí no habrá pasado nada, y los españoles seguirán postergados, perseguidos, humillados por los separatistas.

Porque ya está claro lo que les importa a los que presumen de crear opinión: la democracia y la Constitución. España es un accesorio del que están dispuestos a prescindir.

***

Cuando, en marzo de 1762, un hombre nefasto, que se llamaba Juan Jacobo Rousseau, publicó El contrato social, dejó de ser la verdad política una entidad permanente. Antes, en otras épocas más profundas, los Estados, que eran ejecutores de misiones históricas, tenían inscritas sobre sus frentes, y aun sobre los astros, la justicia y la verdad. Juan Jacobo Rousseau vino a decirnos que la justicia y la verdad no eran categorías permanentes de razón, sino que eran, en cada instante, decisiones de voluntad.

Juan Jacobo Rousseau suponía que el conjunto de los que vivimos en un pueblo tiene un alma superior, de jerarquía diferente a cada una de nuestras almas, y que ese yo superior está dotado de una voluntad infalible, capaz de definir en cada instante lo justo y lo injusto, el bien y el mal. Y como esa voluntad colectiva, esa voluntad soberana, sólo se expresa por medio del sufragio –conjetura de los más que triunfa sobre la de los menos en la adivinación de la voluntad superior–, venía a resultar que el sufragio, esa farsa de las papeletas entradas en una urna de cristal, tenía la virtud de decirnos en cada instante si Dios existía o no existía, si la verdad era la verdad o no era la verdad, si la Patria debía permanecer o si era mejor que, en un momento, se suicidase.

(José Antonio Primo de Rivera, 
Teatro de la Comedia de Madrid, tal día como hoy de 1933).


viernes, 27 de octubre de 2017

SOBRE LOS HIJOS DE PUTA.

Y ustedes disculpen, si son almas cándidas y sensibles, pero es que no hay otra forma de decirlo.

Los hijos de puta son, evidentemente, los separatistas catalanes. Pero esto, por sabido, es casi innecesario comentarlo. También es innecesario comentar esa declaración de independencia. ¿De verdad le ha sorprendido a alguien? ¿De verdad hay alguien que no se lo esperase? ¿De verdad -no de boquilla y para quedar bien- hay alguien que se creyera que esto no iba a llegar uno u otro día? Pues si los hay; si hay alguien que pensara -de verdad- que los separatismo tolerados, consentidos y promocionados no iban a terminar en esto, es que es tonto. Tonto. TONTO. O sea: tontísimo.

Y esos tontos son los auténticos culpables. No digo ya los políticos -PP, PSOE- que han vendido a España por unos votos que les dieran el silloncito moncloaco. Los culpables son los que -sabiéndolo, porque no hay nadie que pueda ser de verdad tan tonto que no lo supiera- no han dicho ni mu hasta hace tres días. Los periodistas, los tertulianos, los artistas, los empresarios, los banqueros, los mossus que ahora quieren que les hagan una plaza a medida en la Policía Nacional o la Guardia Civil, los cobardes que no se han dejado ver hasta que les han empezado a quitar el suelo bajo los pies, los políticamente correctos que renegaban de una Bandera de España con el escudo constitucional -el que lleva el ejemplar príncipe de la Constitución, que es el del águila de San Juan- por fascista.

Y aquí llegamos a lo que los hijos de puta separatistas catalanes nos han dejado bien claro. Con sus lloriqueos de que las Fuerzas de Seguridad del Estado que cumple las órdenes judiciales ejercen una represión franquista; con sus manifas de estudiantitos -hijos de papá consentidos y vagos, que aspiran al sueldecito revolucionario- en contra del franquismo. Con todas estas algaradas, quejas, lloriqueos, falsedades, majaderías y victimismos basados en el antifranquismo.

Porque ahí está el quid de la cuestión: que para ser defensor de España parece que no quedan mas cojones que ser franquista. Esto es lo que nos enseña la mamarrachada de los dos líderes preclaros -ejemplares donde los haya-, modelo para todo el mundo, que tienen en la foto. 

Que incluso ellos -los hijos de puta separatistas- siguen necesitando a Franco. Lo mismo que los comunistas podemitas siguen necesitando a Franco; lo mismo que los sociatas cobardes siguen necesitando a Franco; lo mismo que los periodistas siguen necesitando a Franco. Porque en España, todos los sinvergüenzas siguen viviendo cojonudamente contra Franco.

¿Y qué tiene que ver lo de los hijos de puta separatistas con Franco? Pues nada, evidentemente; pero son ellos los que quieren dividir a la gente entre franquistas y canallas, y que cada cual elija su sitio.

Por lo demás, un artículo 155 capado, sin control de los medios de información públicos -vetada por el señorito Sánchez-; que no suponga la inmediata detención del gobierno regional y de los diputaditos regionales presentes en la mascarada; que no conlleve la inmediata destitución de todos los cargos de libre designación de la administración regional; que no recupere para el Estado las competencias en educación; que no ilegalice los partidos y asociaciones ligadas al golpe de Estado separatista, y que no disuelva de inmediato la policía autónoma -o sea, los mosus-, no va a ningún sitio.

En otro orden de cosas, un camarada me comunica la convocatoria, para esta misma noche, en la Pza. de Colón a las 22,30 horas, de una concentración en repulsa, no sólo del golpe separatista, sino de la inacción y dejadez rayana en la complicidad, del señor Rajoy.

sábado, 21 de octubre de 2017

SOBRE EL CLARIVIDENTE AVISO DE MI CAMARADA LUIS TAPIA AGUIRREBENGOA.

En el aniversario de su muerte, traigo aquí un artículo de mi camarada Luis Tapia Aguirrebengoa, publicado en el Nº 10 de EJE, correspondiente a Marzo de 1990.

Han pasado casi treinta años, y si tienen la bondad de leerlo verán que aquí –allí- ya estaba previsto el resultado del descojonamiento autonómico, la escalada del separatismo y la respuesta tibia y pacata del Estado, prácticamente inexistente, reaccionando tarde y mal. Una cosa de las que vaticinaba Luis Tapia Aguirrebengoa no se ha cumplido, ni se va a cumplir –vean el penúltimo párrafo-, porque él, Coronel Legionario, nunca pudo pensar hasta qué nivel de abyección podrían caer determinados personajes.

Les dejo con lo que escribió entonces mi Coronel, camarada y amigo:

AUTODETERMINACIÓN, IMPOSIBLE
Luis Tapia Aguirrebengoa.

Dice el punto primero de la Síntesis Ideológica y Programática de Juntas Españolas que  es una unidad histórica irrevocable. Y que, en cuanto entraña una grave contradicción, propugnamos la revisión del articulo y la supresión del Título VIII de la vigente Constitución española, que admite el termino nacionalidades referido a las comunidades regionales, puesto que no existe en nuestro territorio mas nación que, síntesis de peculiaridades regionales, culturales e idiomáticas que es preciso res-petar, descentralizando al máximo la organización administrativa del Estado, con un único e insoslayable limite: la soberanía nacional reside únicamente en el estado de la nación española, y cualquier traspaso de competencias de este a las autonomías habrá de ser revocado y derogado a todos los efectos.

Se trata de una profesión de amor a España y de una declaración de propósitos que podrían ser asumidas por cualquier partido u organización política que no contenga en su ideario el virus separatista. La Constitución debe ser reformada sin tardanza para arrancar de su texto cuanto respalde cualquier veleidad nacionalista.

Así sucede que casi desde los comienzos de la instauración democrática, y mas aun en las ultimas semanas, la autodeterminación se ha convertido en un tema muy delicado que ha originado enfrentamientos dialécticos y puede ser causa de graves tensiones. Todo comenzó en esta última fase con una desdichada sesión del Parlamento Catalán, seguida por una iniciativa nacionalista vasca en la que se proclama que el pueblo euskaldun tiene derecho a la autodeterminación, haciendo alusión al autogobierno, aunque se omita, púdicamente, el termino independencia, que ha estado en la mente de todos ellos, desde que Sabino Arana, en las postrimerías del siglo XIX, enarboló la bandera de la secesión.

Hay quienes se extrañan cuando, ante tan intolerable pretensión, nos escandalizamos los que, desde las entrañas, nos nace el amor a España. Y los mas extrañados, por lo que hemos oído y leído, son quie­nes creen que todo es posible dentro de la legalidad de un estado democrático, incluso la separación de una región o territorio, por el simple ejercicio del voto popular.

Siempre resulto inquietante jugar con el término, que, con el actual o parecido enunciado, nació cuando el romanticismo abrió en el siglo pasado la caja de Pandora de los nacionalismos, y aun ahora, en las postrimerías del siglo XX y del milenio, resulta extraño y confuso su significado. ¿Que es autodeterminación? ¿Que pretenden sus partidarios? Mal que les pese a algunos, autodeterminación es secesión o independencia, y los que la exigen abogan por un Estado propio, escalando estadios autonómicos intermedios de autogobierno, representados por los modelos autonómico, de autonomía profunda, que es a la que aspiran ahora los nacionalistas vascos y catalanes, federal, en el sentido disgregador no unificador, y confederal, hasta recibir el ultimo impulso que lleve a la separación total. Puede ser que aun se tarden años, diez, quince, una generación, pero siguiendo el ac­tual camino vamos derechos hacia la disgregación nacio­nal, cuando Europa y el mundo marchan en la dirección contraria, la del abatimiento de muros separadores y barreras fronterizas, creando superestados que conservan las variedades y peculiaridades de las naciones que los constituyen.

No nos quepa la menor duda, los nacionalistas españoles, solo pretenden romper Espa­ña, aquejados de la enfermedad del cantonalismo y el enfrentamiento, a la que tan propicia es nuestra individualista sociedad.
Nosotros, los hombres y mujeres de Juntas Españolas no comprendemos cómo aun quedan quienes creen que todo se reduce a una mera y beneficiosa descentralización administrativa, de la que somos partidarios, cuando los propósitos separatistas se presentan tan claros. El derecho a la autodeterminación -ha dicho un portavoz nacionalista- es la opción a constituirse, por propia y libre decisión, en estado independiente, o a separarse del territorio de un esta­do por elección mayoritaria de la población. Aunque, como antes se ha dicho, puede ser que todavía no este el fruto suficientemente maduro, y que el desenlace sea a plazo medio. A este respecto, Arzallus cifraba en una generación el tiempo que podían aguardar para alcanzar la independencia. Mientras tanto, continuarán las presiones, las escaramuzas dialécticas, la petición de mas libertades políticas, la escalada en el campo de las transferencias, pues mucho es lo alcanzado hasta ahora, pero aun quedan importantes aspiraciones que arrancar al débil estado español. He aquí algunas: en Cataluña, la catalanización lingüística, la reorganización territorial y la asunción de competencias y despliegue de los Mossos d'Esquadra; en el País Vasco, el despliegue de la Ertzaintza, simultaneo al repliegue de las fuerzas de seguridad del Estado, la transferencia de medios y facultades de la administración de justicia, la sustitución de la escuela pública estatal por la escuela pública vasca, y, a mas largo plazo, la creación de un ejercito vasco, con mandos autóctonos, para caso de una invasión extranjera (¿la española?) y la autorización de un banco nacional vasco. Y no piensen que estas son exageraciones, que no somos dados a ellas, se trata de una denuncia formulada en la prensa de Bilbao por Adolfo Careaga, ex diputado a Cortes.

Semejantes pretensiones son como querer forzar las leyes y el sentido de la Historia, pues ni el País Vasco ni Cataluña fueron nunca independientes, y la autodeterminación no aparece como fórmula política en la Constitución, ni podrá contemplarse nunca, pues cualquier reforma al respecto sería como legislar la propia autodestrucción del Estado. Y el alegato nacionalista de que la firma de la Carta de las Nacio­nes Unidas lleva implícita el reconocimiento por España de este derecho, no es válido por referirse a los pueblos en vías de descolonización, y ni el País Vasco ni Cataluña fueron nunca colonias. Garaicoechea ha dicho, también, que va a trasladar las aspiraciones vascas al Parlamento Europeo y al seno de la Alianza libre europea, que reúne a las diversas organizaciones nacionalistas del continente, lo cual es algo así como recurrir al Archipampano de las Indias, ya que ni el primer organismo, ni menos el segundo tienen facultades para hacer nada en favor de su desdichada causa.

De todos modos, no puede ignorarse la gravedad del tema, cuyos resultados atentan contra la unidad de España, pues las actuales aspiraciones de autodeterminación pueden tomar la forma de una explosión nacionalista incontrolada, cuando agotada la capacidad negociadora del Estado, hechas por este todas las concesiones posibles en el elástico marco constitucional, maltrecha la soberanía española y preparada la sociedad española a aceptar lo inaceptable, se alcance el techo de la unidad nacional.

Se llega así al aspecto mas delicado del problema, el de la unidad de España, incuestionable en los limites actuales del territorio nacional; nada ni nadie puede alterarla, no siendo válidas las urnas, ni supuestas reformas constitucionales para lograrlo. España ha existido a través de los siglos por voluntad de muchas generaciones de españoles, que la construyeron y sostuvieron, a veces con muchos sacrificios, y la determinación de una minoría de una cierta época carece de fuerza y de derecho a romperla mediante el cauce democrático del voto o el cauce bélico de la violencia. Es ineludible deber de todos los españoles defenderla, y el Ejército, pieza básica de la unidad, aplicará, sin duda, toda su fuerza y toda su pasión en el cumplimiento del mandato que el pueblo español le tiene confiado; varios Capitanes Generales así lo han proclamado. En principio, bastará con la disuasión de su presencia, pero si fuera necesario, recurriría a otros medios. Los españoles, incluidos los secesionistas, deben estar convencidos de que así se hará.

Procuremos entre todos que no sea necesaria la intervención del Ejercito; unámonos, para ello, en un frente común ante los separatistas; no persistamos en el error cometido en los comienzos de la transición democrática, cuando se dio a los nacionalismos unas alas que ahora va a ser muy difícil cortar con procedimientos pacíficos. El punto de arranque del nuevo camino está, sin duda, en la reforma constitucional, y Juntas Españolas aboga por ella. Hagamos lo imposible para lograrla.





miércoles, 18 de octubre de 2017

SOBRE EL POBRE PEPITO.

Pepito Guardiola, ese señor que jugó al fútbol y entrenó al mescunclu, y ahora ejerce de
entrenador por el ancho mundo, sin haber conseguido reverdecer los viejos laureles, acaso porque hogaño se dedica más a lloriquear que a su trabajo. Pero eso es cuenta suya y de quien le pague.

El caso es que ayer -véanlo en La Gaceta- dijo esto sobre los dos Jorgitos entrullados por delito de sedición: Es un buen momento para dedicarles la victoria. No hay civismo más grande que las ideas. Tanto Omnium como la ANC lo han hecho siempre todo con civismo, expresando sus ideas, de lo que queremos.

Actualmente la situación es la que es. Ojalá puedan salir muy pronto porque ahora mismo es un poco como si todos estuviéramos allí, la verdad, agregó.

Gracias a Dios, hay multitud de imágenes que demuestran el civismo de los Jorgitos patrocinados por Pepito, y aquí las tienen:


En cuanto a lo último -lo de ahora mismo es un poco como si todos estuviéramos allí, la verdad- que se supone que se refiere a la cárcel, no me queda más que decir que ojalá fuera cierto su deseo, y Pepito fuera a hacer compañía a los Jorgitos y -si queda algo de justicia- al Trapero.

martes, 17 de octubre de 2017

SOBRE LOS OSCUROS MOTIVOS.

Me llega al móvil una imagen donde se ve a doña
Anna Gabriel, esa modélica portavoz de la CUP, rodeada de -se supone- algunas compañeras, o amigas o -dispense doña Anna, pero son cosas del idioma- correligionarias.

La imagen procede de un tuit donde va incluido el comentario, del cual -conste, señor fiscal- no me hago responsable.

Sin embargo, esta imagen y este comentario me han traído a la mente el modelo del típico revolucionario decimonónico, generalmente seres llenos de taras físicas y morales, contrahechos, habitualmente tísicos, que querían reventar el mundo porque no se soportaban a sí mismos.

Cosas de la memoria.



viernes, 13 de octubre de 2017

SOBRE LOS TANQUES.

Ya veo a los tolerantes, los moderaditos, los dialogantes, los demócratas de toda la vida y otras especies llevándose las manos a la cabeza, mesándose los cabellos o -en los casos más preclaros- agarrándose los cuernos a dos pezuñas. Otros, los más valientes, los más osados, estarán empezando a marcar el número del inquisidor de guardia para denunciarme por vaya usted a saber cuantas cosas -todas ellas malísimas-, suponiendo que lo mío es una provocación a propósito del golpe de Estrado de los separatistas catalanes.

Pero espérense, tómense un descansito y -como si de verdad fueran tolerantes y liberales y democráticos- déjenme seguir. Lo que quiero saber, es dónde estaban los tanques ayer, 12 de Octubre, día de la Hispanidad y Fiesta Nacional de España, que no hicieron acto de presencia en el desfile militar conmemorativo. 

No se cómo lo verán ustedes, pero creo que el señor Rajoy perdió una excelente ocasión para demostrar que -como no deja de repetir- las cosas van mejor y la economía se recupera, y todo es jauja. 

Una gran ocasión perdida para haber puesto los tanques en la calle.

jueves, 12 de octubre de 2017

HASTA LUEGO, MAESTRO

Para los aficionados al periodismo -y para los profesionales de ley, los pocos que van quedando-, con decir el maestro, basta para que todos sepamos que se trata de Rafael García Serrano.  Hablo, naturalmente, de los españoles que lo somos y ejercemos; los demás, con sus envidias y anteojeras de antipatía tienen bastante.
Siempre, -mejor dicho: desde que un camarada me mostró la luminosa senda del Diccionario para un macuto- tuve la ilusión de lo que ya no será posible: conocer al maestro Rafael. No le conocí -personalmente, quiero decir- aunque tuve dos ocasiones estupendas para ello. La primera, en el cineclub de la  asociación de amigos de El Alcázar, una mañana de domingo que revivió en la pantalla la gesta de la fortaleza toledana. Él estaba allí, en el vestíbulo, y mi invencible timidez me impidió acercarme aunque se hallaba -no puedo asegurarlo, pero así lo veo en el recuerdo, nebuloso de tantos años transcurridos- con Joaquín Aguirre Bellver, a quien si tengo la fortuna de conocer, aunque probablemente él no me recordará. 
La segunda ocasión hubiera sido la boda de su hija Fernanda con mi amigo, camarada y jefe -que para algo es el Secretario General de  Juntas Españolas- Jorge Cutillas. Jorge -no sé por qué- siempre ha tenido una gran fe y confianza en mis dotes políticas, periodísticas y de organización; y la verdad es que se lo agradezco mucho, aunque me conozco lo suficiente para no compartirla, ni aun comprenderla. El caso es que Jorge también quiso que estuviera en su boda; pero me cogió de vacaciones y se frustró la segunda y mejor ocasión de haber conocido en persona al maestro Rafael.
Le conocí, en cambio, como manda el Evangelio: por sus obras. Le he conocido en el Eugenio, y he llegado a comprender que, si bien la muerte de voluntad es un acto heroico cuando la vida sonríe, también puede ser una magnífica solución que evite quemar la existencia inútilmente. Le he conocido en Los ojos perdidos; aquél alférez Luis Valle que tenía los ojos tristes, los ojos predestinados de los elegidos para morir jóvenes, pero que en la sonrisa de Margarita llevaba un seguro de vida eterna. Y también le conocí en esa paz que duraba quince días, y en aquella ventana que daba al río, monumental corte de mangas a la democrática y civilizada Europa que se asomaba desde las ventanas francesas a la Guerra de España.
Vi con él la furiosa, patética y grandiosa carga de los Toros de Iberia  contra el invasor cartaginés. Y me paseé a su lado por Méjico, con la fabulosa tropa del bachiller por Salamanca, Hernando Cortés, prodigio de equilibrio entre la espada, el derecho y la Cruz aunque otra cosa cuenten los anglosajones, que bien que hablan porque no han dejado un  sioux  que los pueda desmentir.
También asistí -de su mano- a la increíble reconquista de las tierras de nuestra estirpe que hizo la Sección Femenina de la Falange, aquella aventura netamente espiritual en un mundo que doblaba por la cintura al siglo XX con un sonido de caja registradora. Y se me alegraron las pajarillas al comprobar qué magnífico programa de actuación nos propone su V Centenario, que es un libro que debiéramos sabernos de memoria todos los españoles que queremos seguir siéndolo.
Le he reconocido -y me he reconocido- en el alférez Ramón de La Fiel Infantería, arquetípico y exacto retrato de una generación que, harta de ir muriendo poco a poco, quiso jugarse la vida a cara o cruz. Me he dado cuenta -como nunca- de la tristeza de un retorno sin que nadie se alegre con tu vuelta... cediéndote el milagro de sus ojos rientes... leyendo en la Canción del soldado que no tenía novia el destino que aguarda a todos los que no hemos tenido la suerte -o el coraje- de  Eugenio, y estamos condenados a la derrota por no haber sido capaces de crear la ocasión de la muerte de voluntad. Y he conocido, paseando con él por la Plaza del Castillo, aquella mítica Pamplona de Julio del 36, cuando Navarra fue corazón de España.
En fin, discúlpenme ustedes esta estadística lírica de urgencia. De sobra sé que no necesitan este estadillo apresurado de la obra del maestro Rafael, pero no he podido resistirme al comentario, tan fácil, por otra parte.
Rafael García Serrano escribió una vez -creo que fue en Bailando hasta la Cruz del Sur, el portentoso relato de los viajes de la Sección Femenina por América; pero no estoy seguro, y prefiero el calor de la duda a la frialdad del dato comprobado- que, en el fondo, uno escribe para su director, tres o cuatro amigos, y una chica. Como en todo, llevaba razón. Lo que pasa es que yo soy mi propio director, y eso le quita mucha emoción a la cosa, porque ya sé que nunca voy a estar conforme con lo que hago. Además, conozco de sobra la generosidad de juicio con que me tratan los tres o cuatro amigos -camaradas, que es lo mismo, pero más- cuya opinión, por sincera, podría resultarme de interés. Porque ya sé que los lectores de este libro no lo van a medir por los méritos de los que en él participamos -indudables en muchos casos; mas que dudosos en otros, como el presente- sino por la figura a quien lo dedicamos.
Total, que hay ocasiones en que la tarea de escribir se me hace muy cuesta arriba, y así sucede con estos folios; aunque no porque no me ilusione contribuir con mi modesta aportación al merecido homenaje que Juntas Españolas quiere rendir al maestro Rafael, cuyo origen y proceso contaré mas adelante. Se me hace cuesta arriba porque -en primer lugar- no me veo con sitio entre las ilustres firmas que aquí se reúnen, y me asalta el temor de si no pensará alguien que aprovecho mi situación para hacerme un hueco en un lugar donde -de ser otra la circunstancia- jamás lo tendría. Y en segundo término, porque -objetivamente considerado- no soy quien para rendir a Rafael García Serrano otro homenaje que el de comprar sus libros.  Lo que ocurre es que -en ocasiones- la modestia puede rozar la cobardía; y, por otro lado, a mí la objetividad, -como al maestro- me trae flojo el bolígrafo. La falta de calidad literaria la suplo con las ganas de decir lo que pienso, máxime cuando tantos que deberían estarle eternamente agradecidos no tienen la hombría de bien de recordarlo. La envidia es libre, y el complejo de inferioridad los hace mudos, pobrecitos.
En cambio, servidor confiesa su envidia. Daría lo que me reste de vida por ser capaz de escribir una novela que se pareciera -de lejos, claro; no podría ser de otra forma- a cualquiera de las suyas. Pero lo confieso, al igual que reconozco que trato de imitarle, y si no llego al plagio en el estilo no es porque me falten ganas, sino capacidad.  Aún así, y al contrario que tantos que por esos pastos editoriales rumian su esterilidad, me siento enormemente satisfecho de tener -al menos- el excelente gusto literario que me lleva a  ser un incondicional de Rafael García Serrano.
Hablo en presente, y digo bien. El ser humano -caduco por naturaleza- no tiene a su alcance mas forma de sobrevivir en este mundo que la de prolongarse en sus hijos y en sus obras. Rafael García Serrano reunió los méritos suficientes para que Dios le concediera el privilegio de constituir una familia como la que todas las personas de bien deseamos, y tuvo la bendición de una esposa -compañera para toda la vida, hasta que la muerte viene a abrir un paréntesis que se cierra con el reencuentro para toda la Eternidad- unos hijos y unos nietos. Esa es la única disculpa al pecado de no morir joven.
Rafael vive, pues, en ellos. Y en todos nosotros, a través de sus obras; porque mientras haya una sola persona que se emocione al leer sus páginas y aprenda en ellas; mientras un sólo español atesore los mismos ideales que él defendió, Rafael García Serrano seguirá viviendo entre nosotros.
Yo he dicho de Rafael García Serrano -ante los tres contertulios de guardia que tienen la paciencia de soportarme- que era el mejor escritor en lengua española de todos los tiempos. Puede que lo dijera en un momento de exaltación; pero el caso es que ahora, y con toda la reflexión necesaria para dar unas palabras a la consideración pública, no retiro lo dicho, sino que lo reafirmo. Ustedes ya sabrán que hay dos tipos de escritor: el que tiene mucho que comunicar, pero no acierta con la forma adecuada, y el que no tiene nada que decir pero -eso si- lo dice muy bien. Rafael García Serrano constituye una rara conjunción de ambos, porque nunca acaba uno de sorprenderse de las cosas tan enormemente importantes que dice, y de lo maravillosamente bien que las cuenta.
Rafael García Serrano es un escritor sencillísimo, al alcance de cualquier inteligencia, porque hasta los más tontos -salvo que pertenezcan a la fauna política o politizada, que es peor- lo pueden entender a las mil maravillas. Y, a la vez, un escritor complejísimo, difícil como pocos, cuyas obras sólo nos dan su auténtica dimensión en la tercera y cuarta lectura. Pero como quien lo lee una vez, irremediablemente repite, acaba por descubrir la increíble belleza de sus páginas.
Mi primer contacto con la obra del maestro Rafael fue a través de La Fiel. Había comprado, de una tacada, esta novela y el Diccionario para un  macuto, en un alarde económico que aún me asombra, porque mi bolsillo    -primer o segundo año en la Universidad, y sin trabajar- no estaba para muchas alegrías entonces. Ni ahora, para qué nos vamos a engañar, con un Gobierno que considera los libros como artículos de lujo, y en ello se nota lo poco que los usan para lo propio de un libro, que es leerlo, y no la decoración de estanterías.
El caso es que empecé por La Fiel Infantería porque tenía prisa por comprobar si era cierto todo lo bueno que me habían dicho del -por aquél tiempo, verano del 79, aprendí a llamarle así- maestro. Y no me gustó, lo que son las cosas. Pero pasado algún tiempo, y tras embucharme el Diccionario, volví a ella; y descubrí el sentido de algunos matices, de algunas frases que había pasado por alto en la primera lectura. Me gustó mas, pero sin llegar a entusiasmarme. Fue necesario el tercer repaso para que empezara a captar la inmensa belleza literaria que contiene, y para que me diera cuenta de que La Fiel Infantería es la mejor síntesis jamás escrita del ideario Nacionalsindicalista; el mas completo retrato de un estilo y de una forma de ser que mi edad no me ha permitido conocer directamente, y bien que lo siento.
Después, poquito a poco -según las empresas editoriales tenían a bien satisfacer las demandas del público- fueron llegando a mi particular biblioteca todas las obras de Rafael García Serrano que han sido reeditadas, y las de nueva creación:  La Paz ha terminado, acertadísimo título de una recopilación de Dietarios, a caballo entre 1974 y 1975; La Gran Esperanza, que obtuvo el Premio Espejo de España en el 83 (por cierto, con el único voto en contra de D. Manuel Fraga, gracias sean dadas a Dios), y V Centenario, obra tan extraordinaria en lo literario como en lo político; tan excepcional, que aún no hemos sido capaces de digerir sus enseñanzas y seguir el camino que nos indica.
Pero no es esto lo que yo quería contar, porque no creo que a nadie le interese saber de qué forma me las he ido arreglando para adquirir todas las obras de Rafael García Serrano de las que he tenido noticia. Lo que yo quería decir es que el maestro Rafael es asequible a todo el mundo, porque cualquiera de sus frases puede hacer que se desternille de risa el menos avisado, y a cualquiera que tenga el corazón en su sitio puede hacerle un nudo en la garganta; y todas sus obras son una fuente inagotable de distracción y auténtico gozo estético para un amante de la belleza literaria. Quedan -eso si- frases, alusiones, referencias, que no están al alcance de todo el mundo. Para entenderlas, es necesario pertenecer al círculo mágico de los iniciados; de los que en una palabra pueden -podemos, disculpen la inmodestia- hallar un significado ideológico, un especial sentido; ese algo que hace de las obras de Rafael García Serrano un perfecto resumen y compendio del ideario Nacionalsindicalista.
Algo de esto escribí en la primera hoja de un ejemplar de La Fiel, que regalé a un amigo por su cumpleaños, porque uno aprovecha cualquier ocasión de promocionar a sus camaradas. Soy una especie de misionero de la obra de Rafael García Serrano, y estoy de ello bien orgulloso. Incluso necesito de la misma dosis de paciencia y tesón que el mas santo padre misionero -de los de antes, que los de ahora usan metralleta- para recuperar alguno de los libros que presto, como me ocurrió no ha mucho con un compañero de trabajo a quien cedí Plaza del Castillo, obra especialmente significativa para mí por razones puramente emocionales y personales, que les haré la merced de omitir. Por esos mismos motivos que nada tienen que ver con lo ideológico o literario- le guardo un especial cariño a Bailando hasta la Cruz del Sur. Y ya está bien de misterios, porque a ustedes no les interesarán lo mas mínimo mis motivaciones particulares, sino lo que les pueda decir sobre el maestro Rafael, si es que su generosidad hacia mí llega a tanto.
Rafael García Serrano recibió el Premio Nacional de Literatura José Antonio Primo de Rivera, en 1943, por  La Fiel Infantería;  premio que no impidió que la novela fuera secuestrada por la pasión clerical de Gabriel Arias Salgado -el padre de los actuales- a indicaciones del arzobispo primado de Toledo. Como siempre -antes y después- el Régimen puso la cara y otros tiraron las piedras a su confortable sombra, que sólo abandonarían cuando fue mas confortable estar en contra. Aunque, por si acaso, sin retirar la mano.
Y, como queda reseñado, el Espejo de España del año 1983, en cuyo jurado tomó parte D. Manuel Fraga, que fue el único que votó en contra de su concesión a Rafael García Serrano.
Supongo que al maestro, con su amplia experiencia en persecuciones, denuestos y ataques ­¡tantos chaqueteros que nunca le perdonaron que fuera fiel!- le haría mas gracia que otra cosa. Ni siquiera creo que le diera pena, porque él se conocía bien el paño, y no le podían coger por sorpresa los pequeños rencores y fobias de la derecha reaccionaria de siempre. Para reconocer y valorar la honradez, la inteligencia y la fidelidad, hay que ser honrado, inteligente -que no es lo mismo que memorión- y fiel; y eso no está al alcance de cualquiera, aunque se tengan millones para alquilar agencias de publicidad que intenten dar buena imagen al percebe de turno.
Además del voto en contra del señor Fraga, Rafael García Serrano nunca obtuvo el Premio Nobel; ni estuvo -que yo sepa-, nominado para él. Lo cual me hace muy feliz, porque de habérselo dado al maestro, hubiera tenido que cambiar mi opinión sobre el mencionado premio. El Premio Nobel, como ustedes saben, es -particularmente el de Literatura- una palmadita en la espalda de aquellos que se han portado bien; de los que han sido buenos chicos y se han aprendido la lección: democracia liberal-capitalista a gogó; libertad a tutiplén y derechos humanos todos, en tanto que deberes personales, ninguno. Y unas gotitas de pornografía socializante, en función del tradicional progresismo escandinavo, porque allí -como aquí- y como ya dejara definido el propio Rafael en mas de una ocasión, para los progres, la libertad siempre acaba en el culo.
Rafael García Serrano, -de justicia es reconocerlo- nunca reunió esas condiciones, imprescindibles para recibir el Nobel. Nunca se sometió a los dictados de la inteleztualidad, que siempre es de izquierdas, claro. Nunca se plegó a la moda, y por eso resulta tan universal, dicho sea en el buen sentido, que no en el de ciudadano del mundo, esa cursilada que se inventaron los que no son capaces de comprender lo que es la Patria. Y nunca escribió para memos aborregados, que es la razón de que los críticos y criticones nunca le hayan jaleado, como acostumbran a hacer con los papanatas que pululan por los suplementos literarios de los periódicos.
Tampoco fue elegido académico de la Lengua, con lo cual eso se perdieron la Academia y la Lengua española, y eso ganó Rafael, que se ahorró la asistencia al mortalmente aburrido conciliábulo. Y eso ganamos los lectores, porque el maestro -con la responsabilidad que le caracterizó siempre- hubiera entregado a la entidad del limpia, fija y da esplendor, un tiempo que habría hurtado a su creación literaria. Y esa sí que dio esplendor al idioma, y lo limpió de las telarañas de lo soez, zafio y grosero que tantos ilustres señores académicos le han puesto.
En buena lógica, Rafael no podía estar en la Academia. Estaba -está su obra- muy por encima de ella.  La frescura, la ligereza, la vitalidad y vivacidad de su prosa y de su genio, nunca habría podido admitir las reglas encorsetadas de los embalsamadores del idioma.
Otra faceta de Rafael García Serrano -y bastante olvidada, por cierto-, es la de guionista cinematográfico. Me perdí en los cines La Fiel Infantería -la película, digo- porque fue rodada en la época en que acababa de llegar a este mundo o puede que antes. Y luego, con la tecnocracia dominando en la vida nacional y proyectando su triste sombra gris sobre cualquier ilusión, no la han repuesto; al menos, no a mi alcance. El mismo Rafael nos contó en sus Dietarios que la película se había perdido en el viaje a unos estudios yanquis.
No obstante, y tiempo después de haber comenzado a escribir estas líneas, conseguí no sólo ver la película sino obtener una copia en vídeo. Todo empezó cuando un compañero de trabajo me dejó una revista donde se comentaba la edición de La Fiel Infantería en vídeo. La busqué por todos los locales de alquiler de películas y no la hallé, de forma que recurrí a insertar un anuncio en EJE, con tan buena fortuna que un suscriptor me dio noticia de dónde la podía adquirir. Intento vano, porque estaba agotada.  Y -dicho sea entre paréntesis- ustedes me dirán si no es sintomático el hecho de que al poco de ponerse a la venta, estuviera agotada la edición.
Venciendo mi timidez, le escribí al citado suscriptor de EJE rogándole que me la prestara para verla o -si le era posible-  me hiciera una copia. Y a los pocos días, el caballero en cuestión -cuyo nombre omito para no crearle multitud de compromisos semejantes- tuvo la gentileza de regalármela.
Indescriptible, por supuesto, la emoción con que la vi. No obstante, me defraudó. Y no por la película en si, que está bien, sino porque no se parece en nada a la novela.
La Fiel  -película- tiene el argumento de La Paz dura quince días; otra magistral obra de Rafael García Serrano sobre la epopeya del 36, pero que no es La Fiel, ni tiene su profundidad ideológica, ni su extraordinario estudio psicológico de aquella generación que decidió matarse porque quería vivir en paz de una vez.
Está bien narrada la historia, sí; pero yo no esperaba aquello, sino el relato de los días primeros en Somosierra, con el alumbrado arrepentimiento de la convicción reciente de Mario, que poco antes nunca creyó que los españoles fueran a llegar a las manos. Con las horas perdidas de la parada del Norte, cuando el General Invierno daba tiempo a pasarse a Francia para mirar de lejos las luces y -realidad y símbolo unidos-, abonar de la más elemental forma la tierra de la nación que alquilaba balcones con vistas a la Guerra de España. Esperaba el relato de la Academia de Provisionales de Avila -carreramar  y  cientocatorce, orden abierto y problema de tiro en el cajón de arena- con la proclama gibelina del todavía cadete Ramón en una tarde de ventisca. Y el diagnóstico certero y asombroso -estás loco de abril, Miguél- al camarada que mira por la abierta ventana los fríos luceros de una noche invernal: Vienes de sus labios y hoy podría ser un veintiuno coronado por buenas estrellas de marzo. A veces, también yo he vuelto de unos labios sin saber si me había quedado allí.

* * *

Se hace necesario -acaso- aclarar el párrafo que antecede. Para mí, que tengo La Fiel Infantería y el Diccionario para un Macuto como libros de cabecera cuando puedo permitirme el lujo de leer, y para los conocedores de la obra de Rafael García Serrano, es inútil explicarlo; pero puede haber quien aún no haya tenido la ocasión de familiarizarse con la prosa del maestro Rafael, ni -a través suyo, si la edad no le dio para conocerlo directamente- con aquél tiempo.
Lo de  carreramar,  es la voz de mando que se empleaba en las Academias de Provisionales para -como la propia expresión indica, una vez conocida la explicación- poner a la carrera una formación. Viene de las  Directivas Circunstanciales de Orden Táctico y de Tiro,  que definían: "Para reunir la escuadra se mandará: A reunirse. Mar. Carrera.  Mar.). Los hombres se dirigen al lugar donde se halla el cabo, y forman en hilera."  De ahí, la guasa de los Provisionales (y de los Instructores, todo sea dicho) derivó el vocablo tal como se escribe anteriormente, todo junto, acaso como disciplinada rebelión ante la frecuencia con que la más leve imperfección era castigada con carreras de padre y muy señor mio. O quizá con el asombro de comprobar cómo la carrera batía marcas de perfección, -a primera vista insuperables- en la ejecución de la maniobra.
El  cientocatorce  -así, todo junto también- no es un número cabalístico, sino la cantidad de pasos por minuto para el desfile en formación. Un buen paso, superior al que actualmente se utiliza aunque sin llegar a los ciento veinte por minuto con que los desfiles Legionarios avasallan a cualquier otra formación que les preceda.
El  orden abierto  -esto si que para ningún hombre requiere explicación, al menos después de la mili- es el adiestramiento en el combate, y se denomina así por contraposición al orden cerrado, que es el referente a maniobras en formación, desfiles, etc.
Lo del  problema de tiro en el cajón de arena  hace referencia a las pruebas que sufrían los aspirantes a Alféreces Provisionales en la  Academia, donde -sobre un relieve reproducido con arena y piedras, de ahí el nombre- los cadetes tenían que demostrar sus conocimientos y habilidades en la maniobra y en el emplazamiento de las máquinas. (Las máquinas  -aclaro, para que no digan-, son, por antonomasia, las ametralladoras; aunque también se extendía a los morteros que a veces llevaban las Secciones de Infantería). Basta, por otra parte, recordar cualquier película de tema bélico para comprender la alusión sin mas problemas.

* * *

La Jura de Bandera y -último acto colectivo de la Academia- el Himno de la Infantería naciendo espontáneo de un tren atestado que se abre paso en la noche. Y luego el frente: las marchas nocturnas; las charlas en la chabola donde el alférez Ramón, misionero, define y explica -una buena liebre sobre la que tirar todos- la paz que llegará.
Y el tren del hospital, con el sublime delirio del soldado enfermo que teme ser expulsado del cielo de los limpiamente agujereados, que ni siquiera reparan en él porque se ocupan en desgranar la letanía del combatiente. Y el patético Bienaventurados los que mueren con las botas puestas del que creía haber ganado el derecho a la muerte sobre el campo, y se enfrenta a la lenta agonía del hospital -sábanas limpias y aliento apestado, con la muerte trabajando como un buen funcionario que despacha su cotidiana tarea en el moridero- sin cruces, que no sin cruz; sin honores, que no sin honor. Sin una mano amiga que enjugue el sudor; sin una novia que con sus visitas llegue la primavera a una sangre que se hace otoño aunque presiente el día en que se hará rosal para otras manos de soldado; para otros ojos que verán la vida reflejada en los de una mujer.
Comprendo que traducir en imágenes la soberbia prosa de Rafael García Serrano es imposible; y con La Fiel Infantería  si que se hace añicos el aserto de que más vale una imagen que mil palabras, porque ni un millón de imágenes puede suplir el retrato del alférez Ramón; el autorretrato del Alférez Provisional de Infantería Rafael García Serrano.
Y no es -repito- que la película esté mal; pero es otra cosa, y me quedé como un niño al que le enseñaran un caramelo y no se lo dieran; como el joven que espera salir con una chica -por vez primera los dos solos- y ella aparece con dos hermanas pequeñas. Y repipis, como inevitablemente resultan todas las hermanas pequeñas en una situación así.
Tiene, no obstante, un par de escenas de esas que dejan la boca seca y los ojos húmedos; que marcan el contrapunto a una película de historia amable: el comienzo, cuando la guerrilla asalta un corral entre las precauciones normales frente al enemigo, para terminar cobrándose un espléndido botín de gallinas -la otra novia del soldado-... antes de que el mortero empiece a cantar. Y  el escalofrío de ver cómo esa escena amable, divertida, casi cómica, se transforma -trágica pirueta-, en una victoria de la parca.
Otra escena -allá por el minuto cien- es el acercamiento al frente, después del permiso. Marchan los soldados aún con el espíritu anclado a la acogedora ciudad que les ha dado cobijo durante unos días, y la guerra les presenta su tarjeta de visita: en sentido contrario, hacia la retaguardia, marcha una columna de mulos con la preciosa carga de los caídos en combate. Eso es algo –a ver quien puede negarlo- que acongoja al más pintado, así es que el capitán lo soluciona a la española: mandándole a su asistente que empiece a cantar. No el Himno de Infantería, no el Cara al Sol. Eso está bien en los desfiles, en las despedidas, o en los momentos en que hay que jugársela a cara o cruz. Lo que cantan los soldados que marchan en columna de barullo entre los camaradas muertos, es la tonadilla picaresca y jactanciosa: los de Barletta somos la monda, viva la madre que nos parió...
Barletta, el trasunto literario y cinematográfico del Regimiento de Ceriñola, donde Rafael García Serrano combatió como Alférez Provisional y al que siempre guardó cariño y fidelidad, de la misma forma que Gambo es la representación de la Pamplona guerrera.
Tampoco vi -sigamos el recuento-  Los ojos perdidos;  y si no hubiera sido por los comentarios del maestro en sus Dietarios, quizá ni me hubiese enterado de su existencia.
Si tuve ocasión, en cambio, de ver Ronda Española. Y la aproveché, faltaría más. Fue en el cineclub de El Alcázar, donde también asistí a la proyección de Novios de la muerte, película -lo dice claramente el título- de tema legionario, que ya había disfrutado a poco de su estreno, algunos años antes. Lo que pasa es que en aquél tiempo -1974 ó 1975- yo no había oído hablar nunca de Rafael García Serrano ni -por supuesto- lo había leído. Y no por mi culpa, sino por obra de los ilustres autores de los libros de texto que estudié en el bachillerato. Para finales de 1982 o principios del 83 si que había oído hablar y -sobre todo- había leído a Rafael García Serrano. Por eso, cuando me enteré de que la pantalla del cineclub de El Alcázar reviviría la aventura de la Sección Femenina, nada me hubiera hecho perdérmela. Y eso que aún no había entablado relación con el libro, que estaba agotado y no vería otra edición hasta unos años después.
Queda aún otra película con guión de Rafael García Serrano en mi cuenta personal:  A La Legión le gustan las mujeres, de la que no tuve noticia hasta que un buen día la alquilé en un video club por simple curiosidad          -aunque sin mucha ilusión- y me encontré la sorpresa de ver el nombre del maestro entre los guionistas. Aún me esperaba otra sorpresa mayor, y fue la de encontrar al propio Rafael García Serrano como actor, si bien en una aparición pequeñísima que hube de ver varias veces hasta cerciorarme de que efectivamente se trataba de él.
Muchos años después, y también por mera casualidad, llegó a mis manos otra película cuyo guión firmaba el maestro Rafael. Se trata de La Patrulla, una loa a la camaradería en la que también se puede ver algún ligero retrato autobiográfico del propio Rafael, en ese corresponsal español destinado en la Roma sojuzgada por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial.
En todas estas películas de Rafael García Serrano -en las últimas mas, porque ya estaba el enemigo en puertas, o dentro- se observa inmediatamente la carga ideológica y, sobre todo, ese estilo -forma de ser y de pensar- que marcó una época. Y uno de mis sueños preferidos -especialmente cuando sufro la bazofia anglosajona con que la televisión considera oportuno castigarnos- es la de llevar al celuloide -o a lo que actualmente se use- todas y cada una de las obras de Rafael García Serrano; hacer de cada novela una larga serie, para que no se pierda una sola frase, una sola palabra, un solo giro gramatical. Y prometo incluirlo en mi programa electoral, para que se enteren los analfabetos de litrona y porro de cual sería una auténtica política de protección a la cinematografía.
Pero es en los escritos -novelas y artículos- donde se aprecia la enorme calidad literaria de Rafael García Serrano. Parecen escritas para él las palabras de Eugenio D'Ors a propósito de Quevedo:
Para mi gusto, Quevedo es el primer escritor castellano. He dicho escritor. Hay clásicos y clásicos. Quevedo, como Fernando de Rojas, como Santa Teresa, como Góngora, dan la impresión de estar creando en cada momento el lenguaje en que se expresan. Los dos Fray Luis, por el contrario, parece que lo hayan recibido ya hecho y que lo soporten. Cervantes ocupa un lugar intermedio...
 ...¡Qué vocablos nerviosos y linajudos, como potros finos, los de Quevedo! ¡Qué rápidas y perfectas cópulas de sustantivos y adjetivos! ¡Qué salto de elipsis, qué trágica bacanal en el hipérbaton!... ¡Y aquél impulso frenético que fuerza las nociones vestales y es causa de que los mismos verbos intransitivos se vuelvan violentamente, prolíficamente transitivos!...
En medio de esta orgía de fuerza brilla de pronto la inteligencia hecha malicia, con el frío resplandor de una navaja española en la revuelta confusión de un fandango popular.

Pues pongan ustedes Rafael García Serrano donde dice Quevedo, y tengan por seguro que el mismo Eugenio D'Ors no tendría el menor inconveniente en firmar el cambio. Al menos, no creo que le importara la utilización que a sus frases doy para expresar lo que opino del maestro Rafael. Y mucho más que me gustaría decir, si fuera capaz de hacerlo. Lo que pasa es que no logro traducir en palabras todo lo que me hierve por dentro, y si fuera a repetir cada frase a la que encuentro un significado especial, esto se convertiría en una colección de citas de Rafael García Serrano.  Con lo cual ustedes -sobre todo si hay alguien que no sea lector incondicional suyo- saldrían indudablemente ganando, pero me podrían echar en cara que me voy por la tangente de la forma más fácil y menos comprometida.
No es que sea comprometido, pero siempre es desagradable contar las propias frustraciones. Ya les he dado cuenta de una de ellas, que es la de no haber conocido personalmente a Rafael García Serrano. Ahora me van a permitir ustedes -a ver qué remedio les queda, como no sea el de pasar dos o tres páginas- que les hable de otra. En cierta manera, utilizo este libro a modo de psicoanalista: eso que ahora hace tanta gente para -al hilo de la moda impuesta por las películas yanquis- darse una importancia de la que carecen o -lo que es mas triste- de la que creen carecer. Van al psicólogo en un intento   -lógica e inevitablemente vano- de que los convenza de que no están vacíos. Lo que ocurre es que sí que lo están; bien por esterilidad emocional, bien por incapacidad de entender que  la vida no vale la pena de ser vivida si no es para quemarla al servicio de una empresa grande, por decirlo con palabras bien altas y nobles, pertenecientes a aquél joven universitario que fusiló la izquierda con las armas que había cargado la derecha, porque a ambas les molestaban sus verdades. Nunca se atreverán a entender que -dicho de otra manera- con un pico y una pala, o con un fusil, se curarían el noventa y nueve por ciento de las crisis espirituales, como afirmaba el alférez Ramón de La Fiel Infantería. Con cualquier cosa, en resumen, que dé sentido y plenitud a la vida.
Viene todo esto a cuento de que, durante varios años, logré dar un contenido a mi existencia a través de la militancia política, lo mismo que otros lo buscan en las botellas o las jeringuillas. No sé si me equivoqué, en vista de cómo van las cosas; pero teniendo en cuenta que, si fuera un alcohólico o un drogadicto y aún no hubiera conseguido morirme de sobredosis, a estas alturas no hubiera leído a Rafael García Serrano, creo que mereció la pena elegir este camino.
Eso fue mi pico y mi pala. Y luego, andando el tiempo, me hice con el fusil. Mi fusil fue una publicación que se llamó Cruz de los Caídos,  en honor al monumento que delimitaba la confluencia de los Distritos madrileños de Ciudad Lineal y San Blas. Eran los días del mayor auge de Fuerza Nueva, y los mencionados Distritos, -ejemplarmente mandados y organizados por Alfonso Navarro- eran los editores de la revista. Tiramos mucho y bien desde sus páginas, hasta que una cacicada obligó a su desaparición en el Número 12 -marzo de 1981- y culminó con la expulsión de Fuerza Nueva de varios camaradas. Pero aquello es agua que no va a mover molino, y el tiempo transcurrido me permite contarlo sin rencor, aunque no pueda evitar la decepción. Aquella publicación, y una posterior  -Así- editada por el Distrito de Ciudad Lineal de Falange Española de las JONS -de donde hubimos de marchar porque nuestra amplitud de miras nos llevaba a intentar unir en vez de separar, parcelar y empequeñecer- fue, en lo personal, la tabla de salvación -pico, pala y fusil- que me mantuvo a flote. Eran publicaciones modestas, puramente artesanales. En ellas, sin embargo, aprendí casi todo lo que sé al respecto; equivocándome, que es una escuela dura y eficaz, y que me hizo atreverme a aceptar el encargo de la dirección de EJE. Que -dicho sea al hilo- fue, no ya un fusil, sino una ametralladora -la  fusila loca de los africanos, que copiaron el modismo de los harkeños- en el momento en que más cerca he estado de tocar fondo en toda mi vida. Y en el que ya no me quedaba voluntad ni ganas para salir a flote.
De forma que creo que sí mereció la pena meterme en estos berenjenales de la militancia política y el periodismo aficionado, que en nada se parece al profesional, y más de un curtido lobo de redacción se ha dejado los dientes en una empresa como las citadas. Al menos, hice durante estos años algo mucho más útil y digno que lamentarme por las esquinas, y que -en línea de mínimo- sirvió de distracción a los demás.
Y esto a pesar de que -y aquí enlazo con el párrafo donde empecé a hablarles de mis frustraciones, perdonen la digresión- tampoco haya conseguido hacer realidad uno de mis sueños: ver, en una publicación dirigida por mí, un artículo del maestro. Hubiera preferido -ni que decir tiene- que él fuera el director que me publicara algo; pero siempre he sido consciente de mis limitaciones y he sabido que tal cosa nunca sería realidad.
Lo otro -que él escribiera para mi publicación empecé a creerlo posible cuando tuve constancia de la enorme generosidad de Rafael García Serrano para todos los que luchaban por lo mismo que él creía. Y cuando supe que había cedido algunos poemas suyos para que los publicara el grupo literario falangista Poesía que Promete, me convencí de que -en alguna ocasión, de alguna forma- podría lograr mis deseos y ver mi nombre impreso junto al suyo.
Aquél pequeño tomo de poemas -desangelados, los llamó Rafael García Serrano- fue una revelación para mí. No voy ahora a sentar plaza de pelota, porque quien me conoce sabe que no es ese mi estilo, y porque sé que al maestro no le gustaría. Es cierto que casi ninguno de los poemas es gran cosa -literariamente hablando- y lo digo desde el absoluto convencimiento y la fuerza moral de saber que la poesía es un campo vedado para mí. Al menos, si no quiero hacer el ridículo. Los de Rafael son poemas sin  ángel -él mismo lo advierte en el prólogo que escribió para presentarlos- pero con un vigor y una intensidad tan extraordinaria como sus mejores prosas. Y hay uno -la  Canción del soldado que no tenía novia, del que antes les hablé-, que vale por veinte libros de filosofía. Y que confieso que me sé de memoria, lo mismo que muchas frases de sus novelas y artículos -como eso de que del diálogo no brota la luz, sino el hematoma- lo cual me ha valido algún pequeño éxito en ocasiones, bien que siempre he citado la procedencia, porque uno es agradecido.
No quiso el destino que se hiciera realidad el deseo de publicar algo de Rafael García Serrano en una revista dirigida por mí por la sencilla razón de que, cuando dirigí modestas publicaciones de partido, no tenía a nadie que me pudiera acercar al maestro; y cuando esa aproximación hubiera sido posible, no tenía publicación que dirigir. Circunstancias, abandonos y deserciones que ustedes sin duda recuerdan, dejaron a muchos españoles -entre los cuales me encontraba- sin ninguna agrupación política donde prestar sus modestos servicios. Y para cuando Juntas Españolas decidió lanzar la publicación EJE, y Jorge Cutillas tuvo el valor de jugársela poniéndome al frente de ella, Rafael ya había muerto.
Fue el día del Pilar de 1988: un día desgraciado a partir de ese año, se lo mire como se lo mire. Al menos para mí, y por otras razones además del fallecimiento del maestro Rafael, ese será un día gafado mientras tenga memoria de él. Y no creo que lo olvide fácilmente, porque en torno a esa fecha convergen todas mis frustraciones y derrotas.
Dice la voz popular que, para que una vida sea plena, hay que hacer tres cosas en ella: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro.
Pues bien: del árbol mejor que ni les hable. No tengo terreno donde plantarlo, y seguro que el arbolito prefiere permanecer desarraigado -o en la precaria infancia de un vivero- a sufrir un trasplante a mis manos, lo que probablemente supondría su sentencia de muerte.
Del hijo tampoco merece la pena hablar: me falta la condición indispensable; el requisito previo ineludible de estar casado. Y lo digo así de tranquilo, sabiendo que la fama de carca que esto me va a proporcionar es de las que no se borran ni al final de los siglos; máxime cuando lo que está de moda es lo contrario, y hacer una confesión como la antecedente puede darme mala fama incluso entre las mujeres más modosas. En fin: si el día del Juicio Final, a última hora de la tarde -y cuando ya el ángel de la trompeta esté morao de tanto soplar- se encuentran con un individuo que lleva colgado del cuello un cartel que diga ultra, sepan ustedes que seré yo. Y a mucha honra.
Del libro -de eso se trata, y lo digo por si mis digresiones les han despistado- si tengo algo que hablar. Este es mi libro.  Ya sé que estos folios son bien poca cosa; y que mas que estar orgulloso de ellos, debería avergonzarme de colarlos entre las distinguidas y valiosas firmas entre las que la casualidad me ha abierto un hueco. Pero esto es lo que hay, y quien da todo lo que tiene no está obligado a más. Yo doy aquí lo mejor de lo que soy capaz. Y no sólo por la cuenta que me trae -a nadie le gusta hacer el ridículo, y hay que apretarse bien los machos para meter unos folios entre las firmas que aquí figuran- sino porque si algo en el mundo merece la pena del máximo esfuerzo es cumplir con el maestro.
En el fondo, para él escribo. Esta es la conversación que nunca mantuve con Rafael García Serrano, aunque quede huérfana de su respuesta. Huérfana a medias, porque él, en cada uno de sus libros me dice algo nuevo cada día; algo que responde mis preguntas; que da solución a mis dudas, que me enseña a ser mejor o -al menos- a intentarlo.
El ya sabe todo esto que escribo y -mas importante aún- todo lo que callo, y el por qué. Él sabe que -como director de publicaciones- jamás he censurado un artículo de nadie; acaso porque no soy liberal, que -según el propio Rafael decía, y bien que lo comprobó y sufrió a lo largo de su vida- es la fauna mas propicia a establecer censuras. En cambio, también sabe el maestro que, si estos folios son mi libro -ese que toda persona debe escribir, según el dicho popular- no es por falta de cosas que decir, sino porque pienso que mejor hago callándolas. Sobre mí mismo si aplico la más férrea censura, y supongo que Rafael hacía lo mismo en los momentos de desánimo, para no dejar traslucir mas que su fe y sus ideales.
Por eso me tengo vetado, desde hace mucho, escribir algo que no sean los comentarios de actualidad de mi sección de EJE. Dar la opinión personal sobre los desaguisados que perpetra la fauna política, es algo a lo que poca gente se resiste, máxime si puede hacerlo en papel impreso y en un medio de comunicación que -como es el afortunado caso- cuenta entre sus lectores a mas de una personalidad cuyo nombre alegraría las pajarillas de mas de uno, y poblaría de fantasmas las noches miedosas de muchas malas conciencias.
Pero, en definitiva, ya va siendo hora de que deje de hablarles de mis motivaciones particulares y les cuente, como les había prometido, el nacimiento de este libro. La idea surgió de la carta de un suscriptor de EJE que nos proponía la realización de un homenaje a Rafael García Serrano.
No es que nos propusiera editar un libro, aunque si que sugería lo magnífico que sería hacer unas Obras Completas del maestro Rafael. Lo del libro en su homenaje fue idea nuestra, una vez comprobado que otros varios proyectos de homenaje eran inviables por razones de economía o de tiempo. Aún así, nos ha pillado el toro del calendario, y este libro, que estaba previsto editar para el primer aniversario de la muerte de Rafael García Serrano, saldrá -si hay suerte- para el segundo.

         (Entre paréntesis: eso creí, al escribir lo que antecede, con un optimismo que a la vista queda. Si hay suerte, no habrá sido para el segundo, sino para el cuarto aniversario. Y si no, Dios dirá. Fin del paréntesis).
***
         (Y otro paréntesis: no fue para el cuarto, ni el quinto, ni el vigésimo. Va a ser -quizá- para el vigesimonoveno, que coincidirá con el centenario del nacimiento del maestro Rafael.
Y, en cierta forma, por chiripa, puesto que de este asunto del libro, que en su día no pudo ser, ya nadie -salvo quien suscribe-, se acordaba, y por la sencilla razón de tener todavía en mi poder los originales que en su momento nos fueron remitidos.
El año anterior (o sea: 2016) di en recordar en mi blog que al siguiente se cumpliría el centenario, pidiendo a quien tuviese ocasión y medios que lo recordara. Ignoro si aquél aviso ha tenido alguna influencia en la conmemoración -mi vanidad no llega hasta el extremo de pensar que sí-, pero si sirvió para recordarme que aún tenía aquél proyecto de libro entre mis papeles y -acaso más importante en la actualidad- lo tenía también debidamente digitalizado.
Como aquello, en mi opinión, no iba a tener salida alguna, decidí sumarlo a la conmemoración del centenario publicándolo en mi blog, y así lo anuncié. El blog se llama -por si ustedes gustan- Mi Libre Opinión, igual que se llamaron mis secciones en EJE y en La Nación, y no hace falta indicar que no es un referente de Internet precisamente y que, aunque en su día -antes del desgraciado advenimiento de las redes sociales, que prácticamente han acabado con la presencia nacional entre la llamada blogosfera- tenía unas decenas de visitantes al día, ahora es prácticamente un simple desahogo personal.
No pensé, pues, que publicar este libro en formato digital en mi blog fuera a tener mayor trascendencia. Pero resulta que alguna de las personas ligadas a la organización del centenario tuvo noticia de ello, y se ha vuelto a la idea originaria de publicar el libro en la forma en que se deben publicar los libros, recabando nuevas colaboraciones y dándole la dignidad que merece.
Esperemos que esta vez si sea la buena, y fin de este nuevo y largo paréntesis).
***
Como novatos en estos temas, lo único que se nos ocurrió fue pedir su colaboración a cuantos periodistas, escritores y figuras políticas afines pudimos encontrar. Nos dirigimos en demanda de su ayuda a dieciocho famosas figuras, y las respuestas aquí las tienen los lectores.
Pensé -porque soy un individuo con muy mala idea, sobre todo si me tocan los temas sensibles- incluir una lista con los nombres de las personas a quienes demandamos su colaboración para este homenaje, y dejar que el propio lector emitiese el juicio correspondiente sobre los que, habiendo sido llamados, no tuvieron a bien responder. El tiempo transcurrido me ha hecho recapacitar, y he llegado a la conclusión de que los que no han sido capaces de remitir unos folios en recuerdo del camarada que se fue, no merecen que sus nombres figuren junto a los de aquellos que acudieron a la llamada ni -aún menos- junto al del maestro. Ni siquiera merecen el oprobio de que todo el mundo conozca su actitud, porque su mezquindad enturbiaría las limpias páginas de los que dieron el paso al frente a la primera insinuación.
(Nuevo paréntesis: ni siquiera ahora, al cabo de casi treinta años, quiero dar aquella lista de los que -cada cual con los motivos que tuviera- no acudieron a la llamada. Quizá pueda, incluso, ocurrir que quien entonces se descolgó -recuerdo una negativa especialmente dolorosa- se una ahora. Bienvenido sea, en todo caso).
Mientras estaba el libro en periodo de gestación, recibimos un consejo que nos hizo meditar bastante tiempo. Se trataba de dar a esta obra una envergadura mucho mayor, editándola con los mejores medios y contando con firmas que -se nos decía- aunque fueran políticamente opuestas a Rafael García Serrano, siempre habían considerado su valía literaria. Dudamos mucho, porque esta propuesta significaba realizar un homenaje a la altura que el maestro Rafael merece; pero nos temíamos que la aventura nos viniera grande. Por último, decidimos seguir la idea inicial.
Mas modesta, rayando en la pobreza, pero mas nuestra. No teníamos dinero para pagar colaboraciones, ni pensábamos que mereciera figurar en éstas páginas quien pusiera precio a su homenaje. Por muy importantes que fueran las firmas que hubiéramos logrado incluir, no era eso lo que deseábamos. Queríamos hacer una tertulia de amigos; un fuego de campamento; una reunión de veteranos que, en una chabola de este frente literario y periodístico en el que nos movemos, recordaran junto a la hoguera al camarada que se fue.
Rafael García Serrano fue siempre liberal, en el buen sentido de la palabra: en sus relaciones personales con aquellos que, aún pensando de forma distinta, tenían la honradez por bandera. Eso es cierto; pero una cosa es un trato educado y correcto, y otra muy distinta la amistad y la camaradería. Una cosa es respetar y darle la mano al adversario -al que se lo merezca, claro- y otra muy distinta darle un abrazo, llevarle a tu casa o presentarle a tu novia.
En fin: quizá otros hagan un libro mejor, con mas aportaciones y más medios; otros, tal vez, lograrán un gran éxito editorial. Nosotros sólo queremos rendir un homenaje al camarada que se nos fue a los luceros. Queremos hacerlo a nuestro aire, a nuestro estilo. Con la solemne informalidad de una reunión de viejos soldados que comparten los recuerdos. Y el vino. Estamos seguros de que Rafael lo hubiera preferido así.
Elegimos -elegí, que aquí cada palo debe aguantar su vela, y bueno es que ustedes sepan de quien es la culpa si lo consideran una forma de ahorrarnos trabajo- para el libro el mismo título que Emilio de la Cruz Hermosilla dio a su colaboración. Palabra que no fue por no pensar otro; ocurre, sencillamente, que definía perfectamente nuestra intención. Si Dios también anda entre los pucheros, como decía Santa Teresa de Jesús, bien puede este libro ser una oración por nuestro camarada, amigo y maestro.
Y esto es todo. El resultado lo tienen ustedes en sus manos. Esperamos que les parezca digno de la ilusión y el cariño que hemos puesto en él y -particularmente- del hombre a cuya memoria está dedicado.
Porque esto no es otra cosa que nuestra Oración por Rafael, a quien rogamos que interceda por nosotros para que seamos capaces de perseverar en el esfuerzo, como él siempre hizo.

Hasta luego, maestro. Quizá algún día me dejen pasar a verte un ratito, y podamos charlar de todo esto en el Paraíso que te has ganado a pulso. Ese Paraíso difícil, erecto, implacable, donde no se descansa nunca y que tiene, junto a las jambas de las puertas, ángeles con espadas. O con viejas máquinas de escribir, que también sirven para luchar por lo que uno cree, y bien que lo has demostrado.

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