Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

viernes, 6 de enero de 2012

Y POR SI QUEDABAN DUDAS...

A cuento de la viñeta de ayer -cuyo texto, si no la imagen, me asegura mi amigo Ocón que se está twiteando con cierto éxito- me hace llegar unos comentarios mi camarada Arturo Robsy. Y aunque me los hace a nivel particular, me parece que será bueno compartirlos con los lectores. Porque Arturo, como siempre, imparte conocimiento y humor, cosas ambas que, si nunca sobran, ahora son realmente imprescindibles.

Aquí los tienen:

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Con las mayestáticas personas es fácil confundirse. El chiste de pedirles que se vayan, dicho de un modo u otro, funciona desde la Guerra de Sucesión. Es familia peligrosa que lo primero que hizo fue dividir España con aquel criadero de herederos que fue el Reino de Nápoles. Si empezamos con las singularidades, aquel Felipe V, que ladraba y no se cambió de ropa en más de dos años, fue el primer Borbón y el Tercero. Carlos III, posiblemente masón, persiguió órdenes religiosas, como los jesuitas mientras su hijo, Carlos IV se dedicaba a la lucha libre y otras artes del tortazo en Sicilia, de ahí le vino la cara que conocemos. Fue expulsado de España, traicionado por su hijo, dominado por un guardia de Corps. Estos hechos dieron lugar a la segunda guerra civil y a un siglo XIX lleno de cuarteladas y de guerras, sin olvidar la enormidad de perder el imperio.

Se comprende que la gente no quería a la dinastía. Se fue Carlos IV y volvió Fernando séptimo. Se fue Isabel Segunda y volvió Alfonso XII. Marchó Alfonso XIII y regresó Juan Carlos I. La historia borbónica de España se parece a la ruleta: un juego de Azar, incluidas las enfermedades hereditarias y la desgraciada muerte del hermano de Juan Carlos y la de su primo carnal Alfonso. ¿Que se vayan? Si NO HACEN OTRA COSA DESDE LA MUERTE de Carlos II. Quizá de lo que se trate sea que no vuelvan.

Esta dinastía nos ha costado más sangre que la de los Austrias, cuando nos las veíamos con todo el mundo, turcos incluidos, más la pérdida de nuestro papel rector de la Historia. Todo muy triste y desafortunado. O sea, yo digo lo mismo que el chico del chiste: Que se vayan, pero con garantías. Llevamos desde el año 1700 (y un poco antes) soportando a una familia ni lista ni con sentimientos españoles legítimos: hasta Juan Carlos nació en Italia. Y una Hacienda fatal

Les pasa como en el chiste donde un cataléptico pide ayuda cuando se descubre enterrado en vida. Llega el sepulturero, apisona la tierra con los pies y le dice: Calla, que lo que te pasa es que estás mal enterrado. O sea, la sombra de Luis XVI y, más seguro aún, la de Luis XIV.

En fin, Rafael: te acabo de hacer un mal regalo de reyes. Y más: antes de que se vayan los Borbones, hay que hacer la revolución pendiente, o sea, la de los funcionarios y, más, la de los altos funcionarios, que llevan 150 años comiéndose España y paralizándola.

Arturo.

Será la noche que es, pero llevo horas pensando en camellos, que es como pensar en reyes sueltos por el desierto que es esto que vivimos. Y más aún: nuestro Rex puso a Fracia y Alemania en el papel de Godoy, que rima con Rajoy, que procede de una larga lista de funcionarios soberanos.

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Ni siquiera hace falta decir que estoy plenamente de acuerdo.

La referencia a ese Felipe V, que fue primer y tercer Borbón convendrá aclararla por si alguno de mis habituales anda despistado; y es que el rey orate fue sucedido por su hijo Luis I -al que raramente se hace referencia, pero que existió y reinó, aunque breve- y recuperó la Corona en una pirueta dinástica difícilmente justificable para quien se ocupe de esas menudencias.

Cierto que, además de conseguir que se vayan, lo que cuenta es impedir que vuelvan, demostrada de sobra la perniciosidad que los acompaña. Para eso, a mi -del enemigo el consejo- me gusta la solución comunista, aquella de la Revolución de Octubre que sentó cátedra.

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