Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

lunes, 21 de diciembre de 2015

SOBRE LOS RESULTADOS ELECTORALES.

Resultados de las elecciones que -como seguramente saben, aunque anden tan fuera de ese mundo turbio como el que suscribe- se padecieron ayer.

Seguramente, también, andan al cabo de la calle -los habituales, al menos- de cuan poco me importa el tejemaneje de las papeletas, la metedura de urna, la sacadura de escaños y, en suma, la llamada fiesta de la democracia, que no deja de ser la bacanal de la memocracia.

Seguramente, suponen cual fue mi voto, sobre todo a la vista de la anterior entrada, donde citaba las palabras claras, serenas y clarividentes de mi camarada José Antonio. No había nada que fuera menos malo, así es que dejé la fiesta para los saltimbanquis, y me entretuve en cosas necesarias y serias.

Lo hice así porque, como decía, no había ninguna opción que fuera menos mala; pero, sobre todo, porque no quería participar en el crimen. No quería ser responsable del desaguisado, y quiero, en cambio, poder decir sin sonrojo de vergüenza que lo que pase de ahora en adelante no es culpa mía.

Porque a partir de ahora -ahí vamos con lo que anticipaba el titular, disculpen la digresión previa- lo que va a ocurrir es que España tendrá un Gobierno paralítico, incapacitado para tomar decisiones, ineficaz, inútil.

Y será así ocupe el silloncito de La Moncloa quien lo ocupe. Si se aposenta de nuevo don Mariano, porque estará sujeto a caprichos, encabezonamientos y rabietas de segundos y aún terceros. Es decir; será menos capaz de gobernar que en los últimos cuatro años, donde ha actuado como un regular gerente de empresa, pero no ha gobernado, porque gobernar es cosa bien distinta de cuadrar balances, aunque los balances sean parte del buen gobierno.

Si lo ocupa don Pedro, o don Pablo, estará atado a los caprichos y las mentecateces de segundos, terceros, cuartos, quintos y vaya usted a saber cuantos ordinales más. Todos ellos a cual más lejano del sentido común, no digamos ya del sentido histórico, de la capacidad de ser los señores de la hora; y todos ellos -cada cual más, en competición ridícula- atados al sinsentido, al halago de los bajos instintos de la plebe, al politiquerío chabacano de taberna y a la algarada de facultad de la Complutense. Que viene a ser lo mismo.

España va a estar sin Gobierno serio, responsable, cuatro años, si es que se llega a terminar el plazo. Puede ocurrir que en el ínterin dejemos de ser esta memocracia tan alabada por los jetas, y pasemos a ser una república cantonal y bananera, podemita y piojosa, rijosa y antigua.

Y ¿saben ustedes una cosa?. Ninguna de las dos opciones me preocupa. Las dos son consecuencia lógica -y, por tanto, inevitable- de un sistema radicalmente injusto, donde los medios de comunicación y los partidos políticos son -constitucionalmente- creadores de opinión. No intérpretes; no relatores, no; creadores. Los amos y señores del cotarro, los que deciden qué está bien y qué está mal; los que mandan en nuestras ideas y en nuestras conciencias, al menos en las de los que se dejen.

Los que hace una semana daban gracias a sus dioses lares por el falseamiento de la voluntad popular en Francia, donde la izquierda recomendó votar a la derecha para que no pudiera ganar -democráticamente- el Frente Nacional, un partido político legal que no dice otra cosa que lo que piensa la mayoría de la gente. Los que dan gracias a todos sus dioses manes -el señor Expósito de las tardes en la COPE- porque en España no haya un partido de ultraderecha, pero que nunca se queja de que los haya de ultraizquierda. Los que -como el citado señor- jamás usan el término ultraizquierda; y si lo usan, lo hacen con mucha menos carga peyorativa que el de sentido contrario.

Porque ellos, en el fondo, no son mas que unos pobres monigotes, manejados a distancia de casi un siglo por las consignas -aun vivas y en uso- de la III Internacional estalinista.

Esto, en fin, tampoco me preocupa. Tampoco nos preocupa a los que -no de ahora, precisamente- vemos en este sistema un engañabobos en el que no está nuestro sitio. Ayer, gracias a Dios, tuve ocasión de pasar unas agradabilísimas horas con mi camarada Eloy, a quienes ustedes conocen por mis referencias y por su Trinchera, en la que con tesón digno del mayor elogio hace frente cotidianamente a la chabacanería y la hediondez. Como no podía ser menos coincidimos plenamente, lo cual no es nada extraño porque ambos -y súmense cuantos quieran- somos personas normales, razonablemente inteligentes y razonablemente curados de espanto tras cuarenta años de soportar marrullerías, desvergüenzas, triquiñuelas y sandeces.

Por supuesto, a ambos nos traía al pairo el resultado de las papeletitas y las urnillas. Porque nuestro sitio está fuera -así lo certificó el gilipollas de Landelino desde su prepotencia de enchufado en el Congreso-, y sabemos que las cosas no han hecho sino empezar a ir a peor.

También, porque los dos -y súmense cuantos quieran- sabemos que ya no queda más esperanza que dejar que las cosas terminen de enredarse, de complicarse y de -disculpen la franqueza- joderse.

Y después, empezar de nuevo los que queden. Amén.

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