Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

lunes, 14 de septiembre de 2009

SOBRE LA IMPIEDAD.

La del señor Anselmo Álvarez, que se dice abad de la basílica del Valle de los Caídos, y que -informan El Nuevo Alcázar y El País, al que cito para que no digan, entre otros periódicos- ha escrito una carta al ABC -cuyo enlace omito, puesto que no los mantienen disponibles mas que un poco tiempo- en la que dice que el funeral en memoria de José Antonio Primo de Rivera y Francisco Franco no se volverá a celebrar.
El señor Álvarez ha decidido que, en aplicación de la ley de memoria histórica, la memoria litúrgica de los aniversarios de Franco y José Antonio, se efectuará durante la misa conventual del día 20 de noviembre; y que el día 3 de noviembre los monjes celebrarán un funeral por todos los caídos.
Esto de rezar por todos los caídos -por mucho que el señor Álvarez no lo sepa- ha sido la norma desde el principio del Valle de los Caídos, y testigo soy de ello desde 1979 al menos. Si el señor Álvarez no está de acuerdo conmigo, que me llame mentiroso y allá veremos.
Es más: si no mal recuerdo, este mismo señor Álvarez -salvo que haya relevado recientemente al abad que hubiese en 2005- dijo esto mismo en la Misa del citado año, sin que ninguno de cuantos asistíamos protestásemos por ello, y también soy testigo.
En cuanto a no celebrar funerales por los difuntos, el señor Álvarez parece inclinarse a la norma de muchos clérigos que niegan sacramentos según sus personales simpatías. Ignoro si entre sus competencias o incompetencias figura la de seleccionar a los solicitantes de misas funerales, acaso en virtud del pedigrí democrático que presenten, o del antifascismo rampante que exhiban.
Pero, señor Álvarez, flaco favor hace a su Ministerio negando funerales a los muertos; a su monasterio, negando como Pedro a quien lo fundó; a la Iglesia, negando el pan del recuerdo y la sal de la oración a los católicos que lucharon por Dios.
Flaco favor se hace a sí mismo, señor Álvarez, cediendo al miedo, al complejo, al qué dirán y a la cuenta corriente.
Dios no se lo tenga en cuenta, porque yo si se lo tendré.

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