Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

sábado, 12 de julio de 2025

SOBRE MANOS BLANCAS MUY SUCIAS.

Cúmplese, según cuenta la prensa, el aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco por ETA, la misma que gobierna hay en Estepaís que ya no es España a través del socialismo criminal y zafio.

Como me temo que la visión edulcorada y propagandística de la prensa volverá a mentir al respecto -como al mes siguiente del asesinato, nada nuevo bajo el sol-, a continuación transcribo el artículo que publiqué en La Nación en aquellas fechas.

Creo que ya ando recordando viejas historias cual abuelo cebolleta. Pero la culpa no es mía -al menos no sólo mía- sino de los que nos quieren convencer de lo buenos que eran los tiempos idílicos en que había democracia y constitución. Como si alguna vez lo hubiera habido y alguien lo hubiera respetado.

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LA NACIÓN - Núms. 254-255 


Sobre la frase 

El pueblo español, a raíz del asesinato de Miguel Ángel Blanco Garrido, ha protagonizado una de las más impresionantes manifestaciones de dolor y de ira. Y de impotencia.

Impotencia, porque al pueblo español lo han domesticado, adiestrado en la dialéctica de los lemas insulsos (lo que los políticos llaman slogans) y de los pareados ripiosos.

Así, una de las frases más celebradas, más repetidas en los resúmenes televisivos, más jaleadas como muestra de la determinación popular, más aplaudida y difundida, como queriendo que se grabe bien incluso en las molleras más duras, ha sido la de ETA, escucha, aquí tienes mi nuca. Esta frase nació en la Puerta del Sol de Madrid. En el mismo escenario donde la Policía repartió estopa allá por el 79 a los que no gritábamos aquí tienes mi nuca sino contra ETA, metralletas, pareado igualmente ripioso, lo confieso, pero que demostraba un talante radicalmente distinto. Un talante que molestaba al Gobierno ucedarra, no sé si porque temía que el pueblo se hartase y tomara la determinación de hacerse la justicia que nadie le hacía —ni le ha hecho después— o porque les daba envidia no tener los arrestos de el más anciano de aquellos manifestantes.

Me ha causado, debo decirlo, una enorme impresión ver a decenas —acaso cientos— de personas, generalmente jóvenes, ofreciendo su nuca, arrodillados y con las manos tras de la cabeza, en actitud de cordero presto al sacrificio.

No puede caer más bajo el orgullo, la dignidad, la gallardía de un pueblo, que se ofrece a morir de rodillas porque ni siquiera ha pensado en combatir de pie. 

Que ha perdido el instinto de supervivencia, o acaso eso otro que diferencia al toro bravo del cabestro.

El pueblo español se ha convertido, definitivamente, en una lengua sin manos.


Sobre la esterilidad

La de todas aquellas manifestaciones, concentraciones, lazos azules, pancartas, que llenaron las calles y plazas de España hace —cuando escribo, a mitad de agosto— un mes.

Protestaron entonces contra un asesinato, muchos cientos de miles —acaso millones— de personas que no habían protestado antes. Fue, qué duda cabe, un gesto emotivo. Pero condenado, por falta de continuación, a la esterilidad.

Todo muy bien los primeros días, claro. Pero, una vez consumida la emotividad y el riesgo de que el pueblo, harto y hastiado; peor aún, burlado una vez más, se tomara la justicia por su mano, han vuelto las cosas a sus orígenes. Ya tenemos de nuevo a los separatistas del PNV acusando al Gobierno —y a los partidos españolistas en general— por no tender la mano negociadora a los asesinos. Por no seguir manteniendo a cuerpo de rey, de vacaciones en el Caribe, a asesinos confesos.

Y tenemos a esos partidos llamados españolistas con los habituales paños calientes, con las discusiones bizantinas de si se acordó esto o lo otro, de si se interpreta lo de allá o lo de acullá.

Y tenemos al Gobierno de vacaciones, y en septiembre empezaremos a hablar.

Y tenemos —ahora sin la menor duda, si es que alguna quedaba— la más completa seguridad de que no cabe más salida que pasar a cuchillo a los que, pudiendo poner soluciones, permiten que todo siga igual.


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