Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

lunes, 26 de mayo de 2014

SOBRE DOS ASUNTILLOS.

Dos asuntillos que tocaré brevemente, porque no quiero -aunque podría, ya conocen ustedes mi tendencia a divagar- extenderme y mandar los comentarios anteriores al fondo de la página.

Los asuntillos son los siguientes, y si quieren mayor información pueden seguir los enlaces a las noticias:

- La juez argentina María Servini, en su reciente garbeo por España, ha declarado a El País: Lo que se ve es el miedo y el terror de cada persona a declarar. A veces quieren omitir nombres o no dan detalles de las circunstancias en las que ocurrieron los hechos. Se emocionan, lloran. Lloran incluso los nietos que no han conocido a sus abuelos.

Pues sepa usted, señora Servini, que Franco falleció hace 39 años, luego el miedo y el terror que tenga hoy la gente difícilmente puede provenir del franquismo. En todo caso, de la propia conciencia de cada cual. Sobre todo, la de los nietos zapaterescos, tan añorantes de sus desconocidos abuelos.

- La Generalitat presenta su candidatura a la comunidad de habla francesa, según El País.

O sea, que don Artur -no quiero llamarle Arturo porque no se lo merece- viene a reconocer lo que algunos ya sospechábamos, porque la Historia -a igualdad de cretinos que la protagonicen-, se acaba repitiendo; esto es, que lo que él anhela no es separar su Catalunya -que no es la Cataluña de todos-, de España, sino volver a incorporarla a Francia como ya hicieran sus antecesores de siglos e incluso solicitaron servilmente de Napoleón, que tuvo el buen gusto de no hacerles el menor caso.

También viene a insinuar lo que siempre he pensado: que el catalán es una lengua romance que dejó de evolucionar del castellano antiguo por la influencia del francés, y se quedó a medio camino de uno y otro. Pero esos intríngulis ya son para lingüistas y demás diseccionadores del idioma, de los que procuro huir cuanto el decoro permite.

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