Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

lunes, 15 de marzo de 2010

SOBRE LOS ESCLAVOS DE FRANCO.

A ese diario que llaman Público ya lo conocemos todos. Lo mismo las gentes de bien que los hijoputas. Los primeros pasan de él como de comer mierda -obvio-, y los segundos lo compran porque es su catecismo del buen rojo: mierda, al fin y al cabo.
Algunos, como el que suscribe -que no me catalogaría de gente de bien, porque me sobra ira; pero que ni por el forro soy rojo porque carezco de la imprescindible cerrazón mental para serlo- lo lee porque hay que conocer al enemigo. Y porque nunca viene mal reírse.
Porque lo de Público es de chiste. Pero de chiste malo, de señorito desaborío, de esos que quieren que le rías la gracia aunque no la tengan ni como las avispas, en el culo. Público -mejor peripatético, esto es, esquinero-, es una farsa de compañía de terceras plazas, donde se nota que los puñales son de goma y las espadas de madera, y el bisoñé del primer actor no deja de bailar sobre el cogote.
Lo de Público -chapero esquinado- es de traca, servil lacayo de un señor Rodríguez paranoico y espeso que mueve los hilos de la marioneta a compás de una infantilidad patológica y necia.
Público es cueva de trogloditas, universidad de la estupidez, letrina de la falsedad, regurgitación de borracho, zahúrda de mentecatos, muladar de tontos, abismo de inmundicia, tenida de gilipollas, sumidero de la inteligencia.
Dicho lo cual, a modo de aperitivo, les explico el porqué. Y el porqué, es la soplapollez que pergeña en la edición del pasado día 13, contando esto:
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Miles de milicianos apresados por las tropas franquistas vivieron durante años una segunda condena. A sus largas penas de cárcel sumaron horas y horas de trabajos forzados por el único delito de haber permanecido fieles a la República. Tendieron vías férreas. Abrieron carreteras. Levantaron pantanos. Restauraron pueblos destruidos por la guerra. E, incluso, se incorporaron como mano de obra barata a empresas de personajes cercanos al régimen. Todo ello con jornadas de sol a sol y a cambio de ranchos de sardinas, pan, mermelada y un poco de carne. La mayoría albergaba la esperanza de que con su esfuerzo verían reducidos sus años entre rejas.
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Después se extasia en describir los sitios donde trabajaron esos esclavos, y cómo se llevaba el estadillo en los diferentes destinos que tuvieron.
Vayamos por partes. Es falso de toda falsedad que los presos lo fueran por el único delito de haber permanecido fieles a la República. Mi tío estuvo en el bando republicano. Había terminado la mili un par de años antes del 36, con lo que su quinta fue llamada prácticamente de inmediato. Como tenía estudios, lo nombraron teniente. Y como teniente terminó la guerra en las tropas republicanas. Fue detenido, procesado y condenado a tres años de prisión. Tres años de prisión por ser oficial del ejército enemigo. Tres años que se sustanciaron con la inmediata puesta en libertad y -ojo- con la reintegración a su puesto de trabajo como maestro.
Así es que miente como un bellaco quien diga que sólo por ser fiel a la República se dictaron largas condenas y trabajos forzados.
Las jornadas de sol a sol... pues coño, la que tenemos ahora muchos que no somos paniaguados del amo socialista. Pero en todo caso, la que tenían entonces los campesinos, hubieran sido republicanos o nacionales, vencidos o vencedores.
Y el rancho de sardinas, pan, mermelada y carne... ¿cuantos de los que habían sido vencedores en la guerra lo hubieran querido pillar en aquellos años en que -a solicitud de los socialistas y los comunistas, y los liberales, y los hideputas- a España se le aplicaba un cerco internacional como no se le aplicó a los derrotados en la GMII?
En cuanto a los estadillos y documentación donde se registra el número de presos, los traslados, las latas y bajas de cada unidad, sólo demuestran una cosa: que en aquella España los presos no desaparecían.
Pero al final, Público nos da la solución al enigma: La mayoría albergaba la esperanza de que con su esfuerzo verían reducidos sus años entre rejas.
Exacto: trabajaban para reducir condena. Cosa que la misma legislación actual permite en España y que es el pan suyo de cada día en la madre de todas las democracias: Estados Unidos.
Lo que viene a significar que, en los años 40 del pasado siglo, España estaba tan avanzada en legislación penal como los EE.UU. de hoy.

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