Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

viernes, 4 de noviembre de 2016

SOBRE LA BORRACHERA MORTAL Y LA HIPOCRESÍA.

Borrachera mortal la de esa niña de 12 años que, tras empapuzarse tragos varios de todo lo habido y por haber, se encalomó una botella de ron.

Ya partir de ahí, ya han salido todos los hipócritas a largar como si no tuvieran nada mejor que hacer. O quizá es que, efectivamente, no lo tienen.

Han salido a largar los de siempre, con las gilipolleces de siempre. Que si tendría que haber más vigilancia; que si tendrían que darles charlas en el Instituto; que si qué pasa en nuestra sociedad para que ocurra esto. Y -aunque solapadamente, por el momento- que cómo es posible que una cría de 12 años estuviera en un botellón a las 11 de la noche. Y no por primera vez, según El Mundo.

Y digo gilipolleces e hipocresía, no porque me guste faltar -que sí, que me gusta- , sino porque las cosas están muy claras. Si a los niños, a los mozos, a las mozas, a los adolescentes y adolescentas, les ponen vigilancia, enseguida sale quien diga que eso es coartar su libertad; que si Estado policial por aquí, que si gobierno dictatorial por allá. Y esto, los mismos padres de los mozos, mozas, etc., a los que la policía les pegue un multazo. Porque, claro, de dormir la mona en la comisaría ni hablamos, pobrecitos.

Pero es que si les dan charlitas, por un oído les entra y por el otro no les sale, porque se les queda en el serrín. Como a esta niña, a cuyo Instituto ya fueron a dárselas, y ya ven la utilidad.

Y ¿qué pasa en nuestra sociedad para que ocurran estas cosas? Pues algo tan sencillo como que ni en los Institutos hay autoridad para que los niños, las niñas y todo eso pongan la oreja a los que les cuentan, ni la policía tiene autoridad, porque hay multitud de jueces de menores, de fiscales de menores, de servicios sociales -pongan los etcéteras que gusten-, que ponen a parir a profesores, a policías y a autoridades de cualquier clase que intentan poner orden en el cachondeo.

Y por si fuera poco, tenemos a esos mismos jueces, fiscales, servicios sociales y sociedad en general, que mete en la cárcel a los padres que tengan la ocurrencia de prohibirle a los niños de 12 años ir de botellón. Porque eso, ya se sabe, les traumatiza. O les trauma, como dicen los modernos ignorantes que peroran sin fin en radios, televisiones, periódicos y juntas de vecinos.

Algo de esto dice mi camarada Eloy en su Trinchera, y les ruego que sigan el enlace.

Y la policía, los jueces -y etc.- que no permiten a los padres ejercer su autoridad y educar a sus hijos, no hacen sino cumplir las leyes. Que son una mierda, pero son leyes.

Ustedes, seguramente, saben quién hace las leyes. Incluso los hipócritas y los gilipollas que piden hoy lo que ayer rechazaban. Las leyes las hacen los políticos -el Gobierno que suele presentarlas, o en su defecto los diputados, y el Parlamento que las aprueba-, y a los políticos -hablo en teoría, evidentemente- los elige el pueblo soberano. El mismo que luego no está de acuerdo con lo legislado, pero que sigue votando a los que legislan esas memeces.

¿Quién tiene la culpa entonces? ¿El policía, el juez, el fiscal, el profesor, el padre? ¿O el memo que vota sin saber qué, ni para qué, ni por qué?

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