Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

martes, 22 de febrero de 2011

SOBRE LO QUE HICIERON AQUEL DÍA (23.2.81).

Publicaba El País el pasado domingo un llamado reportaje, en el que unas presuntas personalidades se daban autobombo comentando lo que hicieron el 23-F. Si prefieren no tener contacto con ese periódico, lo pueden leer en mi almacén.
Se cumplen 30 años, y como no podía ser menos todos -todos, absolutamente todos- están que pierden el culo por hablar de aquél día. Llevo recopilado un buen montón de enlaces -vicio que confieso, más que nada porque siempre es útil comparar declaraciones y posturas al cabo de cierto tiempo-, pertenecientes tanto a los periódicos de ultraizquierda como a los de derecha, pasando por -si es que eso existe- el centro.
Evidentemente, ninguno dice nada nuevo -el sino del progre, sea de izquierdas, de derechas o mediopensionista, es dar vueltas en torno a lo mismo, como el burro sobre la noria-, y, lo que es peor, ninguno deja de mentir de una u otra forma. Y causa vergüenza ajena ver un reportaje de La Gaceta llamando traidor al rey al Excelentísimo Sr. D. Jaime Milans del Bosch, en un alarde de monarquismo que con ese comentario se define; y dar cancha en otro al ex-diputado Manuel Núñez Encabo -el que era llamado a votar en el crítico momento de la entrada del Teniente Coronel Tejero en el hemiciclo-, que quiere hacerse el héroe manifestando que "era un golpe violento."
Pero a lo que iba, que es al reportaje de El País, no quiero dejar pasar la ocasión sin comentar los recuerdos -o las invenciones- de los entrevistados.
Así, nuestro queridísimo Presidente Rodríguez, confiesa con ejemplar moderación que no hizo nada -salvo oír la radio- hasta el día siguiente cuando organizamos un acto en el hall de la Facultad de Derecho bajo un cartel en el que se podía leer: '¡Viva la Constitución! En defensa de la Democracia'.
Tampoco es para presumir mucho, don José Luis. Sin ir más lejos, este que suscribe se pasó la noche pendiente, no ya de la radio, sino del teléfono, presto a acudir si era requerido, y sin esperar al día siguiente, cuando ya estaba claro que no había peligro en montar numeritos en la Universidad.
Lo del señor Rajoy es, si cabe, incluso peor. El 23-F le pilló -lo que son las cosas- cortándose el pelo. Quizá por la impresión -esto de que la Historia pase a tu lado mientras haces algo tan necesario como poco lucido debe acomplejar un tanto-, afirma que luego vino el temor a regresar a una época de atraso brutal e incluso un cierto bochorno por aquellas imágenes de España que estaban viendo en todo el mundo.
Tomen nota -si gustan, que no gustarán- los votantes de don Mariano: época de atraso brutal la inmediatamente anterior al despiporre de la Transición. Y bochorno por ver que un grupo de militares intentan poner freno al putiferio y devolverle algo de cordura a lo que todos -socialistas y separatistas incluidos- veían como intolerable. Seguramente don Mariano prefiere ver las imagenes de los aeropuertos llenos de gente que no pueden tomar su avión porque el Gobierno ha cerrado el espacio aéreo, por no hablar de las costas gallegas llenas de chapapote.
Doña Esperanza Aguirre no hace valoración política alguna, y es de agradecer a la vista de lo que dicen los demás. Sólo explica que anduvo de un lado para otro, escaqueándose de su trabajo con otros compañeros.
La señora Chacón, actual Ministra de Indefensión, que declara que entonces aún no había cumplido los diez añitos, demuestra lo espabiladita que era ya de niña, puesto que ayudó a su señora madre a empaquetar libros y documentos que intuí comprometedores, peligrosos para los tiempos que se avecinaban.
Semejante precocidad intuitiva se completa con la explosión de alegría que le supuso ver al rey en televisión aquella noche.
Un señor llamado Julio Rodríguez, que ahora dice ser Jefe del Estado Mayor de la Defensa, era entonces capitán destinado en Manises como piloto de Mirage III, y recuerda que tuvo la sensación de que habíamos estado muy cerca del desastre. Un desastre del que nos salvaron comportamientos muy dignos, siendo el de Su Majestad el Rey fundamental.
Admitiéndole a este señor Rodríguez su derecho al pelotilleo, que es cualidad muy valorada hoy día en su profesión, es de agradecer que sólo diga que al enterarse por la radio de que en el resto de España la situación no era como en Valencia se tranquilizase un poco. Ejemplar actitud de un capitán, cuando su Capitán General ha declarado el Estado de Excepción en su Región.
Y declaraciones que me confirman lo que ya pensaba hace tiempo sobre la afirmación de quien entonces mandaba aquella base -cuyo nombre ni recuerdo ni quiero recordar- en unas conferencias que impartía unos meses o años después a asociaciones de mujeres de militares, en el sentido de que se opuso a Milans, hasta el punto de situar los aviones de combate enfilados hacia la entrada de la base para -así lo decía- combatir a los tanques desde el suelo. Como no creo que don Julio Rodríguez, a quien tan bien le vendría darse bombo, oculte esa información, queda claro que aquél Jefe no hacía mas que presumir ante las esposas ajenas. Que, evidentemente, le despreciaban como corresponde.
El actual Director del CNI, Félix Sanz Roldán, afirma que entonces era Capitán de Artillería, destinado en la Brunete pero desplazado al campo de maniobras de San Gregorio. Se indignó -cuenta- al ver las imágenes de guardias civiles, de uniforme, entre ellos un teniente coronel, zarandeando a un teniente general en el Hemiciclo del Congreso, al que no le guardaban el respeto que exige la Ordenanza. 'Nunca estaré de su lado' .
Seguramente el señor Sanz, actual jefe de los espías, se solidariza, siquiera inconscientemente, con el espía que tan bien sirvió a quienes engañaron y traicionaron a sus compañeros militares, cuya trayectoria profesional distaba mucho de ser la que uno espera en un Ministro de Defensa. No se si don Félix se indignó consigo mismo, al abandonar a sus compañeros oficiales de la Brunete. De ser así, no cabe duda de que ello no le impidió hacer una buena carrera posteriormente.
La actividad del entonces capitán, hoy Jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra, don Fulgencio Coll, parece que se redujo a tranquilizar a un antiguo soldado, a la sazón relacionado con los socialistas, con quien se jugó una cena a que al día siguiente todo habría terminado. Cena que -se lamenta- aún está esperando. Triste sino, sin duda, el de un capitán que vive pendiente de que los socialistas le paguen las cenas.
Diferente es el recuerdo de don José Bono, entonces secretario cuarto de la Mesa del Congreso, que con su vista de lince se dió cuenta en seguida de que aquello era un golpe de Estado. Un golpe de Estado tan violento -recuérdese lo que decía el precitado Manuel Núñez Encabo- que los de la Mesa podían ir al servicio cuando querían, y que dejaron al señor Bono ir a su despacho a por tabaco, porque el que tenían disponible no les gustaba.
Le llama la atención al señor Bono que el guardia que le acompañó a por el tabaco a su despacho le pidiera permiso para llamar por teléfono, y dice que le respondió que como usted comprenderá a los secuestrados no se les pide permiso. Lo cual demuestra que la prepotencia que hoy luce don José ya la llevaba puesta hace treinta años, y que él está acostumbrado a hacer lo que le salga del tupé allá donde va, sin siquiera tener la buena educación de pedir permiso.
Para don Pascual Sala, Presidente del Tribunal Constitucional actualmente, que entonces era magistrado de lo contencioso-administrativo de la entonces Audiencia Territorial de Valencia, lo más preocuoante fue -dice- la represión que se avecinaba -los antecedentes no dejaban lugar para la duda-, y cómo hubo manifestaciones a favor de la Constitución y la democracia. Fue impresionante cómo acudimos a ellas -yo en Valencia, claro- acompañados de nuestros hijos y cómo aprendimos a valorar nuestra Constitución como instrumento absolutamente necesario para nuestra convivencia y, aún más, nuestra subsistencia.
Evidentemente, don Pascual, la Constitución es un elemento absolutamente necesario para su subsistencia. No hacía falta ni que lo dijera.
La actuación del Presidente del Supremo y del CGPJ, Carlos Dívar Blanco, entonces titular del Juzgado Central de Instrucción nº 4 de la Audiencia Nacional, se redujo a quedarse en su puesto de trabajo y ver la televisión, aunque se vanagloria de que el Consejo fue la primera institución que emitió esa misma noche un comunicado en defensa de la Constitución y en apoyo de la legalidad que se pretendía subvertir.
Lamentablemente, don Carlos Dívar no aclara si ese comunicado fue anterior o posterior a ver en la televisión el mensaje del Rey, cosa que sería importante conocer.
Para terminar la lista de personalidades de El País, no podía faltar el señor Garzón, que firma como Consultor de la Corte Penal Internacional, en vez de como juez suspendido por presunto delito de prevaricación, que es como se le conoce.
Don Baltasar estaba destinado en Valverde del Camino (Huelva), aquel aciago día en el que la alta bota y la larga mano del fascismo estuvieron a punto de retomar la dirección de nuestro país.
Desde entonces, a lo que se ve, tenía don Baltasar el regusto por la literatura truculenta, a cuyos certámenes acude asiduamente. También muestra su truculencia expresiva el aserto de que aquél hecho durante unas horas nos transportó al arcano más rancio y cuartelero de España.
Y también, a lo que se ve, tenía entonces la misma exactitud y rigor que ha desplegado durante su trayectoria profesional, porque afirma que pasadas las seis de la tarde, se fue a su domicilio para esperar acontecimientos. Si se tiene en cuenta que antes de eso había recibido la llamada de un compañero que le contaba las noticias, había guardado un silencio teatral con el mismo, así como para reforzar sus lapidarias sentencias antifascistas, y había recogido sus papeles personales del despacho; y que el Tte. Col. Tejero entró exactamente a las 6,22 -según todos los medios de la época-, es indudable que su relación cronológica no es demasiado exacta. O que se dió una prisa de la leche.
Pero no es eso todo. Como -declara- desde su casa se veía el cuartel de la Guardia Civil, se dedicó a espiarlo con unos prismáticos, mientras los vecinos iban llegando para quedarse en nuestro piso al creer que con el juez de instrucción estarían más seguros, y él pensaba en que después de tanto esfuerzo de mis padres y mío para llegar a ser juez, tan solo diez días después se iba a terminar, si triunfaba el golpe, porque no me veía yo juzgando a personas en una dictadura.
Y después de vestirse de héroe que espía a los guardias, que defiende a los vecinos, que jamás aplicará la Ley bajo una dictadura, llama golpistas de opereta a los del Congreso. Verdaderamente heróico, don Baltasar; de auténtico supermán con los calzoncillos fuera de la toga.
Lástima que luego se haya sabido que usted, señor Garzón, no sólo espía a la Guardia Civil, sino que manda a sus escoltas -los que le pagamos nosotros- para que saquen a su hijo de unos líos con la Benemérita; que se lleva muy bien con ciertas dictaduras islámicas; que ponga en libertad a quien usted mismo, tres meses antes, acusaba de terrorista; que después de tanto esfuerzo por ser juez, haya sido expedientado por escapársele narcotraficantes por su desidia laboral.
Termina el señor Garzón su cuentecillo afirmando que aquello le dejó dos certezas: la defunción de los métodos fascistas para gobernar y la convicción de que la fortaleza de los ciudadanos unidos puede evitar, cuando quiere, la humillación violenta de unos pocos.
Una verdadera pena que unos añitos después volviera la vista a otro lado en el asunto del GAL, al menos hasta que comprobó que Felipe González no le iba a hacer Ministro, y que después se detuviese en el justo momento para no llegar a la famosa "X". Lástima también, señor Grazón, que no se diera cuenta de que se llamada "segunda certeza" no le hiciera ver que, precisamente, lo que usted llama fascismo -esto es, la etapa de Franco-, no fue sino la unión de unos ciudadanos que no querían soportar la humillación y la violencia de unos pocos: sus rojos de usted.
Tiene usted, por fin, la duda de si la justicia hizo todo lo posible para sancionar severamente a los culpables.
Hombre, don Baltasar, eso se lo digo yo: no. La justicia no hizo lo posible por sancionar a los culpables del 23-F, claro que no.
No hizo lo posible por sancionar a los instigadores del golpe, aquellos que convencieron al Teniente General Milans del Bosch de que las más altas instancias le encomendaban aquél servicio; aquellos socialistas que -según don Jordi Pujol, véase Público del 2/10/2009-, llevaban tiempo preparando un Gobierno dirigido por un militar, eso si, a su gusto. No sancionó a los que utilizaron de chivo expiatorio a renombrados Generales, Jefes y Oficiales, para "vacunar" -lo dice Público también- al sistema partitocrático; para deshacer aceleradamente a la UCD y abrir el camino al PSOE; para deshacer el Ejército, y para -ojo, esto lo dice Público- reforzar la legitimidad de la monarquía.
No hizo lo posible por sancionar a los que mintieron al General Milans del Bosch, al Teniente Coronel Tejero, diciéndoles que iban a una cosa y con un visto bueno, y se encontraron con una lista de Gobierno de concentración, con socialistas y comunistas -fuerzas a la sazón minoritarias que tenían demasiada prisa, en opinión del citado Jordi Pujol-, de manos del ex-General Armada.
Ex-General que ahora, en entrevista concedida a El Mundo -tras ser condenado primero a una sentencia ridícula y después, tras el recurso de la Fiscalía, a 30 años, de los que cumplió seis-, sale haciéndose la víctima, el mártir y el héroe, todo por el mismo precio; negando que hubiera lista ninguna, y asegurando que un guardia le quiso pegar un tiro.
Claro que no, señor Garzón; claro que no se hizo lo posible por sancionar a los culpables. Sólo se sancionó a las víctimas, que las hubo, aunque no las que usted piensa, y fueron todas militares salvo Juan García Carrés.

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