Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

martes, 7 de julio de 2009

SOBRE LOS SANFERMINES.

Fiestas pamplonesas mundialmente conocidas -en gran parte por Hemingway, como es obvio-, y que ayer comenzaron con el Chupinazo.
 
Antes del Chupinazo -doce horas antes, por concretar- comienza el relato en una de las mejores novelas -y ya es decir- de Rafael García Serrano: Plaza del Castillo.
 
En Plaza del Castillo, el que en mi opinión es el mejor escritor en lengua española de todos los tiempos, cuenta aquellos Sanfermines del 36, preludio de la Guerra de Liberación. Transcurre la fiesta entremezclada con la inminente sublevación, y entre kilikis y zaldikomáldikos se esconde un Capitán falangista y el Comisario de Policia socialista que lo ha llevado preso a Pamplona. Y en los encierros se mezclan los falangistas que cuidan y protegen al camarada herido, los comunistas que derrochan verborrea de mitin cuando ya las cornetas están a punto de silenciar la palabrería inutil, y los requetés prestos a alistarse por familias enteras -abuelo, padre, hijo-, para la ocasión armada que siempre esperaron con impaciencia de cita amorosa.
 
Y el muchachito que -recien descubierto el amor- se presenta voluntario; y los que le quitan importancia al gesto y dicen que se van porque lo hacen todos los amigos; y el que descubre que la palabrería mitinesca ya no le dice nada, pero se mantiene en sus trece porque le parece indigno cambiar en la hora del peligro.
 
Y el separatista basko que se larga a Francia a buen paso de montañero, y que al final acaba reconociéndose a si mismo que se marcha porque es lo que se espera que haga; porque esto de ser español es una lata, siempre se obliga uno a cosas honorables.
 
Y el que sale de la prisión -política- con ganas de hacerse cargo del Gobernador Civil socialista y chulángano que le entrulló, y al que sus camaradas falangistas le dicen que él -precisamente él- no puede hacerlo porque lo odia; que no se puede dejar rienda suelta al odio porque el día de mañana tendrán que vivir juntos con el enemigo de hoy.
 
Y el General Mola.
 
Todo esto -y mucho, muchísimo más- fueron aquellos Sanfermines del 36. Y, gracias a Dios, quien lo quiere saber lo tiene a mano, porque Plaza del Castillo ha vuelto a ser publicada, en esta ocasión por Homo Legens, y la tienen ustedes en librerías.
 
No se la pierdan.

SOBRE LAS AYUDAS A LOS COCHES ELECTRICOS.

Que ha prometido el señor Ministro de Industria, Miguel Sebastián, y que supondrán hasta 7.000 euros de forma directa.
 
A mi, lo de los coches eléctricos me parece muy bien; me encantaría tener uno, y agradecería mucho esa ayuda. Ocurre, sin embargo, que no tengo donde enchufarlo; cosa que a estos ministros socialistas y socialistos acaso les cueste creer. Porque subírmelo a casa no es apropiado; y tender un cable de quince o veinte metros -siempre que consiguiera aparcarlo justo debajo de mi ventana- o de doscientos no es fácil, ni creo que me lo permitiese la autoridad supuestamente competente.
 
Otrosí, si tuviera una plaza de garage, dudo mucho que la comunidad de propietarios me permitiera tirar de electricidad así como así; y dudo también de que la compañía eléctrica accediera a instalarme un contador propio -en mi plaza de garage, si la tuviera- a estos efectos.
 
¿Quien podrá, pues, tener coches eléctricos? Evidentemente, los que posean garage en su propia vivienda individual, o las empresas con instalaciones adecuadas.
 
No voy a caer en la demagogia fácil de decir que quien habita en lo que llaman vivienda unifamiliar sea un potentado. Hay infinidad de familias que han logrado esta forma más humana de vivir que las insufribles colmenas ciudadanas, a costa de enormes sacrificios. Pero tambien es indudable que quien vive en un chalet tiene menos agobios que el que habita un cuchitril de alquiler.
 
En consecuencia, y como es norma en este socialismo felipista o zapaterista, se beneficia a los que menos necesidad tienen.

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