Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

sábado, 5 de febrero de 2011

SOBRE LA CAZA Y LAS BRUJAS.

Quéjase amargamente el señor Garzón -aquél que fue juez socialista- de que es víctima de una caza de brujas. Así lo certifican El País que lo define como "tranquilo pero cabreado"; y El Plural, que recoge su frustración. Todo ello, en un acto multitudinario de la Semana de Novela Negra de Barcelona.
Anda don Baltasar aficionándose a la literatura, porque ya hace unos meses estuvo en Segovia en otro festival de igual índole. Quizá por esta tardía vocación -porque hay que ver lo mal que se expresa, el pobre, para presumir de juez, de estrella y de bruja- le echa imaginación al asunto -a su asunto-, y olvida que si está empapelado es por adoptar medidas contrarias a Derecho a sabiendas.
Y lo sabía, ya lo creo que lo sabía. O lo sabía, o es un pobre disminuído, que olvida sus propias sentencias y la manera de buscar en su propia jurisprudencia.
Así es que, señor Garzón, puestos a denunciar cazas de brujas, preocúpese, más de si hay caza o no, de si usted es o no es bruja.

SOBRE MENTIRAS QUE SE CAEN SOLAS.

Ya que estamos con las historias truculentas de niños "robados" -que no niego que existieran, ni que sigan existiendo-, que es la última serpiente de, en este caso, invierno, con que los medios de distorsión de la opinión nos obsequian, haré un comentario al respecto.
Y un comentario que me ha saltado sin buscarlo, casualidad pura y necedad supina en la redactora de El Mundo, y no digamos en la supuesta víctima del robo de niño.
El caso es que una señora nominada como María Luisa, afirma que "se separó de su marido, se enamoró de otro hombre y se quedó embarazada"; y que el nuevo amante -lo dice El Mundo, no yo-, se largó de naja. Acudió a una monja -Sor María-, que le dió una tarjeta para cuando ingresase, y luego "no volvieron a verse". El 31 de marzo de 1982 -continúa- llegó el momento, y tras el parto le robaron la niña y "Sor María le dijo que como formase escándalo la denunciaría por adulterio y le quitaría a su otra hija".
Así, de entrada, es difícil comprender cómo es posible que dos personas no se vean más, y vuelvan a verse. Parece difícil, ¿verdad?. Pues así lo cuenta la interfecta: no volvieron a verse tras darle aquella tarjeta, pero la amenazó con denunciarla.
Pero más difícil es entender que la referida como María Luisa se angustiase ante la posible denuncia por adúltera, cuando el adulterio dejó de ser delito el 26 de mayo de 1978. La explicación de El Mundo, claro, es que tenían "temores de la dictadura aún metidos en el cuerpo."
Vamos, que la culpa de lo que ocurriese en 1982 la tenía Franco, lo cual me da motivo sobrado para decir, a mi vez, que la supuesta María Luisa, que si en el citado año tenía 24, a la muerte de Franco tendría 17, poco tiempo tuve de temer a la dictadura ni leches parecidas, y lo dice alguien de la misma edad.
En todo caso, no tuvo miedo ninguna a la hora de ponerle adornos óseos a su marido, liarse con otro a la primera ocasión y quedarse con el paquete. Tal vez tan ajetreada vida sentimental la privó de enterarse de que ya el feminismo le había conseguido libertad fornicatoria a dos o tres bandas, y no tenía que temer ninguna denuncia por adulterio.
Y lo siento mucho si esa señora era de natural cortito, solamente útil para eso que ya nos imaginamos, cerrada de mollera y no tanto de otras zonas. No me gusta ensañarme con el débil, ni aventurar juicios para los que no soy quien.
Pero que no me metan a Franco en la mierda de 1982, porque se me va el teclado.

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