Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

miércoles, 15 de julio de 2009

SOBRE LA QUEMA DE IGLESIAS.

Y en esta ocasión no hace falta recurrir a la memez histérica de Rodríguez, porque es cosa ocurrida hace poco, unos días nada más, el 12 de Julio pasado según informa Diario Ya.
 
La cosa ocurrió en la iglesia de Santa Genoveva, en Majadahonda; una nave prefabricada a falta de lugar concreto donde edificarla decorosamente, en cuyo techo -y adosados a los conductos del aire acondicionado-, habían colocado botellas conteniendo gasolina.
 
Personalmente, hace muchos años que no acudo a la iglesia salvo para funerales; no voy porque puede uno encontrarse allí con aquelarres como el de los Obispos baskos que comenté hace unos días; o con un curita que identifique la celebración de Cristo Rey con una organización ultraderechista de hace unos años. O con otro cura que se enoje porque en la conmemoración de la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús, suene el Himno Nacional. O con un portavoz eclesiástico que afirme que hay que votar al PP porque, a fin de cuentas, defiende la ley de aborto del 82, que no es tan mala.
 
Esto no es obstáculo para que no me guste quemar iglesias ni ninguna otra cosa, tal vez por la educación retrógrada, represiva y fascista que recibí -gracias a Dios, pero no a la Iglesia- de la oprobiosa dictadura franquista.
 
Tampoco me gusta que nadie las queme, y menos aún -por lo que supone de acojonamiento y de complicidad- me gusta que los medios de comunicación callen como putas -cada uno calla, evidentemente, como lo que es-, estos sucesos.
 
Y en el caso de la iglesia de Majadahonda, sólo Diario Ya y El Mundo -en prensa- y La quinta columna -en radio Intercontinental- se han hecho eco de ello.
 
Acaso -pienso- los Monseñores deberían empezar a pensar menos en congraciarse con el rojerío serpenteante y con los meapilas fariseos, y más en animar a los que defendemos la Institución eclesial anque en algunos casos -como el mío- sea más por cuestión de ideología que de fe en los pastores que confraternizan con el lobo.
 
Deberían ir dándose cuenta de quien saca la cara por la Institución eclesial, no sea que un día -no tardando mucho, a lo que se ve- vuelvan a querer romperle la cara a la Iglesia y nosotros -como llevan ellos cuarenta años haciéndonos- volvamos la nuestra a otro lado.
 
Porque como católico, aunque sin fe en la Iglesia-Institución, debo poner la otra mejilla; pero como español, jamás pedire que la ponga mi Patria.
 
 

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