Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

lunes, 20 de diciembre de 2010

SOBRE LOS TRABAJOS RACISTAS DEL FRANQUISMO.

Esta vez es El País -que al parecer aún no cierra como sus compinches del grupo PRISA- el que se apunta al bombardeo de las truculencias y las ucronías. O acaso saca estos relatos para entretener a sus lectores, tan demócratas, que si no maldicen de Franco una vez por semana no se sienten realizados. Contra Franco viven mejor, los cabrones.
Sale el paisillo con un reportaje en el que dice demostrar que el franquismo fue racista a más no poder con los negros de Guinea Ecuatorial, y lo afirma basándose en que el CSIC -centro superior de investigaciones científicas, no confundir con el CESID-, reeditó a mitad de los cincuenta, un libro originalmente publicado en 1944 que llevaba por título Capacidad mental del negro, escrito por los doctores Vicente Beato y Ramón Villarino.
En dicho libro -entrecomilla El País- los doctores españoles afirmaban que "las enfermedades tropicales, desde la tripanosomiasis, la temible enfermedad del sueño, al paludismo, e incluso la lepra, han dejado tales estigmas en el hombre negro que su inteligencia se ha resentido."
Y continúa: "Hemos señalado cómo las enfermedades tropicales agotan totalmente al individuo desde su nacimiento y cómo con ello sufre su psiquismo. No queremos indicar con esto que toda la inferioridad de las cualidades psíquicas del negro sea debida a la tara patológica"... "Estimamos que gran parte de ella es consecuencia de un fenómeno natural. Es indudable que una sanidad bien llevada mejoraría la raza también en dicho sentido".
Veamos, paisillos: ¿no es evidente que una enfermedad continuada puede disminuir la capacidad intelectual de una persona? ¿No es evidente que quien sufre, pongamos por caso, fuertes y contínuos dolores, puede concentrarse peor que quien no los padece, y su rendimiento intelectual disminuye? ¿No es obvio que una sanidad adecuada mejora la calidad de vida de las personas? ¿No resulta obvio que la buena salud de los padres influye positivamente en la descendencia, y viceversa? Por último, ¿no está claro que antes de cultivar la mente, el ser humano tiene que atender a su supervivencia?
Con un simple vistazo a la actualidad, observaremos que UNICEF, multitud de ONG, especialistas de toda índole, machacan constantemente con la necesidad de erradicar enfermedades endémicas de África; con la necesidad de llevar la educación a los rincones apartados de África; con la urgencia de preparar a los africanos que aún viven en una sociedad arcaica, para los nuevos tiempos globalizados. Sin salud y sin cultura, los africanos -de cualquier color, pero reconozcamos que el predominante es el negro- no están a la altura del resto del mundo. Cuestión perfectamente extensible, al menos en lo tocante a la educación, con nuestra propia realidad en España, donde las últimas generaciones están tremendamente alejadas del nivel intelectual que les correspondería. Y con leer los informes de fracaso escolar sobran más argumentos.
Dice El País que no cabe aducir que "el estado de las investigaciones psicológicas en aquellos años no daba para mucho más y que los paradigmas científicos eran a la sazón tales como Beato y Villarino los expusieron en su libro", porque ya antes que ellos "una doctora española destacada en Guinea Ecuatorial, Ave María Vilacoro... combatía con denuedo aquellas concepciones por considerarlas netamente racistas", según el psicólogo e historiador de la Ciencia Javier Bandrés, de la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense.
Y este individuo afirma que el estudio de marras se hizo para que el franquismo pudiera justificar la consideración de los indígenas "como simples braceros, habida cuenta de su manifiesta deficiencia intelectual", lo que El País aprovecha para indicar que todo ello estuvo presente "hasta el fin de la colonia, en 1968", y sometido a la Ley de Secretos Oficiales, que "sepultó en el silencio durante décadas todo lo concerniente a la atribulada colonia española."
Atribuladísima colonia española la de Guinea, que desde su independencia en 1968 ha gozado de la mayor paz, prosperidad y buen gobierno, ¿verdad, paisilleros?
Por cierto, necios de El País, echad un vistazo a la wikipedia -porque para otra cosa no valdréis- y podréis ver cómo en los mismísimos Estados Unidos de América, los ciudadanos de raza negra aún luchaban por sus derechos civiles en ese mismo año 1968, fecha de la independencia de Guinea.

SOBRE LAS TERTULIAS DE SIMANCAS.

Don Rafael Simancas es -para quien no lo conozca siquiera en Madrid, donde pretende sustituir a la señora Aguirre- socialista. Socialista zapaterino, pese a que Rodríguez le quiso puentear con la designación digital de doña Trinidad Jiménez para aspirante a gobernar la Comunidad de Madrid.
Don Rafael Simancas es un conocido perdedor, pues lleva ocho años -acaso doce- siendo derrotado, y es posible que goce dentro de unos meses de un nuevo bofetón del electorado. Don Rafael Simancas es un socialista típico y tópico, rojazo de guardarropía, stalinista ocultón al que basta con rascar levemente la capa oleosa de democracia con que se recubre, para que salga a la luz el bolchevique cavernario.
En uno de estos arranques de dictadorzuelo, se pregunta en artículo publicado por El Plural -que lo copia de la Fundación Sistemas, en enlace que lleva al blog del susodicho- cuántas tertulias de extrema derecha hay en televisión.
Tetulias que, evidentemente, le causan la normal molestia que a todo ceporro le supone que le canten las verdades con argumentos, hasta el extremo de pretender un debate sobre los límites en el ejercicio de la libertad de expresión. O sea, que sólo puedan hablar los suyos.
Pero mire, señor Simancas, la respuesta en muy sencilla: hay tantas tertulias de lo que usted llama extrema derecha, como quieren los televidentes que las siguen, que a fin de cuentas son los que las mantienen en antena.
Los mismos -los televidentes- que han mandado a freír espárragos a las tertulias plúmbeas y marxistoides de sus amigos de Prisa.

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