Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

sábado, 9 de junio de 2012

SOBRE CÓMO HACER CROQUETAS DE KRAHE.

Doy por hecho que mis amigos lectores son personas razonablemente preocupadas por la actualidad y aunque -como yo mismo muchas veces- en bastantes ocasiones sientan un casi irrefrenable deseo de mandar las noticias a donde no digan dueñas, en el fondo siguen pendientes de lo que ocurre, porque mis amigos lectores son gente de bien, personas suficientemente cultas y tocadas por la manía de pensar. Mis enemigos lectores -que también los hay- probablemente no tengan ninguna de estas inquietudes, lo cual a mí me trae sin cuidado.

Pero también doy por supuesto que, precisamente por ser personas inteligentes, mis amigos lectores no pueden dedicar su tiempo, ni su esfuerzo, a recordar a cada mindundi que pulula por los lupanares televisivos. Total, que tendré que empezar hablando de lo que es un Krahe, para quienes tengan el buen gusto de no saberlo.

Un Krahe es un ser antropomorfo, escuchimizado y peludo, del que hace décadas algunos despistados y otros tantos idiotas decían que cantaba. Cada cosa lo que sea, y al igual que todos los rojimierdas, el cante sí que lo ha dado siempre; pero en esta su desquiciada senectud de abuelito cebolleta progre, es un ente desvaído, desaparecido, difuminado y obtuso. Un Krahe -podríamos definir- es un necio sinvergüenza, o un gilipollas antediluviano, o un cabrón con pintas, o un cretino desfasado... En fin, hagan las permutaciones que gusten, y podrán obtener otras muchas definiciones que le cuadran al Krahe, como necio antediluviano, o gilipollas con pintas, o cabrón necio, o sinvergüenza desfasado, y así hasta el infinito.

El Krahe, debido a su escaso valor, no suele encontrarse en el mercado. Para hacerse con uno hay que salir a buscarlo; tarea costosa, porque si bien su caza no ofrece peligro -dado que carece de glándulas suprarenales que le adrenalicen su natural aburrido y soso, y tampoco tiene criadillas que le inciten a plantar cara-, es difícil echarle mano, por huidizo y camaleónico. Una vez capturado, también es difícil sujetarlo, porque -como suelen hacer las criaturas inferiores-, se revuelve, chilla, intenta morder y segrega una sustancia oleaginosa para tratar de escurrirse. La mejor forma de sujetarlo es por el cuello, y conviene hacerlo sin miedo de causar daño, dado que el Krahe tiene buenas tragaderas y -como todos los bichos de sangre fría- soporta mejor la falta de oxígeno.

Una vez capturado el Krahe, conviene macerarlo levemente, a fin de ablandarlo lo suficiente para el posterior tratamiento. Puede usarse una buena estaca, como de sota de bastos. En su defecto, puede sustituirse por un mazo de carpintero o una pata de mesa.

Cuando esté ligeramente macerado -quince o veinte estacazos suelen bastar para inducirle a la docilidad-, hay que pelar el Krahe. A falta de métodos más modernos o industriales, se podrá recurrir a la sabiduría popular, y chamuscarlo con alcohol de quemar. Para las partes difíciles, empléese un directamente un mechero de gas con la válvula abierta al máximo.

Ráspese a continuación con un estropajo -puede usarse de aluminio- para retirar los restos de pelo, y déjese unas horas metido en agua caliente con vinagre en abundancia. Si se queja, llora, patalea o gime, no debe hacérsele caso, porque esta operación es imprescindible para limpiarlo de la mugre que de forma natural expele.

Tampoco debe darse crédito a las amenazas que profiere. Si molesta en demasía, se le puede administrar una buena colleja, o bien atarlo y amordazarlo con cuerdas de cáñamo.

Pasadas las horas que se juzgen suficientes, se procederá a macerarlo; esta vez a conciencia, comenzando por las manos, que deberán quedar sin presencia ósea apreciable. A continuación los pies, brazos, piernas, hasta llegar a la zona inguinal, que requerirá un fuerte pateo pese a la carencia de testículos.

Hecho esto, se ata el Krahe al modo de los cerdos; esto es, manos y pies juntos, y se le cuelga durante un par de noches al aire libre, preferentemente en época invernal. Pasado ese tiempo, se calienta al rojo una plancha de hierro, y se le coloca sobre la zona abdominal, previamente salada a discreción y espolvoreada con hierbas aromáticas y un chorro de aceite, hasta que el hierro se enfríe. Se retira la piel de la zona chamuscada, se hace un corte en diagonal y se extraen las vísceras.

Hecho esto... ¡joder, ya sabía yo que lo mío no es la cocina! Lo siento, amigos; pero hecho todo esto, lo que nos queda es una mierda, así es que lo tiramos todo a la basura y freímos unas patatitas, que son mucho mas sanas.

***

Todo lo cual se dice sin intención de menoscabar, humillar o herir sentimientos del Krahe, ni del señor juez Jacobo Vigil, que ha dictado sentencia exculpando del delito de ofensa a los sentimientos religiosos al llamado Javier Krahe, por aquél vídeo donde indicaba cómo cocinar un Cristo. Por supuesto, mi intención sólo es la de hacer sátira y el recurso a lo irreverente han sido en no pocas ocasiones un recurso artístico para hacer crítica social, en la que reconozco un inequívoco sentido satírico, provocador y crítico, pero no el de ofender.

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