Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

domingo, 22 de febrero de 2009

SOBRE EL 23-F.

Del 23-F poco nuevo puedo decir. Lo viví, como casi todos los españoles, a través de la televisión y la radio. No había entonces teléfonos móviles de los que pasarse el día colgado, y mi actividad -por llamarla de alguna manera- fue permanecer durante aquella tarde-noche pegado al teléfono de mi domicilio, a la espera de alguna llamada que no se produjo.
Pude -quizá debí- acompañar a algunos de mis camaradas en la sede de Fuerza Nueva, o en las inmediaciones del Congreso. Preferí quedarme en mi casa, cuidando de mi familia, y preparado para acudir a donde se me ordenase; pero para algo concreto y a un lugar determinado, y no para andar de aquí para allá, desesperando ante la falta de actividad útil.
Desde entonces me persigue la sombra de lo que probablemente fue cobardía, y por tal la confieso. Y la confieso para que se vea hasta qué punto la famosa trama civil de que hablan los necios no existió.
No existió, al menos, desde la parte de las Fuerzas Nacionales, que los tontos llaman ultras, y siempre he dicho que la única víctima civil del 23-F fué Juan García Carrés. Digo víctima civil, porque víctimas militares fueron casi todos los encausados, con la unica excepción -quizá- del general Armada. Aunque, bien visto, probablemente este también fue víctima, aunque en otro sentido.
Uno de los procesados -no recuerdo ahora quien, tal vez el Teniente Coronel Tejero, acaso el Teniente General Milans del Bosch, quizá otro- dijo algo como que le gustaría que alguien le explicara qué había pasado el 23-F. Y no era broma, ni salida chusca; era la auténtica realidad, porque los que menos sabían del 23-F eran los hombres que, por honor y por deber, desarrollaron los planes que habían hecho otros y que no eran los que se les habían comunicado.
Esto es algo que desde el primer momento resultó evidente para todo el que no se plegara a los dictados de la tele o los periódicos de carril, y que para mí y una veintena de camaradas resultó meridianamente claro a la semana siguiente, cuando la policía nos detuvo por el horrendo delito de pegar unos carteles que -en su docta opinión- carecían de pie de imprenta. Afortunadamente, el señor Garzón aún debía andar por las primera ramas de la planta trepadora que le ha llevado a donde está, y el de guardia en aquella fecha nos mandó a la calle nada más tomarnos declaración, justo a tiempo para desayunar.
Más claro aún lo vi durante el verano de aquél mismo año, cuando tuve conocimiento de cierto proyecto en el que se quiso embarcar a cuanto incauto se pudiera, y que de haberse llevado a cabo podría haber supuesto un baño de sangre que castrase definitivamente cualquier intento desestabilizador. Aunque ha pasado tiempo más que suficiente, no puedo dar más detalles; pero aquello tenía todo el tufillo de una operación -bastante chapucera, por otra parte- de los mismos autores intelectuales que pusieron los ingredientes para casos como el de Atocha, la Operación Galaxia, el mismo 23-F, la inicial consideración de los atracadores del Banco Central de Barcelona como guardias civiles golpistas, el posterior 27-O...
Hay muchos libros escritos sobre el tema, y resulta difícil destacar uno sobre los demás. En mi opinión, el del Comandante Pardo Zancada (23-F, la pieza que falta), refleja muy bien el espíritu de los que dieron la cara, y fueron juzgados y condenados por aquellos hechos, y cumplieron sus condenas como caballeros, con un ejemplar silencio que a tantos debería abochornar si tuvieran vergüenza.
Silencio y discreción ejemplar y digna de todo elogio, aun cuando en su momento -cuando fue puesto en libertad el Teniente General D. Jaime Milans del Bosch-, me produjo un pequeño disgusto. Había mantenido una breve correspondencia con él, con motivo de ofrecerle -a él y a otros de los caballeros que permanecían en cautiverio- la revista EJE, que a la sazón dirigía, como mínimo presente. Don Jaime acusó recibo con cortesía de gran señor, y además adjuntó el importe de la suscripción, a pesar de que nuestra intención era el obsequio. Al salir en libertad, tuve el atrevimiento de solicitarle una entrevista para EJE, con el egoísmo de saber que algo así pondría nuestra publicación en lugar muy alto, pero con la necesaria corrección para indicarle que, si no estimaba conveniente concederla, diese por no recibida la solicitud.
Compréndase mi posición: como director de EJE tenía que intentarlo. Como persona que intenta actuar correctamente, tenía que comprender y respetar su silencio y -fuera de la redacción de EJE- nadie ha conocido esta anécdota hasta ahora.
Sobre el 23-F ya está dicho todo lo que se puede decir por el momento; esto es: que algún día sabremos de verdad qué pasó. Pero, a estas alturas y ante la ofensiva propagandística desatada este año sin motivo aparente, lo que si recomiendo es la audición de dos programas radiofónicos muy clarificadores, y cuyos enlaces les ofrezco:

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