Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

jueves, 19 de junio de 2014

SOBRE EL NUEVO REY.

Como mis camaradas, amigos y visitantes habituales ya saben de sobra, no soy monárquico. 

No lo soy por muchas y varias razones, unas intelectuales, otras emocionales. Las emocionales provienen del reinado anterior, finalizado ayer, y me parece innecesario explicarlas. Basta decir que no soy monárquico desde el 22 de Noviembre de 1975, y quien recuerde la Historia ya sabe de qué hablo.

Las intelectuales se pueden resumir en una, y es que -lo dijo José Antonio- la monarquía se desprendió como cáscara muerta del ser de España, y únicamente el respeto y la fidelidad al Generalísimo Franco pudieron permitir su vuelta. La vuelta de una monarquía católica, social y representativa, que -evidentemente- no tiene nada que ver con la partitocrática, y menos aún con "los ideales" del abuelo del actual Rey, al que ha aludido como referencia en su primer discurso. 

Sin embargo, pese a no ser monárquico -al menos de esta monarquía; no le haría ascos a una monarquía electiva, que es la definición del Caudillaje-, y definirme como aspirante a la República Nacionalsindicalista, hoy quiero desear a Felipe VI un largo reinado.

Y lo deseo porque la alternativa -hoy por hoy- no es una República normal y justa, sino una Segunda República Bis, que es la aspiración de los republicanotes de guardarropía que pululan en el panorama nacional.

Lo deseo, porque la alternativa es una república de chabacanería, grosería y zafiedad; de sangre y mierda, como aquella Segunda que es la meta de la izquierda desde que Zapatero desenterró el fantasma de su abuelo para intentar ganar la guerra que aquél perdió.


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