Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

miércoles, 31 de octubre de 2018

SOBRE UN HIJO DE PUTA.

Entiéndase, señor fiscal independiente, señor juez independiente, que la condición de hijo de puta es algo personal e intransferible, y que en ningún caso pretendo decir que este cabrón con pintas al que me referiré, inmundicia inhumana, cagarruta de una incultura de mierda, sea hijo de una puta, lo que afectaría a su pobre y desgraciada madre, que bastante tuvo con expeler una cosa así al mundo.

El hijo de puta, cabrón, inmundicia, cagarruta, se llama Enrique Tenreiro, los becarios gilipollas de la prensa pijoprogre le llaman artista -como si el arte no supusiera una elevación moral que este animal nunca podrá conocer-, y parece tener cierto historial de bufonadas, que los tontiprogres rojopijos y periodistuchos idiotas en general llaman performances. Vean referencia de todo ello en El Mundo o en 20 minutos.

El hijo de la gran puta, cabrón, inmundicia, cagarruta, cuatezón, gilipollas, idiota, mamarracho, se dedica a engorrinar la lápida del Generalísimo de los Ejércitos y Caudillo de España, Excelentísimo Señor Don Francisco Franco Bahamonde en el Valle de los Caídos. Ante la mansedumbre, todo sea dicho, de unas cuantas personas presentes, incapaces de partirle la cara al profanador de tumbas.

Vean también cómo -en el vídeo que ofrecen los periódicos citados- el vándalo gilipollas grita que no tiene nada contra Franco, que lo hace por la libertad, para que no haya vencedores ni vencidos y por la reconciliación de los españoles.

Si este hijoputa Tenreiro no fuera imbécil -en su sentido puramente académico- se hubiera dado cuenta de que la libertad, hoy, es -por ejemplo- la de poder ser enterrado donde a cada cual le corresponde por derecho propio, porque así lo dispuso en su día la autoridad competente -en el caso de Francisco Franco, por la orden del rey Juan Carlos I-; o donde la familia desea y puede.

Comprendería el idiota -en su sentido puramente académico, repito- Tenreiro, que cualquier reconciliación pasa por el respeto, particularmente, el respeto a los muertos; y que su actitud -evidentemente reflejo mimético de Perico el Desenterrador- lo que consigue es fomentar el odio. Y no lo digo porque yo odie a este pequeño cabroncillo, hideputilla mínimo, porque no es digno de ello; si acaso, de lástima. 

Pero díganme si no se lo están buscando, y díganme si no están de acuerdo conmigo en que cada vez resulta más difícil no odiar al enemigo.


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