Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

martes, 29 de noviembre de 2011

SOBRE LOS CANALLAS.

Que hay muchos, casi infinitos, como el número de tontos. Pero que hoy tienen nombres y apellidos concretos: todos los integrantes de la llamada Comisión para la aplicación de la Ley de Memoria Histórica sobre el Valle de los Caídos, salvo los tres que tienen vergüenza: Miguel Herrero de Miñón, Feliciano Barrios y Pedro González Trevijano.

El resto, como corresponde a este Gobierno estalinista, son esbirros del resentimiento y de la mediocridad; dignos cómplices del Presidente que llegó a La Moncloa en tren de cercanías, salteadores de tumbas, sucesores de los cobardes que fusilaron al Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles.

Mañana o pasado, cuando tenga tiempo de leer el informe de mierda que han firmado estos sinvergüenzas, razonaré el sentimiento. Hoy, suficiente tienen con que ni sus nombres apunte, para tenerlos bien frescos en el futuro.

Un futuro que espero próximo, porque ya urge limpiar España de la canalla vil que la sojuzga. Un futuro que espero ver, acaso contar y, sobre todo, en el que espero participar. Porque yo -en contra de lo que quería José Antonio y de lo que nos enseñó Rafael Sánchez Mazas; en contra de lo que quiso Franco- si odio.

Odio a estos canallas -los de la Comisión de ladrones de tumbas, los del Gobierno, los del marxismo rencoroso y cobarde, los del liberalismo cobarde y acojonado- y pido a Dios -y que Él me perdone- la ocasión de participar en el San Martín de tanto cerdo.

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