¡Qué horror! ¡Si han pitado el Himno Nacional! ¡Si se han cachondeado del Rey!
¡Si el botarate de Arturito Mas se ha sonreído, el hideputa!...
Esto
es, más o menos, lo que han debido pensar los calzonazos peperoderechoides,
peperocentristas, peperoleches, y los sociatohipócritas, sociatapátridas,
sociataguerracivilistas zapateriles. O, por lo menos, lo que han dicho de
boquilla, aunque a alguno le diera igual, dado que en su caletre figura lo de
nación como concepto discutido y discutible.
Así, mientras el
señor Sánchez llama al Rey para -dice El
País- solidarizarse con él por la pitada, el gobiernillo basko ve “fuera
de lugar” una sanción por pitar el himno, y el PP -véanlo también en El
País- afirma por boca de su portavoz, Carlos Floriano, que ese tipo de
manifestaciones no cabe en la libertad de expresión, por lo que va a
sugerir una serie de cambios legales, analizando la normativa comparada
que existe en otros países, pero con detenimiento y
prudencia.
O sea, y en román paldino:
acojonados.
Porque esto de pitar al Himno Nacional de España no es
de este sábado. Porque ya el juez de la Audiencia Nacional, Santiago Pedraz,
en un auto del 21 de julio 2009, dictaba que los silbidos y la gran pitada
estaban amparados en el derecho a la libertad de expresión, afirma La
Gaceta; o sea, que viene desde hace lo menos seis años, que pueda
documentar, que en la realidad hace muchísimos más.
La cosa viene desde
-al menos, y según la memoria que tengo de ejemplos claros- los últimos años 80,
cuando el F:C. Barcelona jugó en Sevilla una final de alguna competición
europea, y los camaradas de Juntas Españolas quisieron ir al campo a apoyar a
ese club, con una pancarta donde se leía que lo apoyaban por español. Les
dijeron de todo, los amenazaron de todas formas, y la Policía les obligó a
retirar la pancarta porque -dijeron- no se podían hacer responsables de su
seguridad si continuaban exhibiéndola.
La cosa viene desde la Olimpiada
de Barcelona, cuando un grupo de camaradas de Juntas Españolas fue a recibir la
antorcha, con las Banderas de España que correspondían al lugar donde se
celebraría el evento, y fueron insultados y agredidos por cientos de
energúmenos, y expulsados del acto por la Policía, mientras los hijos de
puta separatistas quemaban Banderas de España -que habían llevado ellos mismos;
las que llevaron mis camaradas volvieron sin novedad- ante la bovina pasividad
de las supuestas fuerzas de orden público desplegadas.
De ello dimos
cuenta en EJE -si quieren leer el reportaje completo, en la página de Ediciones Anteriores se pueden descargar toda la colección-, y de ello comenté en este
mismo diario el 16
de mayo de 2009.
La cosa -sin hacer distingos de origen puramente
deportivo- viene desde las Banderas de España que quemaban los hijos de puta
separatistas baskos y etarras, o catalunlleros desde el mismísimo 1976, cuando
todos los sociatas de aquella sociedad de mierda los aplaudían. La cosa viene de
todos los vándalos acrataseparatistas barceloneses, que en sus jaranas
habituales, con permiso de la autoridad incompetente del gobiernillo autónomo y
pasividad entre bovina y caprina del nada respetable Gobierno supuestamente
nacional, quemaban Banderas y fotos reales. Fotos que a mi, como efigies
personales, me traen sin cuidado; pero que me importan por cuanto representan a
mi Patria. Mal, sí; pero es lo que hay por ahora.
Pero es ahora, ayer,
cuando los peperos que dicen que gobiernan se han puesto a pensar. Y no será por
o estar advertidos, porque ya ha más de dos años -el 11 de febrero de 2013 lo
comenté en este diario- Doña María Dolores de Cospedal, su musa, afirmaba que
me parece también que deberían existir sanciones para ese tipo de actos que
lo que hacen es ofender a símbolos del Estado, con motivo de otra hijoputada
similar en Pabellón Arena de Vitoria, durante la final de la Copa de
Baloncesto.
O sea, que no es de hoy, de ayer, del sábado. El asunto viene
de largo, y hacia otro lado han vuelto su asquerosa jeta don Adolfo Suárez, don
Leopoldo Calvo Sotelo, don Felipe González, don José María Aznar, don José Luis
Rodríguez y don Mariano Rajoy. Seis consentidos, seis, como anuncian a los
cornúpetas en los carteles taurinos.
Y ahora, al cabo de casi cuarenta
años, se entera el señor Rajoy, la señora Cospedal, el señor Sánchez... ¿Son
lentitos o no?
¿O de lo que se trata es de armar un poquito de jaleo,
crecerse como si de verdad fueran bravos, sabiendo que a la legislatura no le
queda tiempo para hacer nada mas que propaganda?