Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

lunes, 27 de junio de 2016

SOBRE EL GANADOR DE LAS ELECCIONES.

Ya sabemos que, en estos casos, todos han ganado. Los unos, porque tienen más votos que antes; los otros, porque consiguen más escaños de lo que pensaban; los de allá, porque logran que no los desbanquen; los de acullá, porque se mantienen en liza... Total, que aquí nadie pierde, y acaba uno preguntándose si, entonces, quien pierde no es el pueblo español -que, sinceramente, se lo merece- y, lo que es peor, si quien pierde no es España.

Podríamos hacer cábalas con los números, y afirmar que el PP avanza algo porque ha sabido espolear el miedo a un más que posible Frente Popular. Podríamos decir que el PSOE no se hunde tanto como vaticinaban las encuestas: que el arrejuntamiento de comunistas con rojiverdes, animalistas (cada cual mira por lo suyo) y separatistas de vario pelaje se ha quedado muy por debajo de sus aspiraciones; y que los Ciudadanos del señorito Alberto han pagado por su inclinación socialista.

Podríamos hacer números con los escaños de unos y otros, y advertir que el Frente Popular sigue siendo posible, y que las ansias de tocar poder pueden mucho, con lo que tampoco es descartable que la izquierda se junte a quien haga falta -separatistas de derechas, filoterroristas de izquierda- y a los de Ciudadanos, que no saben lo que son, pero si saben a quien no quieren apoyar.

Pero todo esto no sería sino entrar en la menudencia del cambalache, cuando lo auténticamente revelador es la cantidad de españoles con derecho a voto que no ha elegido a ninguno de los que se presentaban: la friolera de 10.840.364, que supone un 31,84%. Es decir: casi un tercio de los que podíamos hacerlo, nos hemos negado a participar en la mascarada.

Es más: ese 31,84% es la segunda fuerza más votada, sólo por detrás del PP, que alcanza un 33,03%. Los demás -todos los demás- quedan por detrás de quienes no queremos ser cómplices, y lo expresamos bien sea no acudiendo a las urnas, bien votando en blanco, bien votando nulo. Porque la interpretación de esas tres opciones -no ir a votar, votar en blanco o nulo- es la misma.

La de quienes no vamos a votar -más del 30%- es clara: no votamos porque no creemos en el sistema. No me atrevería a afirmar de qué lado caería la posible elección, pero si hay un dato interesante, y es que en estas elecciones había una coalición de partidos de izquierda, de ultraizquierda, de antisistema, de anarquistas y de varios pelajes igualmente marginales, todos ellos posibles representantes de los que decían no sentirse representados en el Parlamento durante las algaradas del 15-M.

La opción del que vota en blanco es, evidentemente, la de no elegir a ninguno de los que se presentan. Ninguno les convence, a ninguno desean tener por gobernante, pero acaso estén de acuerdo con este tipo de sistema, pese a que no les ofrece salida.

Y la del voto nulo, ¿qué quieren que les diga?. Habrá algún caso de errores como meter en el sobre varias papeletas de distinto partido; de meter una papeleta donde se hayan tomado notas; de meter una papeleta donde el niño haya dibujado... Pero las papeletas -apuesto a que mayoritarias- de quienes hayan escrito lindezas como un generoso “¡que os den!”; un invitador “¡iros a tomar...!”; un definitorio “¡chorizos!”, o un genealogizante “¡hijos de...!”, no parece que sean un error.


Así es que, lo dicho: aquí, quien de verdad ha ganado las elecciones, ha sido la abstención, que cada día avanza más. Los que -por una u otra causa, y ya digo que la ultraizquierda sí tenía a quien votar- no queremos nada con este sistema que nos engaña, nos oprime y nos utiliza.

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