Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

miércoles, 23 de diciembre de 2015

SOBRE LAS CALLES DE DOÑA MANUELA.


Las calles que el ajuntamiento de Madrid -podemita, revanchista y antiguo-, va a cambiar de nombre a propuesta de los sociatas mamporreros, con las explicaciones que ayer recogía, con el regocijo de buscona que encuentra, el periódico El País.

Iba a decir una vez más lo que ya llevo tantas veces dicho, porque este tema -desde que el payaso Rodríguez se lo sacó de la manga y el complejo, para contentar a los que estaba llevando a la miseria- es habitual. Cada vez que una pandilla de energúmenos, de idiotas, de gilipollas o de hideputas no sabe qué hacer -porque gobernar en una nación, en una ciudad o en un villorrio requiere algo más que ocurrencias histriónicas-, saca a relucir el franquismo, los nombres de las calles franquistas -¿qué es una calle franquista? ¿las que no existían antes de la época de Franco? ¿las que pasaron de ser caminos de cabras a ser avenidas?- y la dictadura. La de Franco, evidentemente; no ha habido otra en la ancha y larga Historia, al menos para los mamarrachos zarrapastrosos y snob que saltan desde la mugre o el lupanar a la televisión y los semicircos.

Iba a decir una vez más, que a ver si tienen... eso que están pensando para quitar, no sólo las placas, sino lo que hay debajo. Por ejemplo, los cientos de miles de viviendas que se construyeron bajo la protección del Instituto Nacional de la Vivienda. Que quiten las placas, y también las casas que hay alrededor de las placas, a ver qué dicen los ocupantes de las viviendas que algunos sinvergüenzas han llamado chabolismo vertical, porque un piso de sesenta u ochenta metros cuadrados en el franquismo era una chabola, pero un cuchitril de 30 metros cuadrados, en tiempos de la zapateril y espesa ministra Trujillo, era una solución habitacional.

Que quiten las placas de los embalses, esos gracias a los cuales beben los españoles, y que estaban tan cojonudamente estudiados que siguen siendo suficiente -aunque empiecen a escasear, porque nada se ha hecho en cuarenta años- a pesar de un incremento de población del 50%. Y que quiten, claro, los embalses.

Y ya puestos, que quiten -siguiendo las indicaciones de lo que ayer aprobó el conciliábulo de piojosos y mamporreros del madrileño ajuntamiento- los escudos, insignias, placas y otros objetos o menciones conmemorativas de exaltación, personal o colectiva de la dictadura franquista, de la Guerra Civil... Pues si; que quiten -porque además es ilegal- el zurullo que el hijo del genocida Carrillo erigió a sus compinches de las Brigadas Internacionales en -pásmense si les queda capacidad-, la mismísima Universidad Complutense.
Que quiten la estatua de Prieto en los Nuevos Ministerios; la calle de Francisco Largo Caballero, incitador de la guerra civil en los mítines de la anteguerra, cuando se las prometía muy felices creyendo que los adversarios se dejarían matar sin mover un dedo, de la misma forma que sus sicarios socialistas habían asesinado a José García Vara, obrero falangista, cuya placa conmemorativa figura entre los objetos a retirar. 

¡Ah, no! ¡Que de lo que se trata es de exaltar aquella República de sangre y mierda que llevó el ordinal segundo... ! Porque no es que ustedes quieran instaurar una República -a la que nada tendría que oponer, porque tengo claro que la monarquía se desprendió de España, como cáscara muerta, hace casi un siglo-; lo que quieren es volver a la Segunda; la que, pudiendo partir de cero entre el apoyo de muchos y la tolerancia de casi todos, prefirió ser parcial, sectaria, beligerante contra la mitad de España, fratricida y -recuérdese 1934- golpista. Y ahí, vean ustedes, no nos vamos a encontrar. Porque mi República Nacionalsindicalista no se parece en nada a eso. 

Me queda, no obstante, una precisión que hacer; y es que, como ustedes se empeñen en volver a 1931 -¿es que no se ve, y se huele, ahí a la vuelta de la esquina?- puede haber quien no tenga mas remedio que plantarse en un quinquenio después.


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