Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

domingo, 10 de enero de 2016

SOBRE LA INUTILIDAD DE LA URNAS.

Quizá hayan extrañado que no hiciera comentarios sobre el asunto de los separatistas catalanes, desde que a raíz del esperpento de las enésimas elecciones regionales, y del tancredismo rajoyesco, les trajera las palabras de José Antonio.

Tenía una ligera esperanza de que el enrocamiento en la soberbia del señor Mas, y la consustancial ridiculez de los antisistema asamblearios, se resolvieran en nuevas elecciones por incapacidad de gobernar. Tenía también una leve esperanza en que los votantes recapacitaran. Pero ninguna de ambas esperanzas me daba para escribir sobre el tema.

Ni una cosa ni otra se ha producido, porque la coalición separatista de Mas -mezcla de rancio victimismo burgués e izquierda marxista republicana, pero de la Segunda- no iba a poner en riesgo su asiento, su amarre al pesebre y, por resumir, su 3%. Y los antisistema de la CUP, como es normal en los de su calaña, han gustado los placeres de mangonear en el sistema, que ya no les parece tan malo.

En fin, que el resultado es que Cataluña tendrá un Gobierno regional totalmente decantado hacia el crimen del separatismo. Y lo tendrán presidido por Carles Puigdemont, un alcalde de los que viven anclados al siglo XVIII, de los que no han evolucionado desde el mono, sino desde el avestruz, y de los que, según sus declaraciones -compruébenlo en El País, si gustan- aún masca el rencor de una derrota que no fue de Cataluña, sino de un Archiduque de Austria. 

Así, este fulano -copio de El País- dijo en 2013, en la apertura de una reunión de la Asamblea Nacional Catalana, acabó su discurso citando al periodista Carles Rahola, fusilado en el franquismo: “Los invasores serán expulsados de Cataluña, como lo fueron en Bélgica, y nuestra tierra volverá a ser, bajo la república, en la paz y en el trabajo, señora de sus libertades y sus destinos. ¡Viva Girona y viva Cataluña libre!”. 

Hay quien en estas palabras ha querido ver (doña Cristina López Schlichting, en la COPE) una referencia a la expulsión de las tropas alemanas de Bélgica en la IIGM, porque andan viendo nazis hasta en la sopa, y todo lo que no se ajuste a su peculiar corrección política es ultra, racista y xenófobo. Doña Cristina -y los que como ella han deducido- andan errados (digámoslo sin "h" de momento, aunque tampoco descartaría ponérsela). Y se equivocan por la sencilla razón de que ese tal señor Rahola -periodista separatista fusilado en marzo de 1939- difícilmente podía referirse a algo que aún no había ocurrido. Aquél señor Rahola, y este señor Puigdemont, se referían a la derrota de los Tercios españoles en los Países Bajos. Hasta ese extremo llega la cerrazón, el odio, el rencor de vencido plurisecular. Y la ignorancia, porque los Tercios abandonaron Bélgica, sí; pero después de dos siglos de marcar su ley. La de España. Juegan estos idiotas -los separatistas, digo; no los periodistas desinformados- con el evidente hecho de que hoy no tenemos a un Fadrique Álvarez de Toledo, con cuyo título -III Duque de Alba- aún asustan las madres de aquellos antiguos Países Bajos a los niños malcriados, llorones y coléricos. Que en el fondo es lo que son estos separatistas.

Y gobernarán pasando por alto, eso si, el resultado de las urnas, que dieron mayoría de votos a los no separatistas aunque las inicuas leyes electorales vigentes en España sí le dieran -aún apoyada en coaliciones contra natura- mayoría de escaños.

Pero esto (o sea: hacer lo contrario de lo que mandaron las urnas) no es un problema. Quizá la única ocasión en que el políticamente difunto señor Mas ha dicho la verdad fue ayer, cuando -véase El País- afirmó:  “Lo que las urnas no nos dieron directamente se ha tenido que corregir a través de la negociación”.

Si a esta declaración masista le unimos el próximo Frente Popular de un Pedrito Sánchez, liado con ultraizquierdistas, separatistas y filoterroristas, tendremos la clave del sistema político demoliberal que hasta aquí nos ha traído: las elecciones no valen para nada; lo que importa son los apaños que hagan entre ellos los políticos.

Cosa que no es de ahora, y que ya venimos muchos pensando -y diciendo- desde hace cuatro décadas, ante la general apatía de los ceporros que se amorran a la urna con afán digno de mejor causa.

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