Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

domingo, 8 de noviembre de 2009

EL YUGO GORDIANO (por Arturo Robsy)

(De nuevo la historia antigua como presagio. Bajo el artículo se puede ver el Escudo de los Reyes Católicos, con el yugo y el nudo)


EL YUGO GORDIANO


Transportada por la burla de las gentes de la Transición, pocos españoles habrán olvidado aquella frase de Franco respecto a la continuidad de su régimen; “Todo está atado y bien atado.” Verdad en cuanto a las leyes y error en cuanto a las personas, porque en aquel tiempo el español andaba más suelto que hoy en día. Y menos espiado.

Franco era un hombre impávido, valiente y estudioso. Dijo lo de las ataduras mirando tranquilo hacia la propia muerte, pero lo hizo, como siempre, bien apoyado en la historia. No se sabe si cuando se decidió el escudo de aquella España ya tenía la idea, pero no parece error haber restaurado –no inventado- el Escudo de los Reyes Católicos.

Entre la cola y las alas del águila se conservaron el yugo y el haz de flechas. El yugo era la prenda de Fernando V de Castilla y II de Aragón: iba envuelto en una cuerda que formaba un nudo sin apretar, la adecuada para atarle la lanza del carro. Y eso lo sabía Franco, buen conocedor de la historia: uncía a un nuevo rey, instaurado, al quehacer de la España moderna. Puede verse en la imagen que se acompaña.

Así se llega a la pregunta más fundamental: ¿Por qué Fernando el Católico añadió al escudo de España, como rey de Aragón y con conocimiento de Isabel aquel yugo con una cuerda, también presente en la atadura del haz de numerosas flechas boca abajo?
Aquellas arras de la boda real venían de lejos como símbolos. El yugo, especialmente, daba a entender que Castilla y Aragón, Aragón y Castilla, quedaban atados, anudados para el resto de los tiempos. Y en paz, como las flechas boca abajo proclamaban.

Las cuerdas evocaban, conscientemente, el histórico nudo gordiano, que nadie pudo deshacer, hasta que Alejandro Magno tampoco lo consiguió aunque se aprovechó del oráculo que decía que quien lo abriera sería rey de toda Asia. Asunto famoso desde entonces en todas las épocas.

La cosa simbólica empezó mil y pico años antes de Jesucristo, cuando un campesino, llamado Gordias por Herodoto y Gordio muchas veces en español, trabajaba con su carro y una águila se posó en el yugo y permaneció en él hasta caer la noche. El buen hombre, que no era un jovencito, acudió al templo en Telmiso para que le desvelaran el presagio. Así conoció a la profetisa que interpretó el prodigio, y con la que se casó después. En el templo de Zeus supo Gordias que sería rey. Las águilas vuelan alto.

Con su esposa marchó hacia Gordium, capital de Frigia y, en el momento de entrar por la puerta Este, un cuervo bajó a posársele en el hombro. Los Frigios, que llevaban años revueltos y sin gobierno, reconocieron el viejo oráculo que decía que el siguiente rey entraría en carro y con esa ave en el hombro. Y, como los tiempos no eran felices, lo aclamaron rey llenos de esperanza.

Gordias, agradecido, ofrendó el carro de la suerte a Júpiter, en el templo de Gordium, con la lanza firmemente sujeta al yugo por el famoso Nudo Gordiano, sobre el que acabó habiendo otra profecía, asunto que se repetía mucho en la antigüedad, donde no acababan de fiarse demasiado de la razón ni de Estado ni pura: Quien consiguiera desatarlo recibiría el imperio de Asia. Y era difícil porque no se le veían los cabos.

Alejandro Magno, tipo genial pero impaciente, probó sin éxito. En un acceso de ira desenvainó y lo cortó. Es lo que suele pasar con las ataduras permanentes cuando se enfrenta a ellas un psicópata. Porque Alejandro era un narcisista que, además, se creía reencarnación de Aquiles y cuando ocupó Gordium hacía muy poco que había estado bailando desnudo en torno a Troya. Cosas suyas, porque, su madre le había convencido de que era hijo de Zeus. No reconocía, pues, ni rey ni roque y cortó sin problemas. La ambición antigua era como la moderna

Y ahí está la explicación de cómo la Primera República, cazadora de religiosos y patriotas, cortó el nudo gordiano del yugo de Fernando el Católico: todos sufrimos la epidemia de los cantones y las guerras de ciudad a ciudad. Cortado siguió hasta que Franco volvió a hacerlo, con una águila por encima, como aquella que se posó sobre el de Gordias.

Tuvieron que llegar otros narcisistas que, al no poder tampoco deshacer el que aseguraba la unidad, lo cortaron. Varias veces. Y se repartieron el imperio de España, el mando sobre ella y sus dineros. Y este es el curioso vuelo desde Frigia, en Anatolia, hasta Madrid, con escala en Fernando e Isabel. Y el relato de cómo los que habían jurado guardar la unión de la Patria se jugaron sus partes al dado. Puede que con el cuervo sobre el hombro. No con el águila.

Conviene no olvidar nunca la psicopatología española en torno al ñudo nacional. Al de la horca, si está bien hecho, tampoco se le ve el cabo.

Arturo ROBSY

Publicidad: