Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

sábado, 7 de julio de 2012

SOBRE UN COMENTARIO A "LAS BALAS".

Comentario que ha hecho mi amigo Ocón en la entrada de ayer, y que, como es habitual, les transcribo:

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Este Edgardo Gilipóllez i Foraster debe ser otro de la calaña advenediza que necesita ir más allá que los propios nazionalistas de pedigree escupiendo amenazas y soplapolladas varias. Así quizá encuentren puesto de palanganeros entre la élite de sangre y apellido.

Es cierto, Rafael, que unos estamos más o menos preparados para cuando toque zafarrancho y que la mayoría - y especialmente los dirigibles dirigentes - están con la diarrea crónica desde el 78 (más o menos). Hubiera bastado un golpe en la mesa de este Rajay y su corte. Tienen, se les dio, el poder DEMOCRÁTICO (para mas inri) necesario. Y ni así. Cagaítos siguen. Duros con los blandos, fuertes con los débiles, recortando lo podado recientemente y dando cuerda a los que no se les acabará nunca porque nunca se mostrarán satisfechos. Porque no pueden estarlo, porque de eso se alimentan.

Este que escribe no quiere que ocurran ciertas cosas pero, SABIÉNDOLO inevitable, demasiado estamos tardando. Habrá demasiada ruina ANTES de empezar. Será victoria/derrota pírrica a priori y nuestros descendientes nos maldecirán de todos modos.

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Así es, Carlos. Los charnegos son los más separatistas, para hacérselo perdonar. Véase Carmen Chacón, Montilla, Sánchez Camacho... Este Edgar, seguramente tendrá ancestros hispanoamericanos, dado que en aquellas tierras es donde el yanquismo esnob ha hecho más estragos, sin que ahora le vayamos mucho a la zaga.

Rajao está esperando a que el tocamiento a las autonomías -única solución posible al desmadre económico de un Estado elefantiásico e inoperante- venga impuesto por el extranjero. Digno sucesor de los que imploraron la llegada de los Cien Mil Hijos de San Luís, o de los que antes se habían postrado de hinojos ante Napoleón.

La solución -que todos quisiéramos pacífica, tranquila, seria y ordenada- cada vez parece más próxima. No quiere ello decir que lo esté, porque de la cobardía del español acojonado cabe esperarlo todo.

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