Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

miércoles, 30 de diciembre de 2009

SOBRE EL FUTURO DE CAROD.

Según informa El Imparcial, el vicepresidente del gobierno autónomo de la región catalana, Carod-Rovira, afirma en su blog -del cual no tengo la dirección, ni falta que me hace, y ustedes dispensarán- que el futuro de Cataluña no lo decidirá nunca ningún tribunal constitucional, sino el mismo pueblo catalán.
Cada cosa lo que sea, en esto tengo que reconocerle al mico una mitad de razón. El futuro de Cataluña no lo va a decidir ningún tribunal constitucional, y si los gilipollas de la cuerda de Carod-Rovira se ponen -más- tontitos, lo deberán decidir los encargados de aplicar la ley vigente, ante la que -dicen- todos somos iguales.
Concretamente, el futuro de la Generalidad y de los catalans -que no catalanes- pasará por los artículos 155 y -en su caso- 8 de la Constitución, que en su día aprobaron los catalanes, dentro del conjunto de los españoles.
De los españoles que -en su día también- votamos NO a la Constitución, ni que decir tiene que eso mismo lo diríamos de otra forma. A la manera de Spengler: en última instancia, siempre es un pelotón de soldados el que salva la civilización.

SOBRE LA DESPROPORCION.

La que ven los grinpiseros en que su barandilla, Juan López de Uralde, permanezca en prisión preventiva tras colarse con una pancarta en una cena de gala en la cumbre del clima, presidida por la reina Margarita de Dinamarca, hechos por los que está acusado -junto a otros tres protestones más- de falsificación de documentos, suplantación de una autoridad y allanamiento de morada.
Lo que yo no entiendo es qué espíritu de niño malcriado y llorón, qué egocentrismo, qué profunda soberbia, qué ombligomundismo lleva a estos ecologistas profesionales a pensar que están por encima de las normas y de las leyes. Qué les lleva a pensar que pueden hacer lo que quieran y salirse de rositas. ¿Acaso la etiqueta ecologista -recuérdese la comparación de Le Pen entre ecologistas y sandías: verdes por fuera y rojos por dentro-, les sitúa por encima de los demás? ¿O es que son ególatras como adolescentes inmaduros -por más que las imágenes televisivas les sitúen en una edad física bien distinta- a los que un papá rico e influyente saca las castañas del fuego a cada trastada, disculpándolos en que son cosas de críos?
Nótese que no digo que yo esté a favor de la contaminación, ni que censure sus pretensiones o sus actos. Lo que censuro es ese querer estar por encima de la ley y por encima del resto del mundo, como si fueran descendientes de la pata derecha de Darwin.
Si a mi -por poner un ejemplo- se me ocurre irme a una cena oficial en La Zarzuela, con invitación falsificada y -a falta de pancarta, por marcar distancias- vestido con camisa azul, me juego el bigote a que no salgo de la trena en un año. O más. ¿Por qué los grinpiseros y otras sandías varias van a ser distintos? Que protesten lo que quieran y como quieran. Y que se atengan a las consecuencias, como todo el mundo.

Publicidad: