Que, como vengo diciendo desde hace muchos años, sería una
fecha que sólo recordaríamos unos pocos -cada vez menos- si no fuera porque los
rojos, los peperos, los hideputas, los tontos y los acojonados se empeñan en
tenerla presente. Todos ellos siguen viviendo cojonudamente contra Franco, el
único gobernante español que ha dejado huella desde Felipe
II.
Se cumplen cuarenta años desde la muerte
de Franco. En un hospital de la Seguridad Social que él había creado. No en
clínicas de quinientas estrellas, ni en centros sanitarios de Universidades
famosísimas, no; en un hospital donde se atendía a cualquier español, y doy fe
de ello pues -en las mismas fechas- mi madre era atendida en
él.
Ya lo he contado en algunas ocasiones
-especialmente para una entrevista que tuvo a bien hacerme mi camarada Rafa
España en su blog-, pero lo repetiré, copiando literalmente lo que entonces
dije:
* * * *
*
Pregunta.-
Para muchos de nosotros, el año 75 nos pilló en pañales y chupete. Creo que
tu ya tenías conocimiento de causa a la muerte de Franco. ¿Cómo recuerdas aquel
20 de nov del 75?. ¿Fuiste a "la cola"?. ¿Cómo discurrió para tí aquél
día?.
* *
El 20 de noviembre del 75 me pilló con 17 años cumplidos dos días
antes.
Lo primero que recuerdo es que un amigo
me llamó para avisármelo, así como que en la radio habían dicho que habría tres
días de luto y no había clase. Nos fuimos de todas formas al Instituto y luego,
comprobado que en efecto no había clases, nos volvimos a casa
tranquilamente.
Vivía entonces en un barrio
netamente obrero, que pocos años después se vería sacudido por la droga pero que
entonces estaba habitado por buena gente, trabajadora, honrada y tranquila, que
seguía su vida normalmente. A pesar de todo, había un cierto aire de tristeza o
acaso preocupación. Desde luego, en ningún caso de alegría. Ni se vio en las
calles del barrio más Policía que de costumbre -alguna patrulla muy de vez en
vez-, ni hubo nada especial con respecto al orden público.
Bastantes vecinos fueron a "la cola". Yo no. Tenía la sensación de
que había fallecido alguien conocido, pero no próximo. Sin embargo, cuando
escuché a Arias Navarro leer en televisión el Testamento Político de Franco, se
me saltaron las lágrimas.
A los 17 años recién
cumplidos, nunca me había interesado la política, ni sabía nada de nada sobre
esos temas. El Régimen pecó de una absoluta falta de ideologización, por mucho
que ahora digan que la Formación del Espíritu Nacional -la Política, como todos
la llamábamos- fue como la actual Educación para la Ciudadanía. Falsedad
absoluta, y demostrable con algunos libros de texto que aún
conservo.
Empecé a ser franquista dos días
después. Justo dos días después, el 22 de noviembre de 1975, día de la
coronación del entonces Príncipe Juan Carlos. Sin razones aún -pero con
sensaciones- porque sería ridículo pretender que entendí lo que había detrás de
las palabras en el discurso del ya Juan Carlos I. Eso lo entendería mas tarde,
pero la sensación no era buena. Franco merecía -así lo sentía- algo más que
palabras altisonantes y hueras; merecía lo que, por otra parte, mostraba la
televisión: las interminables colas de gentes de toda condición y edad, para
rendirle un último homenaje. Sentí -más tarde le pondría vestiduras de razón-
que el pueblo había dado la talla y aquellos figurones, no. Por eso digo que soy
franquista emocional.
Muy poco más tarde pasé
a ser franquista visceral, por la náusea que me producían los ataques a Franco
-lanzadas a moro muerto-, y el consentimiento de los que todo se lo debían. En
cierta forma, puedo decir que llegué al Nacionalsindicalismo por el asco que me
daban los demás.
* * * *
*
Resulta obvio decir que,
transcurridos cuarenta años, sigo siendo más franquista que nunca, y por las
mismas razones: porque todos los demás me dan asco. Soy franquista emocional, no
ideológico. Fundamentalmente, porque el llamado franquismo no creó ideología
alguna. Tomó algunos principios de la Falange, algunos de la Tradición, y
demasiados de la derecha. Pero fue, sobre todo -eso lo señalan hasta los
estúpidos- fundamentalmente pragmático. En cada vicisitud histórica tomó lo
mejor que encontró en la sociedad para solventar los problemas de la mejor forma
posible.
No es momento de reiterar lo que
consiguió Franco para los españoles y para España. Baste decir que aún vivimos
de su herencia en muchísimos aspectos, y que todo el fundamento del bienestar
económico que hemos disfrutado nació en aquél régimen. Y esto no es así porque
yo lo diga -que también- sino porque lo prueban todos los que -como dije al
principio- siguen viviendo contra Franco.
En
el fragmento de la entrevista de Rafa España que he reproducido apunto una
segunda conclusión. Llegué al Nacionalsindicalismo y al pensamiento de José
Antonio por el asco que me producían los canallas y los snobs -o sea, sine
nobilitate, sin nobleza- que atacaban a Franco muerto tanto como le habían
alabado vivo.
Esa reacción visceral no podía
quedarse sólo en eso, y una vez pasada la primera náusea debía fundamentarse e
la razón. Así es que -como las gentes de mi generación, y aún de las anteriores,
le debemos a la voluntad de Franco el conocimiento de José Antonio- me incliné a
la investigación del Nacionalsindicalismo y de la Falange.
Y aquello -el pensamiento de aquél joven universitario perseguido
por la izquierda y la derecha- fue un encuentro deslumbrante. Allí estaba la
razón, la verdad, la forma, el fondo y el estilo. Allí estaba la nobleza y allí
el valor, lo mismo el que lleva al acto heroico que el que conduce al sacrificio
diario, callado, silencioso.
Hay, lo se,
falangistas que reniegan de Franco. Se que Franco nunca fue falangista -tampoco
tradicionalista-, y que su Régimen careció prácticamente de otra ideología que
no fuera la unidad, grandeza y libertad de España. Creo que, para cualquier
español, eso sería más que suficiente; que ojalá tuviéramos menos ideología
socialista, izquierdista, mundialista, liberal, y mas españolidad a secas y sin
etiquetas.
Eso -que las etiquetas no fueran lo
fundamental- es lo que pretendió Franco. Lo consiguió mientras vivió, porque
para la gente de bien era un ejemplo, y para la mala gente era un aviso.
Después, sueltas las ambiciones, la dispersión, los intereses de secta, partido
y grupo; encumbrados los mediocres, los chalanes, los embusteros, los -Alfonso
Guerra dixit- tahúres, todo fue imposible, y hasta aquí hemos
llegado.
Pero Franco -y esto lo digo para los
falangistas que quieren hacerse perdonar y aceptar por el enemigo a costa de ser
mas antifranquistas que nadie- fue quien permitió que las gentes de mi
generación -y en consecuencia de las posteriores- conocieran a José Antonio. Sin
la voluntad de Franco, el Nacionalsindicalismo -que, cierto, no se llevó a la
práctica más que en algunos puntos, aunque fundamentales- habría desaparecido o
se habría difundido entre catacumbas.
Franco
quiso que los españoles conociéramos a José Antonio, y una extraña coincidencia,
una carambola del destino o -como prefiero pensar- la Divina Providencia unió a
los dos en la fecha de la muerte.
No me ha
salido este año un apunte de tonos heroicos o emotivos. La situación de
pequeñez, de mediocridad, de estulticia y cobardía que nos envuelve no me
resultaba propicia para ello. No importa, sin embargo, porque el tono heroico lo
pondrá, como siempre, la Oración de este día:
Señor:
Acoge con piedad en Tu
seno a los que mueren por España, y consérvanos siempre el santo orgullo de que
solamente en nuestras filas se muera por España, y de que solamente a nosotros
honre el enemigo con sus mejores armas.
Víctimas del odio, los nuestros no cayeron por odio, sino por
amor; y el último secreto de sus corazones, era la alegría con que fueron a dar
sus vidas por la Patria. Ni ellos ni nosotros hemos conseguido jamás
entristecernos de rencor, ni odiar al enemigo.
Y Tú sabes, Señor, que todos estos caídos mueren para libertar con
su sacrificio generoso a los mismos que les asesinaron; para cimentar con su
sangre fértil, las primeras piedras en la reedificación de una Patria libre,
fuerte y entera. Ante los cadáveres de nuestros hermanos, a quienes la muerte ha
cerrado los ojos antes de ver la luz de la victoria, aparta, Señor, de nuestros
oídos, las voces sempiternas de los fariseos, a quienes el misterio de toda
redención ciega y entenebrece, y hoy vienen a pedir con vergonzosa indulgencia
delitos contra los delitos, y asesinatos por la espalda a los que nos pusimos a
combatir de frente.
Tú no nos elegiste para
que fuéramos delincuentes contra los delincuentes, sino soldados ejemplares,
custodios de valores augustos, números ordenados de una guardia, puesta a servir
con honor y con valentía la suprema defensa de una Patria.
Esta ley moral es nuestra fuerza. Con ella venceremos dos veces al
enemigo, porque acabaremos por destruir, no sólo su potencia, sino su odio.
A la victoria que no sea clara, caballeresca
y generosa, preferimos la derrota. Porque es necesario que mientras cada golpe
del enemigo sea horrendo y cobarde, cada acción nuestra sea la afirmación de un
valor y de una moral superior.
Aparta, así,
Señor, de nosotros, todo lo que otros quisieran que hiciésemos, y lo que se ha
solido hacer en nombre de vencedor impotente de clase, de partido o de secta. Y
danos heroísmo para cumplir lo que se ha hecho siempre en nombre de una Patria,
en nombre de un Estado futuro, en nombre de una Cristiandad cvilizada y
civilizadora.
Sólo Tú sabes, con palabra de
profecía, para qué deben estar aguzadas las flechas y tendidos los
arcos.
Danos ante los hermanos muertos por la
Patria, perseverancia en este amor, perseverancia en este valor, perseverancia
en este menosprecio hacia las voces farisáicas y oscuras, peores que voces de
mujeres necias.
Haz que la sangre de los
nuestros, Señor, sea el brote primero de la redención de esta España en la
unidad nacional de sus tierras, en la unidad social de sus clases, en la unidad
espiritual en el hombre, y entre los hombres. Y haz también que la victoria
final sea en nosotros una entera estrofa española del canto universal de Tu
Gloria.
José Antonio Primo de Rivera,
¡Presente!
Francisco Franco,
¡Presente!
Caídos por Dios y por
España, ¡Presentes!
¡Arriba
España!