Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

viernes, 28 de abril de 2017

SOBRE LOS CALLEJEROS DEL CAMBIO.


O sea: el cambio de nombres en el callejero de Madrid, para todo eso de quitar símbolos de la guerra civil, del franquismo, de la dictadura, de la represión... y, sobre todo, para eso tan caro a la ultraizquierda -es decir, desde Ciudadanos para allá, al fondo, donde el olfato señala la letrina- de ganar en los papeles la guerra que perdieron en los campos.

Van a ser 52 las calles, plazas y demás que los ultraizquierdistas cambien, no para borrar los recuerdos de la guerra, sino para eliminar de las placas a quienes la ganaron y colocar a los que la perdieron.

Sin embargo, en este desbarajuste iconoclasta se les han colado, -las cosas del subconsciente, caso de que ejemplares tan ínfimos puedan tenerlo, que sería cuestión de preguntarle a algún psiquiatra- algunos cambios que demuestran no sólo por dónde van los tiros, sino hasta dónde llega la incultura.

Así, sustituyen el Paseo de Muñoz Grandes por Paseo de Marcelino Camacho; el general de la División Azul, por el comunista marrullero y alborotador, defensor del proletariado hasta que cazó pasta gansa de los presupuestos.

Sustituyen la Calle de Juan Vigón por la calle de Melquiades Álvarez. Es decir: cambian la placa de un militar de los que ganaron la guerra, por un político al que los rojos asesinaron en Madrid. Caso de que no se trate de otro Melquiades Álvarez claro está, en cuyo caso se demuestra la incultura de los cambiantes. O se confirma la sentencia de que hemos olvidado la Historia y, por lo tanto, habremos de repetirla.

Sustituyen la Calle Primero de Octubre por Calle de Carlos Morla Lynch. O sea: quitan la fecha en que el Generalísimo Francisco Franco fue designado Jefe del Estado -cosa que ya no hay quien mueva-, por el nombre de un diplomático chileno que salvó a cientos de españoles de ser asesinados... por los rojos. Aunque tal vez lo único que saben del señor Morla es que fue amigo de Federico García Lorca, y desconocen su faceta de benefactor de perseguidos por sus ideas políticas, y acaso también que al final de su vida vino a vivir a España, donde murió a finales de los años 60, en plena dictadura franquista.

Sustituyen la Calle de García Morato por la Calle de Robert Capa; el heroico aviador, terror de los pilotos rojos por su pericia, por el fotógrafo que, como suelen los de su calaña, trucó sus fotos -muchos expertos han indicado que la famosa muerte de un miliciano es absolutamente imposible de forma natural- y las convirtió en propaganda. Comunista, claro está.

Y sustituyen la Calle Héroes del Alcázar por calle de Filósofa Simone Weil. Y en esto hay dos claves. Una, el reconocimiento de que hoy, en la España de la memocracia, nadie sabe quien coño fue Simone Weil si no le ponen el letrero de filósofa por delante, lo cual habla claro de los sucesivos desastres educativos. Y por otro, el reconocimiento implícito de que en el Alcázar sólo hubo héroes en un lado, en tanto que del otro no había mas que delincuentes, asesinos, cobardes, milicianitos que se iban a pasar el día en Toledo a pegar unos tiros contra los fascistas, con la correspondiente barragana colgada del brazo, e inútiles en general, incapaces de -teniéndolo todo- tomar una fortaleza antigua en más de dos meses de asedio.

Por supuesto, hay otros muchos ilustres militares que dejan el callejero de esta ciudad donde toda suciedad -no sólo física- tiene asiento; y casi estoy por alegrarme, porque hoy los españoles de bien no pueden estar en estas calles llenas de grosería y zafiedad. 

Pero vaya, por último -y la traigo expresamente como colofón- la sustitución de la Plaza de Arriba España por Plaza de la charca verde. Es una palmaria demostración de intenciones y de objetivos: en vez de poner a España arriba, convertirla en una charca. 

Es a lo que llevan dedicados -todos, del primero al último- cuarenta años. No hay mas que ver la abundancia de ranas, de sapos y de culebras en los cargos públicos.

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