Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

sábado, 7 de abril de 2012

SOBRE UN DOCUMENTO DE LA GUERRA DE LAS MALVINAS.

Gracias a Dios, tengo amigos -buenos, aunque a distancia- y camaradas -aquí no hay catalogación; el camarada es camarada, y punto- en buena parte del solar hispano. Solar que comprende -¿cómo no?- la tierra hermana de Hispanoamérica.

Uno se pregunta a veces qué hubiera sido del mundo, si el felón Fernando VII, el traidor Riego y los criollos ensoberbecidos -los progres de la época- no se las hubieran apañado para destrozar la unidad política de la Hispanidad; qué hubiera sido del mundo si aquellas -como las denominaba la Pepa, en otras cosas tan malhadada y en esto tan certera- provincias de ultramar hubieran formado piña con la España del Viejo Mundo, y hubiera sido posible establecer una unidad política, sin imposiciones pero sin dudas. El mundo, sin duda, hubiera sido mejor, y la Hispanidad un contrapeso al pirata inglés y al mercachifle yanqui.

Esto viene a cuento de que, gracias a un amigo argentino, he tenido conocimiento de un documento histórico y espeluznante, y cuando ustedes lo lean -cosa que, evidentemente, les encarezco y recomiendo- me dirán si no es cierto.

El documento está situado en la guerra de las Malvinas, de la que se han cumplido 30 años. Aquella que el gran ciprés Calvo-Sotelo Bustelo -mascarón de proa receptor de todas las bofetadas de la pasada por la izquierda pactada y próxima- consideró distinta y distante, para vergüenza de los españoles y escarnio de la Historia.

Se vio entonces una guerra colonial, y cómo las democracias del ancho mundo se alistaban de guardaespaldas de los piratas ingleses, que sin declaración de guerra disparaban contra los buques argentinos fuera de la zona de exclusión en torno a las islas. Se vio como los yanquis velaban por su colonia británica, y como Occidente perdía las últimas gotas de decencia que le pudieran quedar.

Algo así quise representar -con la colaboración de un dibujante amigo, porque mis habilidades artísticas son nulas- en la portada de la publicación que por entonces dirigía, y ahí la tienen ustedes.

Ahora -enlazo con el principio- un amigo argentino me hace llegar el enlace a un blog de aquella nación hermana a la que los españoles tanto debemos. Como no quiero copiarlo, porque el lugar merece su visita, sólo les animo a que visiten el sitio y lo vean por sí mismos:


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