Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

sábado, 17 de junio de 2017

SOBRE LA PETICIÓN DE ALFONSO GUERRA.

Mariano Rajoy debería explicar por qué no está aplicando ya el artículo 155 de la Constitución para frenar "los excesos de los secesionistas" en Cataluña. Si existe alguna razón debería explicarla, "pues cada día se hace más difícil entender su parálisis ante la manifiesta rebeldía del nacionalismo catalán contra las leyes". 

Ya se están dando las condiciones para aplicar el artículo 155 de la Constitución: que una comunidad no cumpla las obligaciones que le imponen la Constitución y las leyes -puesto que la Generalitat ha desobedecido sentencias del Tribunal Constitucional y del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña- o que atente gravemente contra los intereses de España (...) este segundo supuesto también se ha dado, con los contactos internacionales para lograr apoyos de Gobiernos e instituciones supranacionales a su referéndum y, como "guinda del pastel", calificar a España de "estado autoritario".

"Resulta patético contemplar a ese grupo de políticos enredados en la tela de araña de la corrupción, buscando desesperadamente librarse de la Justicia española por un procedimiento insólito, desconectando a Cataluña de España para librarse de la prisión".

Cosas todas ellas absolutamente ciertas, por más que los habituales soplagaitas de lo políticamente correcto se lleven las manos a la cabeza. Sobre todo, si antes no se han enterado de que todo esto que precede lo ha escrito y dicho -véase El Confidencial- don Alfonso Guerra.

Por mi parte, no puedo mas que mostrarme de completo acuerdo y recordar que hace unas semanas vine a decir lo mismo en este mismo diario. Ya imagino que cuando lo firmé yo los bienpensates lo tomarían por un exabrupto de un fascista, y que ahora que lo dice un socialista lo encontrarán muy razonable. 


Creo que no es la primera vez que coincido con don Alfonso Guerra, y probablemente no será la última, porque el señor Guerra parece ir adquiriendo el uso de razón que no tuvo cuando, desde su partido, se colaboró en apañar este bodrio de Constitución que nos ha llevado a donde estamos. 

Porque, por mucha razón que ahora tenga don Alfonso Guerra, el caso es que hace cuarenta años él y los suyos metieron la pata hasta el fondo, y los que ya entonces veíamos lo que se nos venía encima éramos fascistas, ultras y todas esas cosas.

jueves, 15 de junio de 2017

SOBRE LOS CUARENTA AÑOS.


Los cuarenta años que -según me recuerda la radio esta madrugada, cuando salgo a trabajar- se cumplen de las "primeras elecciones democráticas de estepaís".

De entrada, hacen bien en no tratar de colarnos como democracia esa república segunda, vertedero de mierda y sangre, zahúrda de chulos cobardes y tontos pusilánimes, en la que la izquierda siempre consideró al Estado como su propiedad, y la derecha no supo qué hacer con su victoria electoral. Y eso que, en este sentido, no hay mejor heredero que esta democracia para aquél desbarajuste.

Tampoco colaría como democracia la república primera, que genero tres guerras civiles simultáneas y episodios tan chuscos como la declaración de guerra de Jumilla a Murcia, y las algaradas piratas de Cartagena sobre la costa levantina. Y eso que, a este respecto, seguimos idéntico camino, y ya nos las veremos igual cualquier día.

Menos aún podría colar como democracia el curioso periodo de los dos borbones de nombre Alfonso; esos que dieron contenido al verbo borbonear, tan profusamente conjugado en estos últimos decenios.

Evidentemente, para los tontos incapaces de salirse del tópico y el estereotipo, la única democracia es el régimen donde los partidos políticos separan, dividen, enfrentan y confunden a los pobres desgraciados que tienen sometidos, cuyo única participación es la evacuación periódica de su cachito de soberanía nacional en los vespasianos de metacrilato. O -en casos de extrema gilipollez separatista- de cartón.

La representación popular, debidamente organizada en torno a las vías naturales -el municipio, la familia, el sindicato- no vale como democracia para los que viven del cuento de los partidos políticos que nos esquilman. Y que, por supuesto, dan de comer a la multitud de comunicadores, tertulianos, creadores de opinión y demás gente de mal vivir, que cobran por alabanza al propio o diatriba al contrario. 

De todo ello, creo poder deducir que, efectivamente, hace exactamente cuarenta años se celebraron -perpetraron, más bien- las primeras elecciones democráticas de estepaís. Estepaís tan parecido a la primera república, los cantones y las guerras civiles -dentro de unos meses me lo dirán los pobres habitantes de esa Catalunlla que sólo existe en mentes calenturientas de bobos o de chorizos-; estepaís tan parecido a la segunda república, con una izquierda que considera que nadie sino ellos tienen derecho a gobernar, porque son los únicos demócratas -más democráticos cuanto más ultraizquierdistas-; y con una derecha acojonada y acongojada ante el temor de que la llamen franquista.

Estepaís tan parecido a la restauración borbónica; estepaís tan de pandereta, aunque ahora la pandereta lleve pellejos de movidas, orgullos y titiriteros etarras y carmenitas.

Estepaís donde la industria desapareció a la mayor gloria de los cabestros que nos metieron de hoz y coz en el mercado común, hundiendo durante décadas nuestra economía a cambio de recibir la sopa boba que los politicastros desviaban a donde les venía bien; estepaís donde los recursos de los parados se los meten en el bolsillo los partidos y los sindicatos; estepaís donde los ayuntamientos mejor valorados son los que tienen las calles llenas de mierda, pero ofrecen circo abundante. Estepaís donde el socialista -me lo han dicho personalmente- votará socialista aunque se muera de hambre, y donde el derechista votará al PP -nido de traición, de corrupción, de cobardía- porque si no, vendrán los rojos.

Estepaís, desde luego, es el hijo directo de esas primeras elecciones democráticas; es lo que nos hemos dado a nosotros mismos, como advirtió el fenecido señor Duque de Suárez. De aquellas primeras papeletas vinieron la sangre de mil asesinados por ETA, los cinco millones de parados, las concesiones a cualquier separatista o terrorista, las corrupciones de todos -PSOE, PP, IU, UGT, CC.OO. y un etcétera que no cabría aquí-, los jueces estrella prevaricadores, los guardias civiles arrastrando por el suelo las banderas de España que acababan de robarle a los españoles y, en un futuro no muy lejano, la desmembración de España.

Y lo peor, es que nos lo merecemos.


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