Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

martes, 10 de mayo de 2016

SOBRE SEPULTURAS DIGNAS Y SENTENCIAS INDIGNAS.

Sentencia del Juzgado de Primera Instancia Número 2 de San Lorenzo de El Escorial, ocupado por don José Manuel Delgado, que -afirma La Gaceta- ha autorizado la exhumación de los restos mortales de dos hermanos que fueron fusilados y enterrados en una fosa común en Calatayud (Zaragoza) y posteriormente trasladados al Valle de los Caídos, al estimar la petición de la nieta de los fallecidos para recuperar los restos mortales de Manuel y Antonio Ramiro Lapeña Altabás. Y lo hace, añade, tras la identificación positiva de los mismos con el fin de darles digna sepultura.

El juez toma esta decisión al recordar que "el derecho a recibir sepultura digna está indisociablemente unido a la dignidad propia de todo ser humano" como así recoge el artículo 10 de la Constitución.

Si tenemos en cuenta -tranquilo, señor fiscal- que, para nuestra madre Academia, indigno es lo que no tiene mérito ni disposición para algo, o lo que es inferior a la calidad y mérito de alguien o no corresponde a sus circunstancias, resulta obvio que la sentencia en indigna, pues va en contra de lo dispuesto por tribunales -Audiencia Provincial de Madrid, Tribunal Constitucional y Tribunal Europeo de Derechos Humanos- de evidente mayor jerarquía y mérito. Y -siga tranquilo, señor fiscal- el que la sentencia sea indigna no implica obligatoriamente que lo sea el autor, y toda interpretación en este sentido será de la exclusiva responsabilidad de quien así lo entienda.

Lo de entregar "los restos cadavéricos de los hermanos Lapeña Altabás a su familiar María Purificación Lapeña Garrido... con el fin de darles digna sepultura" implica que don José Manuel Delgado considera que las criptas del Valle de los Caídos no son una sepultura digna. Esto, evidentemente, es un juicio de valor; y -como otro simple juicio de valor, señor fiscal- creo poder afirmar que la presunta indignidad de la sepultura no está en el lugar físico, sino en quien la interpreta. O sea: que lo indigno no es el Valle de los Caídos -la mayor Basílica del mundo tras la de San Pedro- sino quien lo mira como la obra de un enemigo a derrotar. O de un enemigo que le dio carreras en pelo y sopas con honda. Lo cual me lleva a -usando del mismo derecho, pero en mi caso sin prevaricar- afirmar que lo indigno no es el Valle de los Caídos, sino quien eleva el revanchismo a nivel de sentencia judicial.

Mención aparte merece que doña María Purificación Lapeña Garrido sea -según La Gaceta- nieta de los fallecidos... Manuel y Antonio Ramiro Lapeña Altabás. Esta frase no se cita como textual de la sentencia, así es que la necedad pudiera muy bien provenir del periodista. Porque, dando por hecho que los dos hermanos fallecidos no pudieron procrear entre sí, sólo habría una forma de que esta señora fuera nieta de aquellos dos hermanos a la vez, y sería que cada uno de ellos hubiera tenido descendencia, y que un descendiente del uno y una descendiente -o descendienta- del otro hubiesen procreado a doña María Purificación. Que no es el caso, porque entonces la susodicha debería apellidarse Lapeña Lapeña.

Me sería fácil decir que es la cripta de la Basílica del Valle de los Caídos la que no merece la indignidad de albergar a determinados difuntos, pero no sería justo. En el Valle están enterrados algunos de los que, de uno y otro lado, quisieron una España mejor, y la indignidad de sus descendientes no justifica su exhumación. Porque, aunque algún texto bíblico afirme que las culpas de los padres recaerán sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación, en ningún lugar se dice que la indignidad de los nietos deba recaer hasta el tercer ancestro.


Ni siquiera aunque alguna asociación de tocapelotas indignos espere como agua de mayo la ocasión de pedir subvenciones para dar dignas sepulturas a quienes ya fueron sepultados con más dignidad de la que merecían.

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