Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

martes, 28 de julio de 2009

SOBRE MAS HISTORIAS DE HIMNOS Y BANDERAS.

Historias -no anécdotas, sino pura categoría- que dos de mis buenos camaradas me hacen llegar, a modo de comentario sobre mis palabras de ayer sobre el caso del ciclista Contador y el Himno danés.
La primera, en la misma línea de Manolete y de poner el par sobre el tapete o -como verá quien lea- sobre las nubes; la segunda, en la de Contador y el Secretario de Estado de Deporte.
Aquí están, sin necesidad de más comentario:
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No se trata de Himno, como en el caso de Contador, sino de Bandera como en el de Manolete. Al final de los años 40, en un concurso de acrobacia aérea en Inglaterra, el piloto español Aresti, creador del "reglamento" para este tipo de competiciones, al elevar su avión para iniciar las acrobacias, observó que en el campo habían puesto la bandera republicana. Aterrizó y exigió el cambio de Bandera, y hasta que la rojigualda no se izó, no subió a su avioneta.
Aresti se hizo piloto "republicano" en Rusia, durante la guerra civil. Al regresar con su "promoción" a España, inmediatamente se presentó en el bando nacional donde combatió toda la guerra.
Jefe del equipo español de acrobacia que consiguiera la medalla de oro individual y la de plata por equipos en el campeonato mundial en Sondica, resulta que el jefe del equipo ruso, que ganó la de oro por equipos, había sido su profesor en Rusia.
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"von Thies"
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Lo de Manolete fue una machada, naturalmente. Pero hay un antecedente más cercano, de persona semi-viva, sucedido en Finlandia, o sea, para el norte nos volvemos a ir: en una visita oficial de Felípez González, al bajarse del avión, fue recibido con lo que aquellos forofos de los renos consideraban el Himno Español, y le endilgaron el Cara al Sol. Felípez no movió ni un músculo y se aguantó, según el pensamiento débil, que era el suyo.
Seguro, además, de que poca prensa se atrevería a dar tan penosa noticia. Pero el Acázar sí osó. Lo disimulaba con la barba mal afeitada, pero Felípez pensaba, siempre, que ojos que no ven, y todo lo demás. Y no era tan bruto como Zapatero.
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Arturo.

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