Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

domingo, 5 de agosto de 2012

SOBRE EL ULTIMO "EXILIADO DEL FRANQUISMO".

Que así es como se considera el señor Garzón, que fue juez antes de condenado, en una entrevista en El País.

El señor Garzón no es de este mundo; quizá por ello afirma que sigue siendo juez, cuando es conocida la sentencia condenatoria por prevaricación, el peor delito que puede cometer un juez, pues consiste en tomar decisiones injustas a sabiendas.

El señor Garzón -como todos los delincuentes- pretende salirse por la tangente o -en argot propio de su condición actual- escaquearse. Lanzar cortinas de humo, a ver si hay tontos que se traguen que es un pobre perseguido por haberse metido con el franquismo, en vez de un funcionario prevaricador.

El señor Garzón cree que, haciéndose la víctima imposible de un fallecido hace tres décadas -aunque él, en su necedad, lo ignorase hasta el extremo de pedir la partida de defunción- puede hacer olvidar la infinidad de casos tan mal instruidos, que sus propios compañeros de carrera tuvieron que afeárselo en las sentencias, irremediablemente absolutorias por culpa de un juez instructor incapaz.

El señor Garzón quiere ocultar, bajo la imposible persecución que le gustaría padecer para justificarse, la cantidad de asesinos, traficantes, delincuentes varios, que se le han escapado vivitos por no haber cumplido los trámites reglamentarios.

El señor Garzón se llama perseguido de un franquismo inexistente -si los franquistas pudiéramos perseguir a alguien no habría abierto su heroica boca- para hacer olvidar los gloriosos tiempos en que se iba de caza con un Ministro de Justicia que se motejaba de rojo -delincuente también, por cazar sin licencia-, la añorada época en que podía mandar a sus escoltas para solucionar los encontronazos de su hijo con la Guardia Civil, o que los empresarios recibían de buen grado sus solicitudes de financiación.

Y fíjese, señor Garzón: después de recordar todo esto, creo que va a tener razón usted: es el último exiliado del franquismo.

El último de los que tuvieron que irse de España para eludir la justicia, porque eran funcionarios venales, prevaricadores, corruptos; porque eran militares traidores; porque eran ladrones, asesinos, estafadores... Tiene usted razón, señor Garzón: es el último de los que salieron por pies cuando en España había un Gobierno decente.

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