Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

jueves, 12 de noviembre de 2015

SOBRE LO QUE RAJOY PERMITIRÁ Y LO QUE NO.

Copio el párrafo de El País, asumiendo que sus entrecomillados son, como manda la norma, palabras textuales del señor Rajoy:

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ha explicado este miércoles, tras convocar un Consejo de Ministros extraordinario y firmar y presentar el recurso contra la resolución de independencia y desobediencia de la Cámara catalana, que los independentistas pretenden "quebrarlo todo" y "devolvernos a la arbitrariedad del poder y retroceder a otros tiempos que la España constitucional ha dejado atrás definitivamente. Cuando se prescinde de la ley, se renuncia a la democracia. Pretenden acabar con la democracia y el Estado de Derecho y no lo vamos a permitir".

O sea -y dejando la palabrería para después- que los separatistas catalanes "pretenden acabar con la democracia y el Estado de Derecho." Y a España, Marianico, que le den dos duros.

Tiene el señor Rajoy -según sus palabras demuestran- una cierta empanada mental. La democracia, señor Rajoy, no es más que una forma de gobierno; el Estado, señor Rajoy, es la forma en que se vertebra la nación. Ni la una, ni el otro, son la parte fundamental, porque son meramente las formas, las vestiduras, con que se muestra lo sustancial. En nuestro caso, señor Rajoy, esa España a la que usted -según el citado artículo de El País, y reclámele a ellos si no es exacto-, no ha tenido a bien citar.

Defender "la democracia y el Estado de Derecho", señor Rajoy, es como velar porque a una persona no le rompan la chaqueta ni le quiten los pantalones, y allá se las componga esa persona para preservar sus brazos y piernas, porque a usted lo que le importa es la vestimenta. Lo accesorio, no lo fundamental.

Aquí, señor Rajoy, lo que se está ventilando es la existencia de España. Y por mi parte -y por la suya, si usted fuera una persona de bien- le pueden ir dando a la democracia y al Estado de las autonomías mientras se mantenga lo que me importa, que es España.

España -será necesario decirlo para topifílicos y necios- no es un territorio; España no es el conjunto de los habitantes con nacionalidad y derecho a voto; España no es la gente que hoy vive en ella; España no es un conjunto de Leyes, ni de normas, ni siquiera de costumbres y tradiciones.

España, señor Rajoy, es todo eso y mucho más. Porque España es el territorio, y es quienes la habitan, y quienes viven en ella; y es el conjunto de leyes, normas, y costumbres que mantenemos. Pero también es la Historia, la cultura, la tradición; lo que hicieron y pensaron nuestros antepasados, desde aquél mítico Orisón que le dio de collejas a los cartagineses a orillas del padre Ebro, hasta el último paleto que ha votado separatismo en las últimas elecciones regionales catalanas. España son los vivos -incluso los vivales-, y son los muertos que la hicieron hasta llegar a hoy. Y son, señor Rajoy, los que si usted y sus gobiernos abortistas los dejan, nacerán en el futuro.

Por eso, señor Rajoy, la democracia y el Estado de las autonomías constitucional son la ropa con que hoy se presenta ese cuerpo milenario de España. Y por eso, señor Rajoy, ni usted, ni yo, ni nadie, tiene derecho a reducir España a esa simple formalidad del sistema de gobierno o la forma del Estado.

Por eso, señor Rajoy, está usted errado -¿tal vez herrado?- cuando afirma que los separatistas catalanes pretenden "devolvernos a la arbitrariedad del poder y retroceder a otros tiempos que la España constitucional ha dejado atrás definitivamente." La referencia a "otros tiempos", contraponiéndolos a la "España constitucional", ya sabemos a donde va a parar. Se suma usted al carro del antifranquismo porque usted -como zopenco necesitado de herrajes- no tiene, según definía Longanessi, ideas, sino antipatías. O porque usted es, simple y llanamente, un cobarde, un pusilánime, un cagurrín y un acojonado -véase la "Trinchera" de mi camarada Eloy de ayer-; un individuo sin personalidad, que todo lo fía a sus asesores de imagen -no tiene otra cosa-, y teme que si habla de la unidad de España -aunque la cite la Constitución felizmente agonizante- le van a llamar fascista.

Lo de fascista es un anatema que acostumbran a expeler los rojos desde la III Internacional, y que acongoja mucho a los memos. A quien de verdad es fascista -o, en mi caso falangista, que no es lo mismo, pero para que los tontos me entiendan- el que los rojos le llamen fascista es algo que se pasan por donde no digan dueñas. Pero a los blanditos, a los suavones, a los nichichanilimoná, les hace pupa. Fundamentalmente, porque les cuelgan la etiqueta, pero carecen de gónadas para replicar con el "rojo de mierda" correspondiente. Y usted, señor Rajoy, está inmerso de lleno en la cualidad de cobardía tancrediana.

En cuanto a la arbitrariedad del poder... ¿qué hay más arbitrario que desobedecer las Leyes desde las Instituciones? ¿Qué hay mas arbitrario que permitir que los funcionarios del Estado, designados a dedo -por votación popular, pero a dedo- se pasen por el forro las sentencias de los Tribunales? ¿Qué hay más arbitrario que perseguir la lengua oficial de España en una región española, y qué hay más arbitrario que no mover un dedo para impedirlo desde el Gobierno? ¿Qué hay más arbitrario que ofrecer competencias a los gobiernitos regionales a cambio de votos para mamonear en Moncloa? ¿Hay, señor Rajoy, algo más arbitrario que la actuación de los sucesivos gobiernos regionales de Cataluña y de España en las últimas décadas, con respecto al desparrame separatista?

Porque aquí llegamos al asunto de fondo: que la cosa no es de hoy.

Lo he dicho no hace mucho, pero habré de hacerlo una vez más, habida cuenta de las muestras de asombro que se repiten en radios y prensa a propósito de la mamarrachada de los separatistas catalanes. Casi se rasgan las vestiduras -no del todo, pues entonces se les verían las vergüenzas, y no sólo las físicas- gimoteando sin explicarse cómo ha sido posible que hayamos llegado hasta aquí, hasta esta declaración de propósitos, en sede parlamentaria regional, de los secesionistas.

Y ninguno de ellos -ni políticos, ni periodistas, ni cualquier persona que una vez en su vida haya dicho interesarse en la política y en la sociedad- tiene derecho a asombrarse ni a escandalizarse. Esto que pasa hoy -lo que pasó ayer, lo que pasará mañana- ya está dicho, avisado y -para que no haya dudas- escrito desde hace mucho tiempo. Lo que está pasando ya lo avisamos muchos y desde el principio de este espectáculo circense autonómico. Lean ustedes -políticos y periodistas, enteradillos con o sin graduación de los aparatos partidistas-, los artículos publicados en El Alcázar, en Fuerza Nueva -revista-, en La Nación; o, mas modestamente, en las publicaciones Cruz de los Caídos -de los Distritos de Ciudad Lineal y San Blas de Fuerza Nueva de Madrid- o EJE, de Juntas Españolas, y lo verán.

Todo está avisado, y ya lo dijeron grandes patriotas y grandes escritores -Rafael García Serrano, Luis Tapia Aguirrebengoa, Ángel Palomino, Ismael Medina, Joaquín Aguirre Bellver...-; y también -en una dimensión distinta, pero también clarividente- mis camaradas que lo escribieron en EJE, y de los que sólo referiré a Eloy R. Mirayo y -modestia aparte- yo mismo. Quien quiera comprobarlo, sólo tiene que ir a la página de Ediciones Anteriores de mi diario, y desde allí se podrá descargar buena parte de ello sin que ningún fiscal tenga media palabra que decir, porque todo lo que ahí pueden encontrar fue escrito para darlo a la opinión pública, y la mayor parte es de mi absoluta propiedad -o la de mis camaradas- y sólo nos reservamos el derecho de que se cite la procedencia y no se modifiquen los textos.

Éramos -en su lenguaje de estereotipos y topicazos- fascistas, ultras, bárbaros fuera del sistema. Pero teníamos razón, y ahí lo están viendo, desde su falso asombro de arribistas, cohechistas, prevaricadores, comisionistas, estómagos agradecidos y tontos útiles; o desde su asombro real de tontos con máster, necios de aluvión o tontolabas pesebristas.

Nosotros -no unos cuantos "iluminados", sino cientos de miles de españoles ninguneados por el Sistema partitocrático- lo sabíamos. Nosotros lo dijimos. Nosotros sufrimos descalificaciones y calumnias. Pero teníamos razón.

También teníamos -tenemos- la claridad de conceptos que José Antonio nos legó. Justo debajo de la cabecera de mi diario figura, desde hace años, la premonición y el aviso. Pero aquí lo tienen de nuevo, escrito en 1934 y válido para hoy mismo:

Todos los síntomas confirman nuestra tesis. Cataluña autónoma asiste al crecimiento de un separatismo que nadie refrena: el Estado, porque se ha inhibido de la vida catalana en las funciones primordiales: la formación espiritual de las generaciones nuevas, el orden público, la administración de justicia.... y la Generalidad, porque esa tendencia separatista, lejos de repugnarle, le resulta sumamente simpática.

Así, el germen destructor de España, de esta unidad de España lograda tan difícilmente, crece a sus anchas. Es como un incendio para cuya voracidad no sólo se ha acumulado combustible, sino que se ha trazado a los bomberos una barrera  que les impide intervenir. ¿Qué quedará, en muy pocos años, de lo que fue bella arquitectura de España?

¡Y mientras tanto, a nosotros, a los que queremos salir por los confines de España gritando estas cosas, denunciando estas cosas, se nos encarcela, se nos cierran los centros, se nos impide la propaganda! Y la insolencia separatista crece. Y el Gobierno busca fórmulas jurídicas. Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)




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