Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

lunes, 18 de mayo de 2015

SOBRE LA CAMPAÑA ELECTORAL.

Como se pueden imaginar los presuntos lectores que aún me queden, si es que queda alguno, ando más bien abúlico para el comentario político, y no digamos el religioso, que tan buen juego daría de querer entrar en él.

Abúlico, no por dejadez, sino por aburrimiento; porque cada día es como el anterior y vaticina el siguiente; porque cada día se repite, pleno de estupideces que se plagian unos a otros sin moderación; porque cada día, al ver la prensa, me parece que el periódico es el de la jornada previa, y a veces incluso es así.

En cuanto a lo religioso, díganme si no es para tronar la alarmante sucesión de gilipolleces que estamos leyendo, oyendo y viendo, sobre los supuestos pastores. Pastores que -como en caso reciente Mons. Juan Vicente Córdoba, sj, obispo de Fontibón- afirman no saber si algún apóstol era mariconcito, ni si María Magdalena era lesbiana, pero parece que no porque bastantes pasaron por sus piernas. Acaso -permítanme suponer- como algún familiar próximo del dicente, porque el interfecto es un auténtico hijo de... y ya me entienden. 

Nada extraño, si tenemos en cuenta que el cura Paco -por otro nombre Cardenal Bergoglio, o sea, el Obispo de Roma, que es como se considera el interfecto, con desprecio patente al resto del Orbe- dirige la Iglesia como si fuera una multinacional que debe establecer alianzas comerciales con la competencia, a base de transigir con lo que sea para lograr el negocio.

Se pregunta uno si estos pastores -lo mismo el obispo de los mariconcitos que el presidente del consejo de administración de Iglesia S.A.- creen de verdad en lo que dicen representar. Porque cada vez me parecen más unos simples charlatanes, que a todo se amoldan con tal de vender su burra, y no tienen reparo en actualizarse con las modas de la sociedad para no perder clientela. También se pregunta uno si a la Iglesia Católica le vale de algo tener tantos o cuantos millones de fieles nominales, si los dichos fieles se pasan por allí mismo lo que la Iglesia Católica enseña. 

¿O de lo que se trata -de lo que trata el señor Bergoglio- es de amoldar las enseñanzas de la religión a los gustos de sus bases? ¿Se trata de adoptar las ideas acomodaticias de los que van a las reuniones semanales -no tengo valor para llamar a eso Misa, porque dudo mucho que ellos mismos tengan fe en que allí está presente Nuestro Señor; que Dios se hace Carne y Sangre en las manos del descreído del púlpito- para que no se vayan a otra religión menos exigente? 

De verdad: ¿de qué coño vale tener los locales parroquiales más o menos llenos, si el cincuenta, setenta o noventa por ciento no cree; si opina -en encuestas patrocinadas por el Vaticano- que hay que admitir a los divorciados, a los -dicho sea, señor fiscal, con las palabras del precitado obispo- mariconcitos en sus emparejamientos, que hay que admitir -lo dice don Rubén Salazar, arzobispo de Bogotá- que los homosexuales adopten, que los arrejuntes prematrimoniales -o sea, como cuando España era una nación civilizada y los melones se vendían a cala- están bien, y que hay que abrirse a las herejías diversas y religiones enemigas. Enemigas, por cuanto asesinan a los católicos y por dogma tienen despenar perros cristianos.

En fin, que iba a hablar de la campaña electoral, pero ya ven que me ha salido el tiro por otro sitio. No quería entrar en estos temas de la jerarquía eclesiástica porque les tengo cierta aprensión desde que me vi envuelto en una polémica durante mi época de director de EJE. Polémica que me supuso autocondenarme a publicar dos réplicas en el espacio normalmente dedicado a mi sección y, lo que fue más penoso, la pérdida de un suscriptor.

No quería entrar al tema porque ni soy teólogo, ni soy periodista informado, ni soy, siquiera, católico medianamente practicante. No lo soy -lo de católico practicante, digo- precisamente porque estas aperturas eclesiales me hacen carecer de fe en la jerarquía, y porque pienso que, al final, la única manera de tener posibilidades de salvar el alma va a ser abandonar esta Iglesia. Y, si acaso -como aquellos requetés de no hace mucho más de un siglo-, rezar por la conversión del Papa. Nada nuevo bajo el Sol.

Tampoco es que haya mucho nuevo en la cuestión de las elecciones. ¿Es nueva la corrupción a izquierda y derecha? ¿Es nuevo el incumplimiento de los programas electorales, esos que según el difunto profesor Tierno no había que cumplir? ¿Es nueva la concatenación de estupideces de los de acá, los de allá y los de acullá? 

Evidentemente, para adueñarse de la voluntad de las masas hay que poner en circulación ideas muy toscas y asequibles; porque las ideas difíciles no llegan a una muchedumbre; y como entonces va a ocurrir que los hombres mejor dotados no van a tener ganas de irse por esas calles estrechando la mano al honrado elector y diciéndole majaderías, acabarán por triunfar aquellos a quienes las majaderías les salen como cosa natural y peculiar.

¿Hay mejor definición del sistema liberal, mejor bosquejo de lo que se presenta a las elecciones?

Las reclamaciones, señor fiscal, a don Ángel Ganivet.

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