Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

lunes, 6 de junio de 2016

SOBRE LOS CAGURRINES CATALANISTAS.

Un personaje de Plaza del Castillo -extraordinaria novela del ya por sí extraordinario maestro Rafael García Serrano- calificaba al sector varonil de la especie humana: «Existen los hombres, los hombrines, los hominicacos y los cagurrines.»

Evidentemente, el hombre que pega a una mujer ni es hombre ni es hombrín, ni es hominicaco. Es un cagurrín de mierda, y gracias. También es un hijo de puta, pero a eso llegaremos luego.

Como también resulta evidente, me refiero a esos cinco separatistas -dice La Gaceta- que agredieron este sábado a las 17:00 horas a dos mujeres integrantes del colectivo "Barcelona con la Selección" mientras hacían promoción de la asociación y de la Selección Española y sus deportistas en las carpas informativas en el barrio de Sant Andreu tras la pertinente autorización del Consistorio, a las que insultaron con gritos de "putas españolas, fuera de aquí, os vamos a matar", y propinaron "empujones, golpes y patadas."

Si con la agresión basta para calificar a los catalanistas de cagurrines, lo de putas españolas les sitúa de lleno en la categoría -como avanzaba anteriormente-, de hijos de puta. La condición de hijo de puta, señor fiscal, es personal de cada uno; es una actitud del individuo, que en nada se refiere a sus antecedentes familiares. Es muy distinto, pues, ser un hijo de puta -caso de los separatistas, que reniegan de su madre-, que ser hijo de una puta, lo que sí afectaría a la progenitora B. Es una simple cuestión de cambio del artículo, que en este caso afecta al producto, como aquella coma que cambió el Canciller Bismarck en un mensaje del Kaiser dio origen a la guerra francoprusiana de 1870. Cosas de la semántica, que tiene su intríngulis aunque los hideputas catalanistas no lo entiendan.

Bien; ya sabemos que los catalanistas que golpean mujeres son unos cagurrines y unos hijos de puta. Pero como resulta que, además, a una de las agredidas le robaron el bolso, los tenemos calificados de ladrones. Bueno, quizá no tanto; simplemente chorizos, que también para robar hay clases, y estos cabrones son de la más baja, aunque probablemente aspiren a lograr cotas similares a sus pujoles y demás ralea.

Por otra parte, espero que las asociaciones feministas, antimachistas, ideogeneristas y similar, publiquen un proceloso comunicado en defensa de las dos mujeres agredidas y que -si por alguna casualidad los cagurrines son detenidos- se personen como acusación particular, o popular, o como leches le llamen ahora.

Espero que el señor fiscal que corresponda empapele a los cagurrines hideputa por los delitos de odio, de violencia de género e incluso de -según la catetez separatista- xenofobia.

Espero, eso si, cómodamente sentado. Porque también resulta evidente que los catetos hideputa, los cagurrines catalanistas, no han agredido a dos mujeres por ser mujeres -aunque los golpes y patadas los recibieran como si tal fuera el motivo-, ni por ser aficionadas al fútbol; ni siquiera por defender el derecho de los ciudadanos a reunirse en un lugar público para ver un deporte. La agresión fue porque los partidos de fútbol cuya visión pública promocionaban eran los de la Selección Española.

Y siendo así -¿verdad, señor fiscal, señores mosus?- no pasa nada. Lo de que te den patadas y golpes por ser español en Catalunlla va incluido, ¿no es eso?.

Y a ver para cuando leches los españoles -o sea, digo los españoles, no los hombrines, ni los hominicacos, ni los cagurrines, ni los hideputa- entendemos de una puñetera vez que a las bestias hay que tratarlas en la forma que mejor entiendan. En este caso y otros muchos similares, en la manera que ellos emplean: a palos.

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