Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

sábado, 17 de marzo de 2012

EL ESTADO ES DINERO (por Arturo Robsy).

EL ESTADO ES DINERO.

por Arturo Robsy.

Y dinero debido, que es peor. No se entiende como empresas mundiales trabajan con beneficios y los estados, generalmente, generan pérdidas asombrosas. Lo definen los manuales como bien de general aceptación, o sea, como herramienta del trueque; pero no es sólo eso, como se sabe. El dinero es faraónico: da poder. Además, cualquier cosa que se emprenda en este mundo moderno necesita dinero, el primer factor de la producción, incluida la poesía. Y la política.

Conviene orientarse sobre lo que es. Dinero es la supervivencia de “denario,” y todo ello viene de “*Dekm-” remota raíz de “diez.” Deka en griego y del distributivo romano “deni,” que se pueda traducir por “diez de cada uno.” El “denario” equivalía a diez ases.

El idioma inglés, que hoy se traga cruda la economía a través de América, prefirió decir “money” que entre nosotros sólo es moneda. No pasa nada: viene todo del mismo lugar, la ceca que los romanos tenían a la sombra del templo de Juno Moneta, la falsa Diosa Juno, esposa de Júpiter, con la advocación de Moneta: consejera. Pero hasta los moros andan con su “dirham,” que significa, exactamente, denario.

El caso es que el dinero, tal cual, no existe ya. Es una bonita fantasía substituida primero por papel y luego por plástico. De modo que papel y plástico es lo que el Estado tiene, normalmente extraído al ciudadano, como empresa que es y, claro, mal administrado. O sea, de general aceptación que es, justo, lo mismo que nos pasa con los votos: la mayoría se acepta, con independencia de las fechorías que lleve en la cabeza colectiva que finge ser Zapatero. O en la amorfa expresión que es, sin duda, Rajoy.

Extrañas cosas de la modernidad: usted gana un millón al mes y no es rico; usted maneja 500 mil millones y, aunque cobra sólo 20.000, es un potentado. No es el dinero, es el poder y el capricho de dejarse querer o de querer al jefe supremo.

Pero, a veces, algún devoto resulta manirroto y se pone a la explotación del ciudadano mediante nubes de humo, globos sonda y palabra de vendedor de seguros. Y lo hace bien. Por eso el hombre, como único animal histórico, debiera revisar la Historia de Norteamérica, que no solemos estudiar, hasta dar con el animal que nos amputó La Florida y educó a Sam Houston, que nos rebañó Tejas, pero esta vez ya mejicana.

Lo dicen hasta los documentales: el presidente de Estados Unidos, Andrew Jackson, que lo fue hasta 1837, antes de ayer como quien dice, tuvo una manía superior a la batalla y la matanza: el dinero. Pensaba que el dinero en billetes no lo era. Sólo consideraba como tal el que se podía llevar a los dientes y morder.

De sargento mayor general llegó a presidente de USA y sacó el látigo. Recibieron los indios, recibimos los españoles, envueltos ya en el sueño eterno, y los banqueros. Y eso sí que no. El presidente que pudo con nosotros, no logró hacerle una muesca a la banca, o sea, devolver a la razón lo que era ya entonces el dinero, o sea, una pamema de gente espabilada y de gente acomodaticia: que el dinero en billetes no lo es y que no había -entonces ni ahora- modo de impedir que los especializados crearan dinero con cargo al maestro armero.

El extraño camarada Andrew Jackson acometió contra el Banco de América que, además, guardaba los fondos federales. El lector sabe que ese banco ya no está y que el dólar lo emite, hoy, la llamada “Federal Reserve,” en cuyos billetes se lee “Federal Reserve Note,” o sea, billete. O sea, “nota.” Posteriormente le añadieron en latín, por la cosa del prestigio, “Novus ordo seculorum,” y una pirámide, que siempre hace bonito.

Nuevo orden de los siglos. Pero entonces Jackson no estaba por la labor y retiró los fondos federales de la custodia del banco de América. El bank, antes, había contraatacado subiendo los intereses y aumentando los desahucios. Es decir, hubo una batalla entre el poder del dinero y el del pueblo, o sea, de la democracia tal como la vieron desde Washington -masón- hasta Jackson, al que, como de burla, han puesto la cara en los billetes de veinte.

Una batalla entre el valor “contante y sonante,” Y se sabe quién lo ganó. Desde luego, el dinero en billete, bajo palabra de banquero, y en plástico, sin palabra que valga, triunfó. Y eso hizo vencer muchos asuntos casi increíbles, como la Guerra de Cuba, el Canal de Panamá, la primera y segunda guerras mundiales, el plan Marshall y, si hay que apretar, el armamento de Rusia en la Guerra mundial, el avión llamado “Paloma de la paz” y los socialismos, que siempre fueron una apuesta bancaria.

De tal modo lo fueron que hoy el Estado es Su dinero. Incluso que el dinero es EL estado y, en ese caso quien hace el dinero hace la ley como quien hace la ley hace la trampa: cosa milenaria. Trile de poderosos, papamoscas de cómodos, vergüenza del seso.

Como no hace falta demostrar, el liberalismo ha vencido en esta pugna anterior a 1775, o sea, de lo que nos pasaba aquí con la Primera República y sus cantones y saqueos. Pida usted un euro de oro, con valor de euro y sabrá a que nos referimos: a la carcajada. O sea, quien tiene el dinero tiene el poder.

Y un apéndice: el Estado Español debe más de setecientos mil millones de Euros, o un billón para redondear, de modo que hay que preguntarse quién y qué manda en España. Y a quiénes pertenecen el Psoe y el PP. Y quién hace las leyes que permiten, en pleno socialismo liberal y viceversa, que los medicamentos valgan el doble, como la electricidad, el petróleo y todos los bienes de necesario uso.

Y que el euro valga cada vez menos, como la España independiente y sus leyes.

Arturo ROBSY.

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