Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

jueves, 23 de septiembre de 2010

SOBRE IGNORANTES Y DINAMITEROS, CON EL VALLE DE LOS CAIDOS AL FONDO.

La noticia procede de Minuto Digital, pero me llega por medio de Cruzada Hispánica.
El caso es que el Senado -ese lugar cuyo nombre le predestina a convertirse en tertulia de seniles- ha aprobado una moción en la que pide que el Gobierno meta la zarpa en el Valle de los Caídos, amparado en su memez histérica, para que el monumento honre la memoria de “todos los fallecidos” en la Guerra Civil. Y -lógico en mentes que ya declinan sus facultades-, también a las "víctimas de la represión franquista," y que se fomenten “las aspiraciones de reconciliación y convivencia” de los españoles.
Cualquiera que no esté inmerso en la demencia senil -enfermedad lamentable que he visto muy de cerca y de la que jamás me permitiría bromear, lo cual aclaro por si algún posible rojo lector fuera tan mezquino como para pensar que me regodeo; pero enfermedad que debería imposibilitar para ocupar cargo público-, sabe que en el Valle de los Caídos hay enterrados muertos de ambos bandos. Cualquiera sabe que la reconciliación fue su primer objetivo. Cualquiera sabe que en la Basílica se elevan preces por todos los Caídos, y que esto siempre ha sido así.
Cualquiera -cualquiera que no sea un cenutrio iletrado- sabe que en la construcción del Valle de los Caídos sólo trabajaron presos voluntarios, a los que convenía reducir condena con el trabajo y cobrar el sueldo que se les pagaba. Cualquiera sabe que en la construcción del Valle de los Caídos ningún preso trabajó en las tareas particularmente peligrosas, porque para eso hacían falta especialistas.
Cualquiera sabe -o puede saber a poco que se moleste- que los presos que trabajaron en la construcción del Valle de los Caídos tuvieron casas, donde vivían con sus familias los que quisieron llevarlas; que tenían escuela para sus hijos, y atención sanitaria. Lo contó el actor Francisco Rabal, no precisamente sospechoso; pero además, lo sé de primera mano, porque una antigua amiga era hija de uno de los maestros -o acaso médicos, me falla el detalle- que allí estuvieron, y allí -en ese poblado- nació y vivió ella sus primeros años.
Pero además de la idiotez histérica, de la incultura oceánica, de la ridiculez iconoclasta, ya vieja, se cubrió de... lo que le corresponde -esto es, pura mierda- ese ente que en el registro civil llamaron Anasagasti, cualquiera sabe por qué.
Acaso con las neuronas nadando en los ricos caldos maketos que tanto gustan a los separatistas baskos -Unamuno dixit-, el hijoputa comentó la posibilidad de dinamitar el monumento. “Me recuerda lo de los budas de Bamiyán de los talibanes”, le respondió el portavoz del grupo popular, Juan Van-Halen.
A mi, además de la incultura talibán, me recuerda -ya se insinúa en Cruzada Hispánica- otras muchas cosas, bastante más cercanas al cuatezón Anasagasti. Me recuerda la T-4 de Barajas (30 de Diciembre de 2006). Me recuerda el atentado de Hipercor (19 de Junio de 1987). Me recuerda muchas casas-cuartel de la Guardia Civil.
Me recuerda aquél 28 de Junio de 1960, cuando la niña Begoña Urroz Ibarrola, de año y medio, muere como consecuencia de una bomba que explosionó en la consigna de la estación de Amara en San Sebastián (Guipúzcoa). Me recuerda el 13 de Septiembre de 1974, cuando una bomba en la cafetería Rolando de Madrid mata a doce personas. Me recuerda el 29 de Julio de 1979, cuando un artefacto explosivo en la estación de Chamartín en Madrid mata a la ciudadana checa Dorotea Fetiz; mueren en el aeropuerto de Barajas en Madrid los ciudadanos José Anaya, Juan Luna Azol y Jesús Pérez Palma como consecuencia de la explosión de una bomba, y también muere en la estación de Atocha en Madrid la ciudadana Guadalupe Redondo Villar como consecuencia de otra.
Y el 20 de Enero de 1980 en que la explosión de una bomba mata a cuatro civiles en la localidad de Barakaldo (Vizcaya): Liborio Arana Gómez, Mari Paz Armiño, Pacifico Fica Zuloaga y Manuel Santacoloma Velasco. Y el 29 de Marzo de 1980, cuando muere el niño José María Piris Carballo en la localidad de Azpeitia (Guipúzcoa) al golpear una bolsa de deportes que contenía un artefacto explosivo mientras jugaba en la calle. Y el 20 de Agosto de 2001, en que María Francisca Eraunzetamurgil Alkorta muere cuando trataba de abrir un juguete trampa con explosivos que los etarras de la "kale borroka" habían dejado en los servicios de un bar durante unos enfrentamientos con la Ertzaintza.
Recuerdos todos estos en que he prescindido de contar los asesinatos a tiros, los asesinatos de militares, guardias civiles, policías y, en ocasiones, de particulares que pasaban por allí... Si quieren pueden ver la relación completa de atentados mortales en
http://www.vianetworks.es/personal/angelberto/listatentados.htm.
Esto es lo que le gusta al marrano Anasagasti, y ni así las tiene todas consigo, el gallina, porque al parecer añadió que “igual, si se vuela, el hermano Francisco despierta y no conviene”.
No va a despertar porque ya está por encima de vuestra miseria, de sobra lo sabes. Como que si no estuvieras seguro ibas a alzar la cresta, cabrón.

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