Que es ese periodo de tiempo en que los
partidos políticos prometen sin tasa, se atacan sin pausa, se pelean sin
vergüenza y, en suma, mienten como bellacos. Es decir, como siempre.
Porque díganme ustedes si los partidos políticos
han hecho otra cosa desde su desgraciado advenimiento, hace ya cuarenta años;
díganme si han hecho otra cosa que atacarse, pelearse, y mentir. Sí, cierto;
han hecho otra cosa: robar. Pero eso va en su origen puesto que, ya, de
entrada, la existencia de partidos políticos conlleva la usurpación de la
voluntad popular, tergiversándola en función de los intereses de los “creadores
de opinión”. Que esa es otra: los partidos -constitucionalmente- están para
crear opinión, no para representar las opiniones de sus electores, y díganme si
puede existir mayor corrupción intelectual de este sistema presuntamente
democrático.
Lo cierto es que la política española -de
otros sitios no hablaré, aunque pienso que probablemente ocurra lo mismo- es
una continua campaña electoral, de cara a llevarse al huerto el máximo de
sufragios a costa del engaño manifiesto. Aquí llevamos cuarenta años de campaña
electoral, en los que ningún político ha hecho nada digno de mención, más allá
de llevarse los cuartos, las influencias, los cargos, los porcentajes y -en
suma- de utilizar el Estado en provecho propio y de su partido. Porque todos
-todos- han demostrado que su deseo, su interés, su pensamiento íntimo, es que
el Estado sea propiedad de su partido.
Pero, a pesar de esta permanente publicidad,
de este avasallador asalto de propaganda, hay unos periodos donde, además de
hacerlo, lo confiesan. Es lo que llaman campaña electoral. O sea: esto de
ahora, que se diferencia del resto del tiempo en que las subvenciones, los
expolios y los trinques son públicos. Por ejemplo, las subvenciones por la
propaganda electoral por correo, que es a donde quería llegar.
Contra mi costumbre acerca de la
correspondencia electoral, que es depositarla -con mucho cariño- en la basura
según la recibo, en esta ocasión he procedido a leerla. No lo he hecho por
aburrimiento, ni por penitencia, ni por decrepitud intelectual, sino porque me
hallo en una fase de probaturas en mi ordenador, y entre la instalación de
sistemas operativos hay tiempo para mucho. (De sistemas operativos, que en sus
ultimas versiones parecen ser algo incompatible con la inteligencia, ya
hablaremos otro día)
Y, aprovechando la coyuntura -que decían los
cursis al comienzo de la transición/traición- procederé a comentarla. Por orden
de llegada, puesto que la que he recibido me merece idéntica consideración.
Para empezar don Mariano Rajoy está en lo
cierto cuando asume que los ciudadanos estamos hasta el gorro -el lo dice más
melifluo, pero se entiende- de elecciones y de políticos. Pero yerra -como es
normal en los de su especie- al afirmar que “No votar no es decir que estás
en desacuerdo. Es no decir nada. Y que suceda lo que decidan otros.”
Bueno, don Mariano: no votar es, precisamente,
que estamos hasta el citado gorro -o más claro, para que se me entienda, hasta
los mismísimos- de ustedes. De todos ustedes. No es “no decir nada”,
sino decir que se vayan a tomar... lo que gusten.
Le contaré una anécdota: en 1982, cuando la UCD del ciprés Leopoldo
convocó elecciones para perderlas y ceder el paso al PSOE, voté la candidatura
de Solidaridad Española, que presentaba como número uno a don Antonio Tejero
Molina. Una opción -por mucho que los memócratas se rasguen la ropa interior-
tan válida como cualquiera otra de las que la Ley permite. Y ¿sabe usted qué pasó? Pues que
todos los políticos -todos, desde el fúnebre Calvo Sotelo hasta el “Felipe/
capullo/ queremos un hijo tuyo,” pasando por el simpático señor Guerra y el
asesino de Paracuellos- dijeron que como había ido mucha gente a votar, aquello
había sido un gran triunfo de la democracia. ¿Ve usted por qué no votar no es “no
decir nada”, sino decirles a todos ustedes que les vayan dando?
Promete usted, don Mariano, bajar los
impuestos; concretamente, bajar dos puntos del IRPF. Y me parece muy bien, si;
pero me parecería mejor si bajara usted el IVA, que ese si que es un impuesto
injusto, confiscatorio, insolidario y desproporcionado. Y le cuento la razón: y
es que el IVA afecta lo mismo al millonario que al pobre de pedir. Lo mismo que
los impuestos especiales, que hacen que le cueste lo mismo los impuestos sobre
el litro de gasolina al que llena el depósito de un Ferrari que el que pone
diez litros en una furgoneta que necesita para trabajar. Si quiere usted que la
fiscalidad sea progresiva, y que cada cual pague según tenga, baje el IVA,
elimine impuestos especiales, y ponga tramos de IRPF adecuados a la realidad de
España, y no a la entelequia europea de los burócratas.
Promete usted crear empleo. Nada más ni nada
menos que dos millones de puestos de trabajo. ¿Como los que dicen las
estadísticas que ha creado en los últimos cuatro años? ¿Como los que se llevan
creando los últimos 40 años? ¿Puestos de trabajo consistentes en repartir la
miseria, y que cada persona en condiciones de trabajar y con voluntad de
hacerlo, encuentren un empleo de horas, de un par de meses a lo sumo?. Que l he
visto, señor Rajoy; que por mis manos han pasado resúmenes de la vida laboral
de personas que habían sido dadas de alta, había trabajado tres horas tres
horas de un sólo día- y habían vuelto al quedarse sin trabajo. Así, don
Mariano, cualquiera. Así, cualquier tonto crea no dos millones de puestos de
trabajo, sino doscientos millones. ¿Eso es lo que promete?
Promete, en cuestiones sanitarias, reducir las
listas de espera y garantizar la libertad de elección de profesional y de
centro en atención primaria y especializada.
Pero coño, don Mariano, ¿todavía estamos así,
cuando esta promesa la llevan haciendo quince o veinte años? Porque ya se ha
dicho por o menos cinco veces en televisión, radio o prensa que a partir de no
se qué día se podría realizar esta elección. ¿Y resulta que lo prometen ahora?
Pues una de dos: o ustedes mienten más que hablan, o no se enteran ni de lo que
hacen.
Van ustedes -dice- a defender la unidad de
España. Y lo van a hacer “defendiendo el Estado de las Autonomías,” pero sin
ceder “ante el incumplimiento de la
Ley y la
Constitución ”. O sea: que esta vez, cuando una autonomía
se gaste más cuartos de los que le corresponden en montar embajaditas, en
subvencionar antisistemas, en untar fundaciones, en subirse los sueldos hasta
el escándalo, en inflar precios de contratos públicos para percibir su tres
por ciento, en montar cuchipandas refenrendales, ustedes harán algo. Que
cuando una autonomía no coloque en el lugar que le corresponde la Bandera de España, ustedes
harán algo. Que cuando una autonomía multe a los comerciantes que rotulen sus
comercios en la lengua oficial -la segunda lengua más extendida del mundo-,
ustedes harán algo. Que cuando una autonomía perjudique a sus ciudadanos de
forma manifiesta -por ejemplo, exigiendo a los bomberos hablar gallego en vez
de pedirles experiencia; o cuando les exijan a los médicos hablar catalán, en
vez de saber medicina; o cuando hablar batúa puntúe más que los conocimientos
en una oposición- ustedes harán algo. Porque hasta ahora, don Mariano, ustedes
han callado como... -vaya, usted ya sabe- cuando han ocurrido todas esas cosas,
y otras muchas. Han mirado a otro lado, han metido la cabeza debajo del ala, y
se han pasado la
Constitución por la popa. Y eso, teniendo mayoría absoluta.
Y también van a impulsar el cambio de huso
horario. ¿Cuántos años hacen falta para promulgar un puñetero Decreto, señor
Rajoy? Porque -repito- han tenido cuatro años de mayoría absoluta, y además
esta es una cuestión en la que, al parecer, todos están de acuerdo. ¿Son
ustedes tan apáticos que no han podido hacerlo hasta ahora y necesitan una
legislatura más?
De otras cosas que propone no quiero ni
hablar. De las ayudas a la pymes y a los autónomos; de la conciliación laboral
y familiar, de la enseñanza, mejor ni empezamos. Pero si voy a decirle algo
sobre su promesa de apoyar a la familia. Voy a decirle, señor Rajoy, que a los
señores Obispos, a sus medios de comunicación -COPE, 13TV, etc.- a los
acomodaticios y a los cobardes, le parecerá bien que ustedes sean el mal menor;
que ustedes digan que se pude abortar, pero un poquito menos; que ustedes hagan
del divorcio una simple distracción que se puede disfrutar ante notario. Si eso
le parece bien a la jerarquía eclesiástica, a los periodistas profesionalmente
católicos, a los nichichanilimoná, a mi no me vale.
Así es que, señor Rajoy, no cuente con mi
voto. No me diga que usted es el mal menor, que frente a usted y su partido
sólo está el Frente Popular. Curioso que se den cuenta ahora. Otros -ya se
sabe, los ultras, los fachas, los antidemócratas, los nostálgicos- lo vimos
venir hace tiempo. Pero usted, señor Rajoy, debe ser mucho más tonto de lo que
parece.
Vamos con el siguiente; pero iremos mañana -o
dentro de un par de días-, porque esto se va alargando y, caso de que aún me
quede algún lector, se va a aburrir.
Continuaremos con la niña de Pablo Iglesias.