El difunto es, en este caso, don Gregorio Peces-Barba, de cuyo óbito habrán ustedes oído, visto y leído profusamente. El hecho ocurrió el pasado martes -o al menos tal día saltó a la prensa- pero disculparán que no me haya corrido prisa comentarlo.
Porque lo único que puedo hacer al respecto, es dejar unas líneas en blanco para que ustedes puedan imaginarse lo que el estilo falangista me impide -precisamente en este caso- escribir.
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