Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

viernes, 30 de septiembre de 2011

SOBRE UN DOCUMENTO MUY CLARITO.

Documento que me llega por correo electrónico, y que con mucho gusto comparto con todos ustedes, muy especialmente con los posibles lectores legionarios a los que, ni que decir tiene, saludo muy especialmente.

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Texto del discurso pronunciado antes del brindis en la comida de la Hermandad de AA.CC. Legionarios de La Coruña hace unos días. Sin desperdicio.



Hace más de noventa años, noventa y uno para ser exactos, un coruñés de la calle de Santiago de la Ciudad Vieja, tuvo la genial idea de crear de la nada una unidad de Infantería que con el paso del tiempo se ha ganado por valor, honor, disciplina y méritos de guerra, el ser considerada como la mejor Infantería del mundo. Este coruñés era José Millán Astray y Terreros, hijo predilecto de nuestra ciudad cuyo título data de un acuerdo de la corporación municipal de agosto de 1922, durante el reinado del Rey Alfonso XIII, debido a su valerosa y heroica actuación al frente de sus legionarios en los sucesos posteriores al desastre de Annual. Gracias a la dureza de los combates y los incontestables triunfos de la Legión, la fama de Millán-Astray se engrandeció. Por todos los rincones de España surgieron voces de cariño y aliento a los bravos soldados y a su indómito jefe. A propuesta de un nutrido grupo de políticos, la mayoría de ellos republicanos, La Coruña le tributó un grandioso recibimiento, con motivo de la llegada del ilustre militar para pronunciar una conferencia organizada por la Reunión de Artesanos en julio de 1922.

En estos últimos años la historia ha sido falseada de forma contumaz. La izquierda española más recalcitrante ha intentado por todos los medios convertir su derrota en la guerra de 1936-39, en una victoria. Nos han presentado una II república idílica, donde los buenos buenísimos fueron los socialistas, comunistas y anarquistas, autores por cierto de un sangriento golpe de estado contra la propia república en octubre de 1934 y los malos malísimos, vaya, el Diablo en persona, Franco y sus partidarios, que se alzaron en armas, enarbolando la bandera de aquella media España que no se resignó a morir como acertadamente había señalado en el parlamento el jefe político de la CEDA, José María Gil Robles. El zapaterismo, -algún día habrá que pedirle cuentas ante los tribunales-, ha configurado con su maldita, impresentable y enferma ley de la memoria histórica una desdichada y sectaria estrategia de expolio y persecución contra todo lo que signifique recordar y exaltar al bando Nacional que ganó la guerra de liberación. El vil, ruin, perverso acoso y derribo a la basílica del Valle de los Caídos, modelo de monumento a la reconciliación Nacional, solo por el mero hecho de estar enterrados en ella el Caudillo Franco y aquel español irrepetible que se llamó José Antonio Primo de Rivera, es sin lugar a dudas un hecho despreciable y a todas luces impresentable e incalificable.

Con la retirada de estatuas y escudos, en un ejemplo de irresponsabilidad y ataque sin precedentes al patrimonio histórico de la Nación española o con el cambio de nombres de calles dedicadas a figuras legendarias de España, se ha pretendido borrar un importante capitulo de nuestra historia. Sin embargo para los del otro lado, el ejército rojo, como ellos mismos gustaban en llamarse, la maligna ley de memoria histórica ha sido un constante homenaje y una riada de miles y miles de euros, propiedad de todos los españoles, entregados a manos llenas, a unas asociaciones que lo único que pretenden es dividir y fracturar la sociedad española, trayendo de nuevo a la vida cotidiana episodios que ya creíamos afortunadamente superados y que sucedieron hace más de setenta años. Es la gran “reconciliación nacional”, auspiciada por ese presidente sectario, mentiroso e iluminado, que el tiempo colocará entre los personajes más nefastos de toda nuestra dilatada historia, llamado José Luis Rodríguez Zapatero.

Desde 1970, con motivo del 50 aniversario de su gran obra, una estatua en bronce del Fundador de la Legión presidió en La Coruña, la plaza que lleva su nombre, sin que nadie se sintiera molesto por su presencia, en una ciudad que siempre se ha distinguido por su talante abierto y liberal, hasta que una noche de enero del año 2010, con nocturnidad y alevosía, por obra de un equipo de gobierno municipal desdichado y de infausto recuerdo, -que fue borrado de un plumazo por las urnas en mayo de 2011-, se hurtó a los coruñeses una obra de arte que hoy duerme el sueño embalada en un cajón en los talleres municipales de la Grela. Millán Astray fue desposeído de su título de hijo predilecto, de todos sus honores e incluso en un alarde de osadía y sinrazón un personaje, por su cuenta y riesgo, retiró las placas que rotulaban la plaza.

Una juez coherente ha dictado hace unas semanas una sentencia en la que obliga al Ayuntamiento a reponer los honores de hijo predilecto de la ciudad a José Millán Astray. Un trabajo impecable del abogado Ignacio Menéndez que hoy nos acompaña. El ayuntamiento, ante una sentencia de tanto peso y fundamento, ha decidido no recurrir cosa que ha indignado sobremanera a los secuaces de Zapatero, los de la memoria histórica.

Son los de la memoria histórica, aquí en La Coruña capitaneados por un personaje de apellido frailuno, que ha hecho de esa ley su opulento modo de vida. Son los mismos que se olvidan por odio, dinero y rencor de los que cayeron asesinados a diestro y siniestro en Paracuellos del Jarama, Torrejón de Ardoz, en las checas de Madrid, Barcelona y Valencia. Los asesinados en los buques prisión o en los de la Armada. Los que fueron arrojados al mar desde cabo mayor, o asesinados de forma cobarde en el túnel de la muerte en el barrio madrileño de Usera. Las víctimas indefensas de la brigada del amanecer, de la motorizada o de los linces de la república. Eso si es la memoria histórica, no solamente una parte de la tragedia que enfrentó a españoles contra españoles, hace ya setenta y cinco años, y que por el bien de la Patria común creíamos superada. Dejó escrito Don Emilio Castelar, último presidente de la I república española, “que las Naciones que olvidan los días de sacrificio y los nombres de su héroes, no merecen el inapreciable bien de su independencia”. Y Millán Astray fue eso, un héroe que luchó denodadamente por nuestra querida España al frente de sus Banderas.

Por eso es hermoso repasar la historia del Tercio. La Legión Española que es Gallega por los cuatro costados. Gallega por su fundador y los mandos que le acompañaron en la fundación, Franco, Candeira, Olavide. Gallega por su modo de ser, y Gallega, todavía más, porque Gallega fue la sangre del primer jefe que dio su vida, el valeroso comandante coruñés, Carlos Rodríguez Fontanes.

Por ello, decimos, que es hermoso recordar los pasajes de su sacrificio: los cerros y las altas montañas de África; Tazarut, Nador, Buharrat, Monte Magán, Zoco el Arbaa, Xauen, Alhucemas, la cuenca asturiana, la brecha de Badajoz, la vega del Tajo, Toledo, los olivares de Arganda, la Casa de Campo madrileña, la cuña de la Ciudad Universitaria, Oviedo, los picos de Asturias, el sol de Brunete, las nieves de Teruel, las riberas del Ebro, los desiertos de Ifni y Sahara, la antigua Yugoslavia, Albania, Kosovo, Afganistán o el Líbano. El largo camino de mancebos que casaron con mujer brava, de los novios que casaron con la muerte.

Hoy es de nuevo 20 de septiembre, y estamos aquí para conmemorar la fecha de nacimiento de tan preciada y apreciada unidad militar. No estamos contra nadie, pero queremos que se nos respeten nuestros sagrados símbolos y nuestros derechos como ciudadanos libres. Solamente España y por España, y con un recuerdo imperecedero a los héroes que la forjaron.

Es el glorioso ejemplo que dan los más de nueve mil seiscientos muertos, treinta y cinco mil heridos y setecientos desaparecidos de nuestros Tercios, e invoco el nombre de los fundadores y elevo una oración por ellos y por todos aquellos que fueron soldados alegres y jóvenes, alegres y viejos, aquellos que cantaban antes de morir, y quizás también después de muertos, el primitivo canto de la Madelón españolizada: “Nuestra bandera es brava y decidida, todos hermanos en el corazón, que Viva España sobre nuestras vidas. Que Viva España y Viva la Legión.

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