Hace unos días, a su regreso de la JMJ de Cracovia, el Papa afirmaba -véanlo en
Religión
en Libertad- que "No me gusta hablar de violencia islámica. Todos los
días hojeo los periódicos y veo violencias. En Italia, uno mata a su novia, otro
a su suegra... Y son católicos bautizados, son violentos católicos. Si hablo de
violencia islámica debo hablar también de violencia católica. Pero no todos los
musulmanes son violentos, ni todos los católicos lo son, no hagamos una
macedonia".
Esto lo decía Francisco cuando aún estaba caliente el
cadáver del sacerdote Jacques Hamel, asesinado en su iglesia, mientras decía
Misa, por unos simpáticos musulmanes.
También añadía algo acerca de que
también los católicos matan -a la novia, a la suegra, comentaba- y que
"Si hablo de violencia islámica debo hablar también de violencia católica.
Pero no todos los musulmanes son violentos, ni todos los católicos lo son, no
hagamos una macedonia".
Y no hablaba de la violencia islámica, pero
si cargaba contra los católicos fundamentalistas, que matan con las
palabras.
Ayer mismo me llegaba, por medio de una buena amiga, la
noticia que recogía también Religión
en Libertad: «Unos jóvenes árabes se presentaron a misa en la iglesia de
San Zulian; recibieron la comunión, fingiendo ser devotos católicos, e
inmediatamente después vomitaron la hostia sobre el altar como si fuera alimento
del diablo, blasfemando contra Jesucristo».
Esto lo narraba el
director del periódico «Libero», Vittorio Feltri, que se define como ateo. Y
-con respecto a otro suceso análogo, ocurrido algún tiempo atrás- añadía: «Se
trata de un ataque terrorista a escondidas, sin sangre, pero que hace sangrar el
corazón de uno como yo que soy ateo, pero que al mismo tiempo soy hijo de esta
tierra donde suenan las campanas y el panorama está lleno de crucifijos. Han
escupido a un Cristo, que será de madera, pero yo lo he sentido sobre mi cara y
la de los míos, que me han enseñado la señal de la cruz».
Y uno -que
no es católico fundamentalista, sino tridentino, y a mucha honra- piensa que ya
podía don Jorge aprender algo de este director de periódico ateo, pero culto;
ateo, pero decente; ateo, pero coherente con la cultura en la que vive, que
ninguna de estas cosas están reñidas entre sí, salvo para el buenismo
pánfilo.
Porque el caso es, señor Bergoglio, que -al menos que se sepa
hasta el momento- ningún católico fundamentalista ha ido a una mezquita a
escupir sobre el Corán, ni a vomitar sobre un imán, ni siquiera a pisar calzado
sobre su suelo. Ni en un país musulmán, ni en una mezquita situada en los países
que -por más que les pese a los zopencos de la inteleztualidad
pijo-roji-progre- son hijos del cristianismo.
Por supuesto que no todos
los creyentes del islam son así. Por supuesto que no todos van por ahí con
cuchillos, con pistolas, con subfusiles, con explosivos o con camiones. Pero
niégueme -quien tenga pruebas que aportar, no sólo palabrería- que los
musulmanes son alentados por su religión a la caza del perro infiel -o sea: los
católicos fundamentalistas, los tibios, los mediopensionistas, los ateos y, en
general, todos los no musulmanes-; niégueme quien tenga pruebas -no sólo
tópicos- que los musulmanes quieren convertir nuestra sociedad a su gusto, que
nos quieren hacer a todos fieles seguidores de su Corán, y que nos quieren
aplicar su sharia. Cosa que, por cierto, ya han conseguido en barrios
enteros de Londres, París, Bruselas y otras muchas ciudades
europeas.
Pero mucho me temo que pensar y decir estas cosas me incluye en
el grupo de malvados católicos fundamentalistas que -en opinión del señor
Bergoglio- matan con la palabra.
Laus Deo.