Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

viernes, 3 de mayo de 2024

SOBRE EL CABESTRO.

Dice la prensa que el ministro -con minúsculas, no es errata- Urtasun, que lo es de cultura -minusculísima- va a eliminar el Premio Nacional de Tauromaquia, porque al minúsculo ministro la Tauromaquia le parece una «actividad injusta, sádica y despreciable, que nada tiene que ver con la cultura.»



Por supuesto, la Tauromaquia no tiene nada que ver con la minúscula cultura del señor Urtasun. La Tauromaquia no trata de llevarse a un toro a dar un paseo sujeto con una correíta, ni de comprarle abriguitos o chubasqueros para el invierno. La Tauromaquia consiste en tratar al toro como el toro bravo merece: con respeto.

A mí, que no soy ministro -¡Dios me libre!-, ni soy nada culto al estilo del minúsculo señor Urtasun, me parece que lo injusto, sádico y despreciable es extinguir una especie. Y el toro -el toro bravo; el buey es otra cosa- no tiene más razón de ser que la plaza, la lidia y la muerte. Nadie va a criar toros bravos por el gusto de verlos en la dehesa, así es que si no fuera por la lidia el toro bravo desaparecería. Como mucho, quedarán unas decenas de toros, metidos en zoológicos -más o menos extensos, pero zoológicos- languideciendo sin fin hasta la muerte. 

Quizá es que al señor Urtasun, como a todos los suyos, le gusta meter incluso a los animales entre cuatro paredes, tenerlos contados, hacerles comer de su mano -o mejor, de su abrevadero, no vayamos a liarla- y disponer de sus vidas para protegerlos. Y para esclavizarlos.

Es una «actividad injusta, sádica y despreciable» condenar al toro bravo a la extinción o a una vida que no es la suya, la vida a que tiene derecho. 

Pero esto es lo que suele ocurrir cuando se quiere poner en la piel de un toro el que no pasará jamás de ser un cabestro.


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