Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

martes, 28 de junio de 2016

SOBRE LO DEL FÚTBOL.


Como no soy entendido -más allá de saber lo que me gusta y lo que no-, no hablaré de lo que se podía haber hecho o lo que se debiera haber omitido. Simplemente diré que a mi no me parece que sea fútbol eso de jugar en cinco metros cuadrados al tuya, mía; tuya, mía; tuya, mía; tuya, mía...; hasta que los propios jugadores se duermen y entonces viene un italiano y se lleva el balón.

Sólo diré que -una vez más, y como siempre- la culpa de todo la tiene Casillas.


lunes, 27 de junio de 2016

SOBRE EL GANADOR DE LAS ELECCIONES.

Ya sabemos que, en estos casos, todos han ganado. Los unos, porque tienen más votos que antes; los otros, porque consiguen más escaños de lo que pensaban; los de allá, porque logran que no los desbanquen; los de acullá, porque se mantienen en liza... Total, que aquí nadie pierde, y acaba uno preguntándose si, entonces, quien pierde no es el pueblo español -que, sinceramente, se lo merece- y, lo que es peor, si quien pierde no es España.

Podríamos hacer cábalas con los números, y afirmar que el PP avanza algo porque ha sabido espolear el miedo a un más que posible Frente Popular. Podríamos decir que el PSOE no se hunde tanto como vaticinaban las encuestas: que el arrejuntamiento de comunistas con rojiverdes, animalistas (cada cual mira por lo suyo) y separatistas de vario pelaje se ha quedado muy por debajo de sus aspiraciones; y que los Ciudadanos del señorito Alberto han pagado por su inclinación socialista.

Podríamos hacer números con los escaños de unos y otros, y advertir que el Frente Popular sigue siendo posible, y que las ansias de tocar poder pueden mucho, con lo que tampoco es descartable que la izquierda se junte a quien haga falta -separatistas de derechas, filoterroristas de izquierda- y a los de Ciudadanos, que no saben lo que son, pero si saben a quien no quieren apoyar.

Pero todo esto no sería sino entrar en la menudencia del cambalache, cuando lo auténticamente revelador es la cantidad de españoles con derecho a voto que no ha elegido a ninguno de los que se presentaban: la friolera de 10.840.364, que supone un 31,84%. Es decir: casi un tercio de los que podíamos hacerlo, nos hemos negado a participar en la mascarada.

Es más: ese 31,84% es la segunda fuerza más votada, sólo por detrás del PP, que alcanza un 33,03%. Los demás -todos los demás- quedan por detrás de quienes no queremos ser cómplices, y lo expresamos bien sea no acudiendo a las urnas, bien votando en blanco, bien votando nulo. Porque la interpretación de esas tres opciones -no ir a votar, votar en blanco o nulo- es la misma.

La de quienes no vamos a votar -más del 30%- es clara: no votamos porque no creemos en el sistema. No me atrevería a afirmar de qué lado caería la posible elección, pero si hay un dato interesante, y es que en estas elecciones había una coalición de partidos de izquierda, de ultraizquierda, de antisistema, de anarquistas y de varios pelajes igualmente marginales, todos ellos posibles representantes de los que decían no sentirse representados en el Parlamento durante las algaradas del 15-M.

La opción del que vota en blanco es, evidentemente, la de no elegir a ninguno de los que se presentan. Ninguno les convence, a ninguno desean tener por gobernante, pero acaso estén de acuerdo con este tipo de sistema, pese a que no les ofrece salida.

Y la del voto nulo, ¿qué quieren que les diga?. Habrá algún caso de errores como meter en el sobre varias papeletas de distinto partido; de meter una papeleta donde se hayan tomado notas; de meter una papeleta donde el niño haya dibujado... Pero las papeletas -apuesto a que mayoritarias- de quienes hayan escrito lindezas como un generoso “¡que os den!”; un invitador “¡iros a tomar...!”; un definitorio “¡chorizos!”, o un genealogizante “¡hijos de...!”, no parece que sean un error.


Así es que, lo dicho: aquí, quien de verdad ha ganado las elecciones, ha sido la abstención, que cada día avanza más. Los que -por una u otra causa, y ya digo que la ultraizquierda sí tenía a quien votar- no queremos nada con este sistema que nos engaña, nos oprime y nos utiliza.

jueves, 23 de junio de 2016

SOBRE LA CAMPAÑA ELECTORAL (CUATRO).


Y hoy toca, finalmente, hablar de don Alberto Rivera. Estrictamente -reitero- por orden de caída. 


La verdad es que de las propuestas de Ciudadanos cabe decir bien poco, dado que en su propaganda electoral no dice absolutamente nada. 

Dice -en una modesta hojita- que es posible ayudar a la clase media y trabajadora; que es posible aumentar el permiso de maternidad y paternidad; que es posible una educación pública de calidad y libros gratis, y que los niños sepan inglés; que es posible invertir en sanidad en vez de en aeropuertos sin aviones; que es posible acabar con los aforamientos y que los corruptos devuelvan lo robado, y que es posible un país donde el voto de todos los españoles valga lo mismo.

Y punto, porque ese es el programa electoral del señor Rivera. Al menos, el que ofrece al presunto votante de su partido que no tenga ganas de irse a buscar documentos más extensos y más ocultos.

Por supuesto, señor Rivera, todo eso es posible. Muchas de esas cosas -las que iban acordes con los tiempos- ya las hemos tenido, y los memócratas se encargaron de birlárnoslas con sus promesas: esas que decía el profesor Tierno que nunca se cumplían. Pero lo que hace falta, don Alberto, no es decir que todo eso es posible, sino decir cómo lo quiere hacer. 

¿Cómo va a ayudar a la clase media y a la clase trabajadora? ¿Va a crear los millones de empleos que promete Rajoy; esos de trabajar media hora y se acabó lo que se daba, que tan bien maquillan las estadísticas y tanto desesperan a quien los sufre? Por cierto, curiosa distinción la suya entre clase media y clase trabajadora. ¿No trabaja la clase media? ¿Cual es la diferencia, para usted, entre clase trabajadora y clase media? ¿El sueldo? ¿El tipo de actividad? Explíquemelo si tiene la bondad, señor Rivera, porque a mi, que no creo en las clases y menos aún en que unas y otras anden a la greña, no me sale la línea separadora.

¿Cómo va a aumentar el permiso de maternidad y paternidad? Bueno, además de firmar un Decreto, quiero decir. Porque no basta, señor Rivera, con echar una firmita. Las gentes de su generación son muy propensas a creer que a ustedes, como a Dios, les basta con la palabra: ¡Hágase!.

Pero eso solo no basta. Le puede resultar suficiente a macacos como el difunto Chávez venezolano, que expelía un ¡exprópiese! como si el mundo fuera suyo. Pero eso, don Alberto, no basta en una sociedad de pueblos y naciones relacionados entre si. Al menos, no vale si no se quiere llevar a un país a la más absoluta miseria. Para estas cosas, señor Rivera, hay que pensar en el cómo y, sobre todo, en el quién; concretamente, en el quién lo va a pagar.

Porque los permisos por maternidad y paternidad, que son muy justos y muy necesarios, los tiene que pagar alguien. Y si ese alguien que paga es el empresario, la cosa va mal; pero si quien paga es la Seguridad Social, las cuentas no salen, y habrá que recaudar esos cuartos por otro sitio. 

Lo de la educación pública y de calidad es muy sencillo, señor Rivera. Es sencillo para mi, que tengo muy claro que para una educación suficiente, que prepare para que quien no quiera seguir estudiando pueda desenvolverse bien en la vida, y para que quien quiera continuar estudios tenga una base adecuada, basta con un plan donde se estudie lo necesario -no lo superfluo-; donde se estudie un aceptable resumen de la cultura, no una bárbara especialización desde los inicios, que lleva a un ingeniero -o arquitecto, o médico o, peor aún, profesor- a escribir con faltas de ortografía. Un plan donde el esfuerzo sea condición indispensable, pero que sea tenido en cuenta y gratificado. Donde la vaguería no encuentre acomodo -ni en los estudiantes, ni en los maestros-; donde no se pase de curso sin dar palo al agua, donde los colegios no sean un simple almacén de niños o adolescentes apáticos, a los que no se les puede pegar un berrido o imponer un castigo porque los pobrecitos se traumatizan. Más palos da la vida, y todos esos niñitos y niñatos sobreprotegidos por padres ineptos son carne de psiquiatra.

Pero temo, señor Rivera -y puedo temerlo, puesto que usted no explica nada- que pretenda solucionarlo todo con dinero. Y ese es el problema, porque muchas veces no hay que gastar más, sino gastar mejor, y de poco vale tirar millones a un pozo sin fondo. ¿De dónde va a sacar los millones que cuesten los libros gratuitos para los escolares? ¿Quien os va a pagar? ¿Los impuestos de la clase media o la clase trabajadora a la que quiere ayudar? ¿Y por qué no propone algo tan sencillo como rebajar -o quitar, directamente- el IVA de los libros de texto? ¿O algo tan fácil como legislar que los libros no haya que pintarlos, trocearlos, rellenarlos en cada curso? Usted, seguramente, sabe de la existencia de una cosa llamada cuaderno. ¿Por qué no dotar a cada colegio de los libros que necesite para todos sus alumnos, con la obligación de dejarlos al final del curso para los que vengan al siguiente año; y de devolverlos en perfectas condiciones o -de romperlos, perderlos o estropearlos- pagarlos? Una forma de responsabilizar a los niños. Y a los padres. Porque el todo gratis a que ustedes nos quieren acostumbrar, acaba saliendo muy caro para alguien.

Y el inglés... ¿qué me dice usted del ingles? ¿Qué me dice usted de que los niños, por ejemplo, se aprendan los nombres de los huesos del cuerpo humano en inglés, pero si alguien le pregunta donde está el radio, o el fémur, respondan que no saben qué cosa sea eso? Que está bien aprender idiomas, no lo niego; pero ya está bien de ser los eternos papanatas, y todavía estoy por conocer un inglés que se sienta inculto, inútil, ignorante, incapaz de aspirar a un puesto de trabajo por no saber español. O -si nos ponemos a ello- por no saber francés, alemán o portugués.

¿Que es posible invertir en Sanidad? ¡Pues claro, don Alberto, faltaría más!. Pero sería mucho menos lo que habría que invertir si la Sanidad no fuera un pozo sin fondo, del que todo el mundo saca mientras sólo ponen unos cuantos. No le discuto que la Sanidad sea un derecho universal; que haya que atender a todo el mundo, sean ciudadanos españoles, sean extranjeros, sean inmigrantes ilegales o sean turistas de paso. Pero si niego que deba hacerse con cargo a la Seguridad Social. Los gobiernos pueden incorporar a los presupuestos partidas para la atención sanitaria de todos aquellos que no estén afiliados a la Seguridad Social. Que se les atienda, si; que reciban idéntico cuidado, si; pero que no salga el dinero de lo que nos quitan a los trabajadores por ese concepto. Que el resultado práctico es el mismo, pero las cuentas son diferentes, y ahí se nota el que gobierna bien, el que administra adecuadamente, y el chapucero del -Zapatero dixit- como sea.

¿Y los aeropuertos sin aviones? Pues tiene usted en eso toda la razón. Pero la solución no es la de meter dinero en otras cosas y dejar de hacer infraestructuras, sino en determinar donde hacen falta aeropuertos, donde trasvases, donde canalizaciones de ríos, donde autovías y donde trenes. O aeropuertos. La solución no estriba en hacer más hospitales para los turistas sanitarios, sino en planificar en la debida forma. Y esto es algo que, mientras cada chiringuito autonómico haga de su capa un sayo, sin la previsión de conjunto, nunca se podrá hacer bien.

Y aquí llegamos a la última posibilidad que usted propone; la de que el voto de todos los españoles valga lo mismo. Porque lo de que se acaben los aforamientos y que cada chorizo sea juzgado por el juez natural que le corresponda, y que todos los ladrones devuelvan lo que hayan robado creo que nadie se lo discutirá. Al menos, en campaña electoral; luego, a la hora de plasmarlo en el BOE ya se iría viendo, y hasta ahora muchos lo han prometido pero ninguno lo ha hecho.

Pero que el voto de todos los españoles valga lo mismo es cosa que merece atención. Porque tampoco nos dice qué quiere hacer para conseguirlo, aunque la cosa es clara: supresión de la ley D'Hont, y circunscripción única, para evitar que los grandes partidos se beneficien a costa de los pequeños, y que los que no tienen implantación fuera de su aldea obtengan una representación desproporcionada. Y listas abiertas, para que se elija a la persona, no al partido. ¿Es esto lo que quiere usted, señor Rivera? ¡Pues dígalo, leñe!

Porque el problema fundamental es que usted y su partido no dicen nada, que es la mejor forma de engañar al electorado. Usted, señor Rivera, quiere parecer centrista, moderado, casi una reedición del chuletón de Ávila poco hecho -o sea, un Suárez-, de manera que los votantes descontentos con el PP -que es de donde usted saca renta- lo voten. Pero luego, señor Rivera, se le ve el plumero, y resulta que no es de ese presunto centro, sino que usted y su partido son socialistas.

Socialistas rosaditos -levemente alejados del rojo zapateril del PSOE-, pero socialistas en temas como la política familiar, con el asesinato libre de nonatos. También -todo sea dicho- como los abortistas del PP, que en esto no hay diferencia y todos ustedes son propicios a meter las manos en la sangre de los más débiles.

Y socialistas en cuanto a sus elecciones, y ahí -reciente, calentito aún- tienen su pacto con el PSOE, que era el primer perdedor de las pasadas elecciones. Y no me diga, don Alberto, que usted no puede apoyar a un partido -el PP- hundido en la corrupción, porque está usted apoyando a otro partido exactamente igual de corrupto en Andalucía. O al mismo PP en la autonomía de Madrid.

¿Que su rechazo es hacia Mariano Rajoy, personalmente? Pero no por ello deja de ser Mariano Rajoy el más votado en los últimos comicios celebrados, y por tanto el que más ciudadanos han elegido como su opción para gobernar. ¿Dónde está su respeto a la Democracia, señor Rivera?


SOBRE LA CAMPAÑA ELECTORAL (TRES).

Don Pedro Sánchez -a quien le toca el turno por, como dije, simple orden de caída en el buzón- comienza su carta demostrando varias cosas: que no sabe lo que dice, que no sabe sumar, y que no es un demócrata.

Durante estos últimos meses me he esforzado en impulsar el cambio deseado por la mayoría de los españoles en las elecciones del 20 de diciembre -dice.

Que se haya esforzado no lo pongo en duda, puesto que se está jugando -espero que sólo metafóricamente- la cabeza. Pero las matemáticas cantan que la mayoría de españoles no han deseado el cambio que ofrece el señor Sánchez. El PP ganó las elecciones, con la mayoría suficiente para que el PSOE no pudiera formar gobierno. Sencillamente, porque la mayoría de los españoles no eligió al señor Sánchez, sino al señor Rajoy. 

Una mayoría no absoluta, pero mayoría al fin. Y usted, señor Sánchez, ni siquiera contando sus diputados, los de los comunistas antisistema de Podemos, y los de los socialistas engañabobos de Ciudadanos podía aspirar más que a una legislatura imposible.

O sea: que la mayoría la obtuvo el PP, que la mayoría de los españoles no querían el cambio socialista, y que usted no sabe sumar, o sabe mentir demasiado. Nada nuevo, en todo caso.

Pide el señor Sánchez el voto para un montón de cosas. Sólo citaré algunas, porque me da pereza copiar todo su folleto y porque, además, no merece la pena.

Pide que lo votemos para crear un nuevo modelo económico que cree empleo estable, con salarios justos y condiciones de trabajo dignas. ¿Qué modelo económico, señor Sánchez? ¿El de las empresas de trabajo temporal que introdujo Felipe González? ¿El de los nos si cuatro o cinco millones de parados de Zapatero? ¿El de los ERES de Andalucía? ¿El de los fondos de los cursos para los parados de esa misma región?

Pide que lo votemos para tener una sanidad pública fuerte, que no excluya a nadie y que garantice a todos el derecho a la salud.

¿Una sanidad, señor Sánchez, donde el pobre desgraciado habitante de Madrid que sufra un percance en Sevilla sea atendido allí? ¿Donde el habitante de Valencia que sufra una fractura en Madrid no sea devuelto a su ciudad para que allí le operen? ¿Donde quien necesite medicinas las pueda obtener porque es su derecho, y no porque el farmacéutico -que lleva meses sin cobrar- le haga el favor de dárselas?

Por otro lado, me hace felicísimo saber que tengo derecho a la salud. Creí que -como cotizante obligatorio a la Seguridad Social- tenía derecho a sanidad; pero esto de la salud casi me convence. Ahí es nada, tener garantizado -acaso en la Constitución- que no me va a volver a doler la cabeza, que nunca sufriré un dolor de muelas, que jamás me romperé un hueso, que no tendré que preocuparme por si en el futuro me toca la china de padecer alguna enfermedad seria, porque usted, señor Sánchez, me garantiza la salud. Casi me convence para votarle; pero prefiero comprobar el cumplimiento de sus promesas y luego obrar en consecuencia. Si en los próximos cuatro años de su gobierno con Pablo Iglesias no me pongo enfermo -pero ni un puñetero catarro, ¿eh?, no vayamos a empezar con las rebajas- prometo pensármelo.

Pide que lo votemos para tener un sistema educativo público de calidad, para que nacer en una familia con menos recursos no conlleve tener menos oportunidades, y para apostar por la investigación, la cultura y la creatividad, porque la falta de conocimiento es una forma de pobreza.

Si usted piensa don Pedro, que la cultura y la creatividad son cuestión de cuartos, lo llevamos claro. Porque hay cosas que no se solucionan con dinero, aunque todos los tontos piensan lo contrario. Por ejemplo, don Pedro, los que creen que los padres que llevan a sus hijos a colegios privados o concertados lo hacen porque tienen mucho dinero, y que sólo los pobres van a la escuela pública. Los que llevan a sus hijos a colegios privados o concertados, lo hacen porque en ellos la educación es menos mala; y lo es porque ustedes -todos los que han gobernado, pero en particular los socialistas- han hecho que la enseñanza pública sea una auténtica mierda; un simple almacén donde meter los niños hasta que cumplan la edad, en donde se pasa de curso alegremente, aun sin tener ni idea de nada; donde no se exige el mínimo esfuerzo, donde los profesores están mediatizados por las apas y las amas y las ampas -sin hache, y a veces con ella- y las leches de los ignorantes, de los arrogantes y de los cretinos. Una enseñanza en la que los niños no estudian mas que su corralito cercano, -el Manzanares, aprendiz de río, los de Madrid; el río catalán que nace en tierras extrañas, los cercanos al padre Ebro- e ignoran profusamente que existe un ancho mundo ahí fuera, antes de llegar al extranjero. Un mundo, España, que es la que les da sus raíces y su identidad; un mundo sin el que no son mas que lugareños, aldeanos, accesorio de la Historia, y no categoría.

Si la falta de conocimiento es una forma de pobreza, señor Sánchez -y estoy de acuerdo con ello-, nadie ha hecho más que ustedes por empobrecer intelectualmente a los españoles.

Pide que lo votemos para combatir de raíz la corrupción, el fraude. Y esto lo dice el mandamás del partido al que le acaban de empapelar dos ex-presidentes de autonomía, y al que le están encontrando, día sí y día también, motivos para empapelar a un montón de altos cargos.

Pide que lo votemos para tener una nueva política, más participativa, más honesta, más útil para las personas. Pues eso, señor Sánchez, es fácil: basta con eliminar los partidos políticos, establecer un sufragio directo -donde todos los votos valgan lo mismo- que se ejerza a través de los cauces naturales de representación.

Pide que lo votemos para lograr un proyecto compartido para España, que respete la diversidad y garantice la igualdad de derechos y de oportunidades (…) al margen del lugar en el que vivan...

Y esto lo dice el representante del partido que -vía Zapatero- dio alas, y dineros, y su bendición -aprobaré en Madrid lo que hagáis aquí- al separatismo catalán. Del partido que negoció -se rindió- con el terrorismo etarra, despreciando los derechos de las víctimas. Del partido que ha tolerado -igual que el PP, todo sea dicho- que los españoles no puedan hablar, estudiar, nombrar sus negocios, en español dentro de España. Del partido que volvió a levantar la barrera que parte a España por la mitad, con la Ley de Iniquidad Histórica, y que nos devuelve a la guerra civil, a ver si esta vez la gana el abuelo del nietísimo Rodríguez.

Y no me diga usted, don Pedro; no me digan ustedes, amigos lectores, que lo que refiero con cosas del pasado. Por dos razones: la primera, que el pasado define el futuro en cualquier sociedad; la segunda, porque es el señor Sánchez el que finaliza su carta diciendo que pide el voto para el partido que transformó nuestro país defendiendo la libertad, la justicia, la solidaridad y el progreso.

O sea: que el señor Sánchez está satisfecho de lo que ha hecho su partido. Todo lo que llevo expresado, y muchas cosas más que se me olvidan y que definen al PSOE como el partido que busca con mas ahínco la zafiedad, la chabacanería, la incultura popular, el nepotismo con sus afines, el crimen de Estado para trincar fondos reservados, la injusticia con el adversario, la desunión nacional y la vuelta a la guerra civil.




miércoles, 22 de junio de 2016

SOBRE LA CAMPAÑA ELECTORAL (DOS).

Como -fray Luis de León me valga- decíamos ayer, hoy le toca a la niña de Pablo Iglesias. Porque si hace no se si tres o cuatro campañas electorales todos los graciosillos del país (y de El País) sacaron aquello de la niña de Rajoy cuando don Mariano habló de todo lo que su partido iba a conseguir para una presunta niña, no creo que el señor Iglesias deba ser menos.
La niña de Pablo Iglesias se llama Esperanza. Y ya ha crecido, porque dice tener 30 añitos, que en estos tiempos de irresponsabilidad es todavía casi la niñez, aunque en tiempos lógicos y respetuosos con la naturaleza ya sería más que talludita. En fin, la infantilidad de la sociedad que con tanto ahínco nos hemos empeñado en hacer.

La niña de don Pablo nació -si es cierto lo que los propagandistas del señor Iglesias cuentan- en 1986. Quizá por eso no conserva memoria de aquellos años en que el PSOE colocaba hermanos en despachos oficiales de la Junta de Andalucía para que en ellos hicieran sus negocios particulares; en que los cuartos volaban en las mamandurrias de Renfe, de la Cruz Roja, del BOE; en que los GAL eran excusa para saquear los fondos reservados a mayor gloria de los joyeros de esposas y queridas. Así es que, como aquello no lo vivió la señorita Esperanza -al menos, no con uso de razón- ahora se refiere, desde Inglaterra, a los chorizos recientes. Evidentemente, no le va a sacar los PER, ni los ERES, al futuro socio -al parecer minoritario- de su papaíto Pablo.

Porque Esperancita se ha tenido que ir a Londres a trabajar, la pobre. Pero no se ha ido de enfermera, de camarera o de cajera de supermercado, no; se ha ido de investigadora de Biología Molecular, nada menos. Porque aquí no puede trabajar de lo suyo, dado que no se apoya lo suficiente la I+D+i. La niña de Pablo -y los propagandistas de Podemos- son suficientemente pijos como para nadar a la perfección entre la sopa de siglas, palabros y gilipolleces con que -recordando a don José Ortega y Gasset- los bárbaros de la especialización nos bombardean y atarugan habitualmente.

Pero Esperancita sabe -porque las niñas de Pablo saben mucho, y son biólogas, como aquella famosilla en su día Anita Obregón- que en España no se protege la Investigación, Desarrollo e Innovación porque a quien se protege es a los banqueros.

Y Esperancita quiere gente honesta y preparada en el Gobierno, en una España que no sea conocida por la corrupción, los salarios basura y la juerga. Flaco favor le hace a su papaíto Pablo, porque debe ser el único caso de un partido que, sin haber tocado poltrona, ya tiene a sus dirigentes envueltos en cobro infundado de subvenciones, en recepción de becas injustificadas, en percibir suculentos salarios -no basura, desde luego- por trabajos que no realizan. Y en recibir ayudas para sus fundaciones -sus correas de transmisión- de Gobiernos extranjeros y dictatoriales.

Aunque ella va a votar a Unidos Podemos -ya saben, la reedición del Frente Popular del 36, porque realmente hay poco nuevo bajo el sol- porque defiende los principios que sus padres -los supuestos padres reales de la presunta niña de Pablo Iglesias- le inculcaron, cuando trajeron la democracia y participaron en el 82 de aquella inmensa ola de cambio. O sea: del ascenso de Felipe González, cuya obra -hermanos de Alfonso Guerra, BOE, Renfe, Cruz Roja- es la que Esperancita tiene como referencia. ¡Ah, y también los GAL, tan recordados, entre alusiones a la cal viva, por el señor Iglesias!

Esperancita, claro está, no existe. Esperancita, la niña de Pablo Iglesias, es un invento de la propaganda comunista, tan hábil siempre. Si Esperancita existiera, y de verdad se hubiera dejado la piel estudiando Biología Molecular, y consiguiendo una preparación digna de obtener un trabajo -de lo suyo- en Londres; si existiera y fuera tan lista como esa carta de propaganda nos la presenta; si tuviera los principios que declara haber recibido de sus padres -que trajeron la democracia y a Felipe González- estaría horrorizada al ver que los mangoneadores del partido al que dice que va a votar, propugnan que el Gobierno mande a los jueces los procesos que tienen que entablar, a quién tienen que buscarle las cosquillas, a quién hay que hacerle la vida imposible. Que en sus comienzos -antes de que los hicieran famosos- pregonaban que los medios de comunicación tenían que estar en manos del Gobierno. Del suyo, claro. Que consideran un modelo a seguir la dictadura bananera venezolana, con el pajarito de Chávez en el frontispicio.

Si de verdad quiere gente honesta y preparada en el Gobierno, y quiere ser fiel a los principios de sus presuntos padres, -que según la carta le parecen el no va más- estaría horrorizada ante las Colaus, los Kichis, las Carmenas, las señoritas Rita; ante gentes que antes de calentar el asiento comienzan a nepotear a cuatro patas; ante gentes que defienden a los delincuentes y menosprecian a la policía bajo su mando; ante gentes para quienes la libertad de expresión se circunscribe a lucir la lencería -o directamente las glándulas mamarias- mientras amenazan con quemar -arderéis como en el 36- las iglesias y a los que estén dentro de ellas.
Estaría horrorizada ante un partido -el comunista- que a escala mundial ha cometido las mayores matanzas de la Historia -desde la URSS hasta nuestra misma España- y ante otro -el se su papaíto Pablo- que defiende como el ideal a conseguir un país donde, pese a su riqueza natural, las tiendas están vacías de productos de primera necesidad, y en el que para adecentarse la popa resulta mas barato hacerlo con billetes que con papel higiénico, porque aquellos abundan -como en todos los países donde los iluminados y los tontos se piensan que basta con darle a la maquinita-, pero este escasea.

O acaso no estaría horrorizada. Acaso la niña de Pablo Iglesias quiere todo eso, pensando que la mejor forma de obtener sus deseos, es un régimen donde los miembros del partido tengan todas las ventajas -su puesto de investigadora con buenas subvenciones, por ejemplo- y donde el Gobierno le diga a los jueces a quien hay que meter en la cárcel. Para ella y sus amigos, la dacha; para el resto, el gulag.



martes, 21 de junio de 2016

SOBRE LA CAMPAÑA ELECTORAL.

Que es ese periodo de tiempo en que los partidos políticos prometen sin tasa, se atacan sin pausa, se pelean sin vergüenza y, en suma, mienten como bellacos. Es decir, como siempre.

Porque díganme ustedes si los partidos políticos han hecho otra cosa desde su desgraciado advenimiento, hace ya cuarenta años; díganme si han hecho otra cosa que atacarse, pelearse, y mentir. Sí, cierto; han hecho otra cosa: robar. Pero eso va en su origen puesto que, ya, de entrada, la existencia de partidos políticos conlleva la usurpación de la voluntad popular, tergiversándola en función de los intereses de los “creadores de opinión”. Que esa es otra: los partidos -constitucionalmente- están para crear opinión, no para representar las opiniones de sus electores, y díganme si puede existir mayor corrupción intelectual de este sistema presuntamente democrático.

Lo cierto es que la política española -de otros sitios no hablaré, aunque pienso que probablemente ocurra lo mismo- es una continua campaña electoral, de cara a llevarse al huerto el máximo de sufragios a costa del engaño manifiesto. Aquí llevamos cuarenta años de campaña electoral, en los que ningún político ha hecho nada digno de mención, más allá de llevarse los cuartos, las influencias, los cargos, los porcentajes y -en suma- de utilizar el Estado en provecho propio y de su partido. Porque todos -todos- han demostrado que su deseo, su interés, su pensamiento íntimo, es que el Estado sea propiedad de su partido.

Pero, a pesar de esta permanente publicidad, de este avasallador asalto de propaganda, hay unos periodos donde, además de hacerlo, lo confiesan. Es lo que llaman campaña electoral. O sea: esto de ahora, que se diferencia del resto del tiempo en que las subvenciones, los expolios y los trinques son públicos. Por ejemplo, las subvenciones por la propaganda electoral por correo, que es a donde quería llegar.

Contra mi costumbre acerca de la correspondencia electoral, que es depositarla -con mucho cariño- en la basura según la recibo, en esta ocasión he procedido a leerla. No lo he hecho por aburrimiento, ni por penitencia, ni por decrepitud intelectual, sino porque me hallo en una fase de probaturas en mi ordenador, y entre la instalación de sistemas operativos hay tiempo para mucho. (De sistemas operativos, que en sus ultimas versiones parecen ser algo incompatible con la inteligencia, ya hablaremos otro día)

Y, aprovechando la coyuntura -que decían los cursis al comienzo de la transición/traición- procederé a comentarla. Por orden de llegada, puesto que la que he recibido me merece idéntica consideración.

Para empezar don Mariano Rajoy está en lo cierto cuando asume que los ciudadanos estamos hasta el gorro -el lo dice más melifluo, pero se entiende- de elecciones y de políticos. Pero yerra -como es normal en los de su especie- al afirmar que “No votar no es decir que estás en desacuerdo. Es no decir nada. Y que suceda lo que decidan otros.

Bueno, don Mariano: no votar es, precisamente, que estamos hasta el citado gorro -o más claro, para que se me entienda, hasta los mismísimos- de ustedes. De todos ustedes. No es “no decir nada”, sino decir que se vayan a tomar... lo que gusten.

Le contaré una anécdota: en 1982, cuando la UCD del ciprés Leopoldo convocó elecciones para perderlas y ceder el paso al PSOE, voté la candidatura de Solidaridad Española, que presentaba como número uno a don Antonio Tejero Molina. Una opción -por mucho que los memócratas se rasguen la ropa interior- tan válida como cualquiera otra de las que la Ley permite. Y ¿sabe usted qué pasó? Pues que todos los políticos -todos, desde el fúnebre Calvo Sotelo hasta el “Felipe/ capullo/ queremos un hijo tuyo,” pasando por el simpático señor Guerra y el asesino de Paracuellos- dijeron que como había ido mucha gente a votar, aquello había sido un gran triunfo de la democracia. ¿Ve usted por qué no votar no es “no decir nada”, sino decirles a todos ustedes que les vayan dando?

Promete usted, don Mariano, bajar los impuestos; concretamente, bajar dos puntos del IRPF. Y me parece muy bien, si; pero me parecería mejor si bajara usted el IVA, que ese si que es un impuesto injusto, confiscatorio, insolidario y desproporcionado. Y le cuento la razón: y es que el IVA afecta lo mismo al millonario que al pobre de pedir. Lo mismo que los impuestos especiales, que hacen que le cueste lo mismo los impuestos sobre el litro de gasolina al que llena el depósito de un Ferrari que el que pone diez litros en una furgoneta que necesita para trabajar. Si quiere usted que la fiscalidad sea progresiva, y que cada cual pague según tenga, baje el IVA, elimine impuestos especiales, y ponga tramos de IRPF adecuados a la realidad de España, y no a la entelequia europea de los burócratas.

Promete usted crear empleo. Nada más ni nada menos que dos millones de puestos de trabajo. ¿Como los que dicen las estadísticas que ha creado en los últimos cuatro años? ¿Como los que se llevan creando los últimos 40 años? ¿Puestos de trabajo consistentes en repartir la miseria, y que cada persona en condiciones de trabajar y con voluntad de hacerlo, encuentren un empleo de horas, de un par de meses a lo sumo?. Que l he visto, señor Rajoy; que por mis manos han pasado resúmenes de la vida laboral de personas que habían sido dadas de alta, había trabajado tres horas tres horas de un sólo día- y habían vuelto al quedarse sin trabajo. Así, don Mariano, cualquiera. Así, cualquier tonto crea no dos millones de puestos de trabajo, sino doscientos millones. ¿Eso es lo que promete?

Promete, en cuestiones sanitarias, reducir las listas de espera y garantizar la libertad de elección de profesional y de centro en atención primaria y especializada.

Pero coño, don Mariano, ¿todavía estamos así, cuando esta promesa la llevan haciendo quince o veinte años? Porque ya se ha dicho por o menos cinco veces en televisión, radio o prensa que a partir de no se qué día se podría realizar esta elección. ¿Y resulta que lo prometen ahora? Pues una de dos: o ustedes mienten más que hablan, o no se enteran ni de lo que hacen.

Van ustedes -dice- a defender la unidad de España. Y lo van a hacer “defendiendo el Estado de las Autonomías,” pero sin ceder “ante el incumplimiento de la Ley y la Constitución”. O sea: que esta vez, cuando una autonomía se gaste más cuartos de los que le corresponden en montar embajaditas, en subvencionar antisistemas, en untar fundaciones, en subirse los sueldos hasta el escándalo, en inflar precios de contratos públicos para percibir su tres por ciento, en montar cuchipandas refenrendales, ustedes harán algo. Que cuando una autonomía no coloque en el lugar que le corresponde la Bandera de España, ustedes harán algo. Que cuando una autonomía multe a los comerciantes que rotulen sus comercios en la lengua oficial -la segunda lengua más extendida del mundo-, ustedes harán algo. Que cuando una autonomía perjudique a sus ciudadanos de forma manifiesta -por ejemplo, exigiendo a los bomberos hablar gallego en vez de pedirles experiencia; o cuando les exijan a los médicos hablar catalán, en vez de saber medicina; o cuando hablar batúa puntúe más que los conocimientos en una oposición- ustedes harán algo. Porque hasta ahora, don Mariano, ustedes han callado como... -vaya, usted ya sabe- cuando han ocurrido todas esas cosas, y otras muchas. Han mirado a otro lado, han metido la cabeza debajo del ala, y se han pasado la Constitución por la popa. Y eso, teniendo mayoría absoluta.

Y también van a impulsar el cambio de huso horario. ¿Cuántos años hacen falta para promulgar un puñetero Decreto, señor Rajoy? Porque -repito- han tenido cuatro años de mayoría absoluta, y además esta es una cuestión en la que, al parecer, todos están de acuerdo. ¿Son ustedes tan apáticos que no han podido hacerlo hasta ahora y necesitan una legislatura más?

De otras cosas que propone no quiero ni hablar. De las ayudas a la pymes y a los autónomos; de la conciliación laboral y familiar, de la enseñanza, mejor ni empezamos. Pero si voy a decirle algo sobre su promesa de apoyar a la familia. Voy a decirle, señor Rajoy, que a los señores Obispos, a sus medios de comunicación -COPE, 13TV, etc.- a los acomodaticios y a los cobardes, le parecerá bien que ustedes sean el mal menor; que ustedes digan que se pude abortar, pero un poquito menos; que ustedes hagan del divorcio una simple distracción que se puede disfrutar ante notario. Si eso le parece bien a la jerarquía eclesiástica, a los periodistas profesionalmente católicos, a los nichichanilimoná, a mi no me vale.

Así es que, señor Rajoy, no cuente con mi voto. No me diga que usted es el mal menor, que frente a usted y su partido sólo está el Frente Popular. Curioso que se den cuenta ahora. Otros -ya se sabe, los ultras, los fachas, los antidemócratas, los nostálgicos- lo vimos venir hace tiempo. Pero usted, señor Rajoy, debe ser mucho más tonto de lo que parece.


Vamos con el siguiente; pero iremos mañana -o dentro de un par de días-, porque esto se va alargando y, caso de que aún me quede algún lector, se va a  aburrir. Continuaremos con la niña de Pablo Iglesias.


miércoles, 8 de junio de 2016

SOBRE MÁS DE LO MISMO.


Más de lo mismo, que gira en torno a lo de los catalanistas catetos, cagurrines e hideputas del otro día; pero, en esta ocasión, visto desde el lado contrario.

El lado contrario es el asombro pazguato, el ridículo escándalo que muestran los comentaristas, tertulianos y paniaguados de las ondas. Asombro de que cosas así -que una recua de separatistas agredan a dos mujeres- puedan acontecer. Escándalo hacia ese hasta qué punto hemos llegado, que parece coartada de marido cornudo que consiente, y trata de salvar la jeta con aparatosos aspavientos.

Porque todos sabemos -todos los que no metemos la cabeza bajo la mordida- que cosas así no ocurren ahora, sino que llevan sucediendo muchos años. Por lo menos treinta, y ya he contado cómo a mis camaradas de Juntas Españolas, que habían ido -allá por el 92, supongo- a recibir la llama olímpica con sus banderas de España, la policía les hizo ocultarlas y les obligó a marcharse ante el griterío de los rojoseparatistas -antecedentes de la CUP, por ejemplo- y de los separatistas burgueses que ya vislumbraban el tres por ciento. Mis camaradas hubieran hecho frente a la fuerza bruta -que es la única que tienen los rojos, los separatistas y los canallas-; pero como a la fuerza bruta la protegía la fuerza pública, y el sistema judicial, y los partidos políticos -todos los del parlamento, todos-, y la prensa, y la radio, y la televisión, y las putas y sus hijos, no tuvieron más remedio que plegarse a la fuerza bruta de la fuerza pública. Ya se que parece un lío, pero si se fijan lo verán claro.

Porque el caso -lo que hay que ver- es que los separatistas, los rojos, los antisistema -o sea, los anarquistas y los vagos- están protegidos por el sistema político. Por los mismos que ahora condenan, se escandalizan y se asombran, aunque son ellos los que lo han hecho posible.

Lo han hecho posible todos los gobiernos padecidos en España, desde el -Alfonso Guerra dixit- tahúr Suárez, pasando por el X González, por el consentidor Aznar, por el psicópata Zapatero y por el tancredo Rajoy. Todos ellos han consentido, han mirado a otra parte, han pasado por las horcas caudinas del chantaje separatista a cambio de los votos para ocupar la Moncloa, y han callado como putas -si, eso: como putas- ante los continuos ataques a España, a los españoles, a la Historia y a la verdad.

Y ahora tienen la desvergüenza de escandalizarse. La cara dura -jeta de granito- de asombrarse. La hipocresía de gimotear ante un caso -especialmente llamativo, eso si, por su vileza- que es el pan de cada día de cuantos conservan la razón y la vergüenza en esa pobre y desgraciada Cataluña sojuzgada por la gentuza de peor calaña. 

Y cuando pasen tres días, una semana, volverán a la complicidad silenciosa. Y todos -políticos, periodistas, bienpensantes y bienpiensantes, cabrones con pintas e hideputas sin pedigrí- volverán a callar ante el sufrimiento, las injusticias, las amenazas y las extorsiones que sufre a diario la mayoría de los habitantes de Cataluña. Esa amplísima mayoría que no votó separatismo en sus últimas elecciones regionales, pero que es ocultada y privada de voz por los que se llaman a sí mismos -ejemplar engreimiento, manifiesta soberbia- formadores de opinión.

Y no habrá quien, la próxima vez que se rasguen sus vestiduras de hipocresía, les tire un canto a la cabeza.

lunes, 6 de junio de 2016

SOBRE LOS CAGURRINES CATALANISTAS.

Un personaje de Plaza del Castillo -extraordinaria novela del ya por sí extraordinario maestro Rafael García Serrano- calificaba al sector varonil de la especie humana: «Existen los hombres, los hombrines, los hominicacos y los cagurrines.»

Evidentemente, el hombre que pega a una mujer ni es hombre ni es hombrín, ni es hominicaco. Es un cagurrín de mierda, y gracias. También es un hijo de puta, pero a eso llegaremos luego.

Como también resulta evidente, me refiero a esos cinco separatistas -dice La Gaceta- que agredieron este sábado a las 17:00 horas a dos mujeres integrantes del colectivo "Barcelona con la Selección" mientras hacían promoción de la asociación y de la Selección Española y sus deportistas en las carpas informativas en el barrio de Sant Andreu tras la pertinente autorización del Consistorio, a las que insultaron con gritos de "putas españolas, fuera de aquí, os vamos a matar", y propinaron "empujones, golpes y patadas."

Si con la agresión basta para calificar a los catalanistas de cagurrines, lo de putas españolas les sitúa de lleno en la categoría -como avanzaba anteriormente-, de hijos de puta. La condición de hijo de puta, señor fiscal, es personal de cada uno; es una actitud del individuo, que en nada se refiere a sus antecedentes familiares. Es muy distinto, pues, ser un hijo de puta -caso de los separatistas, que reniegan de su madre-, que ser hijo de una puta, lo que sí afectaría a la progenitora B. Es una simple cuestión de cambio del artículo, que en este caso afecta al producto, como aquella coma que cambió el Canciller Bismarck en un mensaje del Kaiser dio origen a la guerra francoprusiana de 1870. Cosas de la semántica, que tiene su intríngulis aunque los hideputas catalanistas no lo entiendan.

Bien; ya sabemos que los catalanistas que golpean mujeres son unos cagurrines y unos hijos de puta. Pero como resulta que, además, a una de las agredidas le robaron el bolso, los tenemos calificados de ladrones. Bueno, quizá no tanto; simplemente chorizos, que también para robar hay clases, y estos cabrones son de la más baja, aunque probablemente aspiren a lograr cotas similares a sus pujoles y demás ralea.

Por otra parte, espero que las asociaciones feministas, antimachistas, ideogeneristas y similar, publiquen un proceloso comunicado en defensa de las dos mujeres agredidas y que -si por alguna casualidad los cagurrines son detenidos- se personen como acusación particular, o popular, o como leches le llamen ahora.

Espero que el señor fiscal que corresponda empapele a los cagurrines hideputa por los delitos de odio, de violencia de género e incluso de -según la catetez separatista- xenofobia.

Espero, eso si, cómodamente sentado. Porque también resulta evidente que los catetos hideputa, los cagurrines catalanistas, no han agredido a dos mujeres por ser mujeres -aunque los golpes y patadas los recibieran como si tal fuera el motivo-, ni por ser aficionadas al fútbol; ni siquiera por defender el derecho de los ciudadanos a reunirse en un lugar público para ver un deporte. La agresión fue porque los partidos de fútbol cuya visión pública promocionaban eran los de la Selección Española.

Y siendo así -¿verdad, señor fiscal, señores mosus?- no pasa nada. Lo de que te den patadas y golpes por ser español en Catalunlla va incluido, ¿no es eso?.

Y a ver para cuando leches los españoles -o sea, digo los españoles, no los hombrines, ni los hominicacos, ni los cagurrines, ni los hideputa- entendemos de una puñetera vez que a las bestias hay que tratarlas en la forma que mejor entiendan. En este caso y otros muchos similares, en la manera que ellos emplean: a palos.

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