El mismo Público que tan contento se muestra de que nadie le compre el 40% largo de su tirada -nunca mejor dicho-, sale con otra de sus truculentas historias para rojos incultos -valga la redundancia- necios con master y cabrones con pedigrí: Ricardo Limia: "Yo fui un esclavo del franquismo", lo titula.
Y cuenta la historia de un fulano que -dice- tras estallar la guerra se escondió un año con otros milicianos por la sierra onubense -esto es: que era un prófugo-; que de allí se fue con un destacamente de mineros de Huelva a luchar en el frente pero los mataron a todos porque "fue un engaño" -si fue un engaño sería de los mismos rojos, porque los nacionales estaban en su derecho y obligación de dispararle al enemigo-; que luego fue reclutado y, como descubrieron su plan para pasarse a los rojos -deserción- lo condenaron a cadena perpétua en 1937 -vaya suerte; por ese mismo delito, en cualquier otro ejército del mundo la pena es fusilamiento-; y que se la conmutaron por trabajos forzados -o sea, lo mismo que hoy día en Estados Unidos-, donde lo mandaron a trabajar en el Canal del Bajo Guadalquivir -que ellos llaman de los presos-, en el que tuvo la suerte de no tener que cargar piedras porque era encargado de la contabilidad. Tuvo la suerte -dice- de saber leer y escribir porque había aprendido en una colonia minera controlada por los ingleses. Esto es, que no había sido la República la que le había enseñado desde su adorado 1931 en adelante.
"Los presos morían de hambre, enfermedades, palizas... No lo podéis imaginar. Como te desviaras una mijita, te castigaban. Más tarde o más temprano, caían sobre ti", recuerda Ricardo, y añade: "Pero en el campo era uno más. Dormíamos todos en los barracones, en el suelo. Me podían mirar mejor o peor según el día, pero era un preso. Era un esclavo, como todos"
Los reporterillos peripatéticos no se lo podrán maginar, como dice el fulano que se libró de cargar piedras; pero cualquiera que viviese aquellos años -hablamos de 1937 a 1942, según dice él mismo- seguro que si lo imagina. Peor aún, lo recuerda; porque el hambre y la enfermedad eran moneda común en una España en guerra, o en una España atrapada en medio de una guerra mundial. Acaso el abuelito rojo -viendo el percal de hoy- echa de menos que los presos vivieran mejor que los demás españoles; pero aquél era un Estado serio, muy poco inclinado a favorecer la delincuencia.
Por otra parte, muchos españoles no tenían en aquellos años mas que el santo suelo para dormir. Eso, los que no dormían al raso y en el frente, peligro del que este abuelito cabroncete desertó.
Total, que este individuo salió de la carcel en 1942, habiendo cumplido cinco años de una cadena perpétua conmutada a trabajos forzados, volvió a Riotinto y sacó plaza de jefe de estación -lo que demuestra la implacable persecución sufrida- de donde lo echaron por -dice- declararse culpable de los robos en los vagones que la gente hacía por hambre.
Así es que esta hermanita de la caridad, tan solidario, tras delcararse culpable de robo se fue a Sevilla donde -¡horror!- debía presentarse cada día en el cuartel. Horrorosa represalia, tras desertar, librarse de la cadena perpétua y declararse ladrón.
Y así estuvo hasta nada menos que 1963. Como si se hubiera tratado de cualquier criminal en libertad condicional de hoy día. ¡Horroroso!
Luego -afirma- montó una panadería y llegó a ser uno de los líderes del gremio en Dos Hermanas, cosa que evidencia aún más la tremenda represión sufrida.
Pero, eso sí, el abuelete cabrón afirma sin arrugarse que "Yo fui un esclavo del franquismo."
Venga, abuelete, diga ya cuanto pide y váyase a dormir la siesta.
Y cuenta la historia de un fulano que -dice- tras estallar la guerra se escondió un año con otros milicianos por la sierra onubense -esto es: que era un prófugo-; que de allí se fue con un destacamente de mineros de Huelva a luchar en el frente pero los mataron a todos porque "fue un engaño" -si fue un engaño sería de los mismos rojos, porque los nacionales estaban en su derecho y obligación de dispararle al enemigo-; que luego fue reclutado y, como descubrieron su plan para pasarse a los rojos -deserción- lo condenaron a cadena perpétua en 1937 -vaya suerte; por ese mismo delito, en cualquier otro ejército del mundo la pena es fusilamiento-; y que se la conmutaron por trabajos forzados -o sea, lo mismo que hoy día en Estados Unidos-, donde lo mandaron a trabajar en el Canal del Bajo Guadalquivir -que ellos llaman de los presos-, en el que tuvo la suerte de no tener que cargar piedras porque era encargado de la contabilidad. Tuvo la suerte -dice- de saber leer y escribir porque había aprendido en una colonia minera controlada por los ingleses. Esto es, que no había sido la República la que le había enseñado desde su adorado 1931 en adelante.
"Los presos morían de hambre, enfermedades, palizas... No lo podéis imaginar. Como te desviaras una mijita, te castigaban. Más tarde o más temprano, caían sobre ti", recuerda Ricardo, y añade: "Pero en el campo era uno más. Dormíamos todos en los barracones, en el suelo. Me podían mirar mejor o peor según el día, pero era un preso. Era un esclavo, como todos"
Los reporterillos peripatéticos no se lo podrán maginar, como dice el fulano que se libró de cargar piedras; pero cualquiera que viviese aquellos años -hablamos de 1937 a 1942, según dice él mismo- seguro que si lo imagina. Peor aún, lo recuerda; porque el hambre y la enfermedad eran moneda común en una España en guerra, o en una España atrapada en medio de una guerra mundial. Acaso el abuelito rojo -viendo el percal de hoy- echa de menos que los presos vivieran mejor que los demás españoles; pero aquél era un Estado serio, muy poco inclinado a favorecer la delincuencia.
Por otra parte, muchos españoles no tenían en aquellos años mas que el santo suelo para dormir. Eso, los que no dormían al raso y en el frente, peligro del que este abuelito cabroncete desertó.
Total, que este individuo salió de la carcel en 1942, habiendo cumplido cinco años de una cadena perpétua conmutada a trabajos forzados, volvió a Riotinto y sacó plaza de jefe de estación -lo que demuestra la implacable persecución sufrida- de donde lo echaron por -dice- declararse culpable de los robos en los vagones que la gente hacía por hambre.
Así es que esta hermanita de la caridad, tan solidario, tras delcararse culpable de robo se fue a Sevilla donde -¡horror!- debía presentarse cada día en el cuartel. Horrorosa represalia, tras desertar, librarse de la cadena perpétua y declararse ladrón.
Y así estuvo hasta nada menos que 1963. Como si se hubiera tratado de cualquier criminal en libertad condicional de hoy día. ¡Horroroso!
Luego -afirma- montó una panadería y llegó a ser uno de los líderes del gremio en Dos Hermanas, cosa que evidencia aún más la tremenda represión sufrida.
Pero, eso sí, el abuelete cabrón afirma sin arrugarse que "Yo fui un esclavo del franquismo."
Venga, abuelete, diga ya cuanto pide y váyase a dormir la siesta.