Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

jueves, 21 de agosto de 2014

SOBRE LA PUJOLERA DEVOLUCIÓN.

O, para que nos entendamos todos, la devolución de la medalla de oro de Barcelona por parte del señor Pujol.
Gesto con el que los múltiples idiotas del politiqueo oceánicamente gilipollas estarán contentos, pero que ya me dirán de qué sirve, salvo para que el ajuntamiento barcelonés tenga un par de onzas de oro en su caja fuerte. O para que a algien se le caigan en el bolsillo, que esto de la ley de la gravedad es lo que tiene.
 
El caso es que esto de retirar condecoraciones y agasajos lo puso muy de moda el señor Rodríguez, tan obsesionado en su lucha antifranquista mientras la economía nacional se iba por el desagüe y España se le deshacía entre las manos. No hubo, durante dos o tres años, ajuntamiento, ciudad, aldea, universidad o grupo de amiguetes que no corrieran a congraciarse con el socialismo rampante retirándole unos honores -a la vista de la gentuza que mangoneaba en tales antros, más que dudosos- al Excelentísimo Sr. D. Francisco Franco Bahamonde, Generalísimo de los Ejércitos y Caudillo de España por la Gracia de Dios.
 
Pero a nadie; a ningún rector comunista y prevaricador; a ningún alcalde de pantalón caído y esfínter complaciente; a ningún paleto cabrón, se le ocurrió siquiera pensar que a Franco se le pudieran revocar los galardones por chorizo.

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