Que casi, más que Maduro, es ya zocato de puro pocho. Me refiero, evidentemente,
al gilipollas llamado Nicolás y apellidado Maduro, sumo bonobo de la querida
Venezuela, y especialista en mirarle los pajaritos al difunto
Chávez.
Este imbécil -mire el diccionario, señor fiscal- exige ahora,
según La
Gaceta, una compensación por los años de esclavitud que sufrieron
cuando eran colonias.
Se comprende que, en su patente limitación
intelectual, don Nicolás no sepa que los indígenas de la América Española jamás
fueron esclavos, y que estuvieron protegidos por las Leyes de Indias. Que, por
supuesto, no siempre se cumplieron, como cualquier otra Ley en cualquier época;
pero que existían, y que prohibían el trabajo obligado para los indios, y que se
les forzara a la conversión al catolicismo, entre otras muchas cosas.
Don
Nicolás tendría que hacer poco más que mirarse al espejo para comprobar que los
indígenas que España -en su nada docta opinión- esclavizó, sobrevivieron
en buenas condiciones, mejoraron su nivel de vida satisfactoriamente, y se
reprodujeron sin cortapisa. Al final, cuando los criollos -que no los indígenas-
decidieron convertirse en los amos de sus cortijos, engendraron algunos seres
despreciables, tarados, bobos grandilocuentes e insulsos, que se convirtieron en
dictadorzuelos de opereta. Eso si, muy bolivarianos, como si eso fuese
decir algo. Y tan socialistas como para conseguir que en sus paraísos no haya
siquiera papel higiénico, y cuando lo hay, cueste más de lo que supondría -véase
La
Gaceta- adecentarse la popa con papel moneda. Vamos, señor Maduro: que los
habitantes de un país tan rico como Venezuela, han llegado al extremo de
limpiarse el culo con sus billetes, y no por desafección al régimen bolivariano,
sino por pura economía.
Llegados a este extremo, parece innecesario
comentar más; pero a uno, en el fondo, le gusta seguirle el juego a esta clase
de tontos, porque dan mucho de si y divierten una jartá.
Por tanto,
podríamos decirle al señor Maduro que cuantificase -a precio actual de mercado-
el importe de las riquezas que -no en su opinión incualificada, sino en la
demostración documental- España tomó de Venezuela. Y luego, que cuantifique
-también en valor actual- el coste de los edificios, caminos, carreteras,
puentes, que todavía gozan ustedes, o que abrieron el camino a construcciones
posteriores. Que cuantificase el coste de las Universidades -edificios y
docentes, y número de alumnos correspondientes a tres siglos-; y lo mismo en
cuanto a las las escuelas donde los niños aprendían a hablar un idioma universal
-sin que nadie les quitara el suyo, que aún hablan- y a escribir. De los
colegios que en la Península recibían a los hijos de los criollos -o sea, de los
ya nacidos en América- que miraban por encima del hombro a los demás y no
querían mezclarse con los indígenas, y que a fin de cuentas fueron los snobs que
acabarían repudiando a España para hacerse los amos.
Que tradujese al
patrón oro -o al patrón dolar, que a fin de cuentas es lo que quiere Maduro- el
coste de la introducción de la agricultura y la ganadería modernas; de la
artesanía y la industria. Cosas todas ellas que quizá los actuales habitantes de
Venezuela no recuerden, porque usted y los pajaritos de Chávez lo han hundido
todo y ya no tienen ni qué comer, pero que los más viejos del lugar -si usted no
los ha matado de hambre o de asco-, sin duda recordarán.
Y, ya que a ello
estamos, que traduzca a moneda de curso legal el coste de la preparación militar
de Simón Bolívar, su alabado -por más que desconocido- Libertador, del que toman
el nombre pero no la vergüenza.
Y después de hacer cuentas, vaya
ingresándonos la diferencia.