Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

domingo, 25 de mayo de 2014

SOBRE LA REFLEXIÓN.

Que no es la electoral porque, a estas alturas, quien aún no sepa qué votar lo lleva crudo. Es más: quien no sepa qué votar desde hace años -casi cuarenta, por señalar- para sacudirse la castuza democáquica, es que realmente la merece.

La reflexión de hoy es -sobre mi alegría como madridista por la décima Copa de Europa del Real Madrid-, el comportamiento de ambos equipos -salvo detalles de nerviosismo, disculpables aunque feos, y sin más consecuencia- y ambas aficiones.

No tengo noticia de que hayan ocurrido incidentes, y de haber existido ya lo hubieran resaltado. Si la tengo, en cambio, de la actitud señorial de jugadores y aficionados del Atlético de Madrid y del Real Madrid. Fue una fiesta madrileña y española.

Desgraciadamente, para que venciera el Real Madrid debía perder el Atlético, y me alegro del triunfo de mi equipo, pero no de la derrota del vecino. Hubiera preferido ganarle la final a cualquier otro club, pero si hubiesen pintado bastos, prefería perder con el Atlético. En fin, que -como ya escribí cuando la final fue contra el Valencia- la alegría de la victoria es menor que si se vence a un extranjero, pero permite demostrar al mundo que el señorío español sigue ahí. Aunque la lo oculte frecuentemente la gentuza que nos parasita y desgobierna desde hace décadas.

Así es que ¡Hala Madrid! y ¡Aúpa Atléti!, y a ver si el año que viene repetimos la final aunque entonces nos la ganéis.


Por cierto: si aún están reflexionando sobre la mascarada electoral, lean un poco más abajo la entrevista a Rafael López-Diéguez.

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