Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

martes, 30 de noviembre de 2010

SOBRE EL PAPEL DEL PCE EN LA GUERRA CIVIL.

Siquiera sea por desengrasar después de debatir sobre temas serios, comentaré uno de los chistes -sin puñetera gracia, pero chistes, porque no se les puede tomar en serio- con que Público -entre otros panfletillos- nos agasaja regularmente.
En este caso, a propósito de un libro de un señor Fernando Hernández que se dice historiador, titulado Guerra o revolución, y que -según el articulista de Público- "desmonta parte de los argumentos incendiarios de las memorias escritas por franquistas y exiliados."
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"La guerra terminó con la división de las izquierdas. Había que echar la culpa a alguien del desastre colectivo. Se produjo cierta unanimidad entre socialistas, anarquistas y parte de los republicanos: la culpa la tuvo el PCE por su afán proselitista, su búsqueda de la hegemonía y su sumisión a intereses foráneos", cuenta Hernández a Público. Y añade: "El franquismo, además de su viejo mensaje anticomunista, no aporta nada nuevo; bebe fundamentalmente de las querellas del exilio"
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Hombre, señor Hernández, el franquismo aportó algo bastante nuevo: la descripción pormenorizada de los crímenes comunistas -los que unos años después los vencedores de la GMII tipificarían como crímenes contra la Humanidad- en la Causa General, cuyo enlace tiene quien guste en la columna lateral.
Evidentemente, señor Hernández, la Causa General no le parecerá digna de tener en cuenta, porque usted es un rojo y lo mira desde su propia subjetividad. Ciertamente, tampoco yo soy objetivo. La diferencia está en que usted pontifica como historiador, y yo no; luego usted engaña a sus posibles lectores, y los míos saben desde ver la cabecera cual es mi opinión.
Partiendo de su evidente rojez, todo se entiende mejor. Y se responde por sí mismo.
Así, dice que el ascenso del PCE empezó a fraguarse tras la fallida revolución asturiana de octubre de 1934, gracias a su campaña por la amnistía de los presos políticos y el apoyo a huérfanos y detenidos. Muy loable la ayuda a huérfanos y detenidos, eso no hay quien lo discuta, o al menos no seré yo quien lo haga, siquiera sea porque también he realizado esas labores -para con los míos, claro está- cuando ha sido menester.
Eso de llamar presos políticos a los de la revolución de octubre, le define. Presos políticos los que dieron un golpe de Estado contra la República; presos políticos los que arrasaron y expoliaron la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo; presos políticos los que asaltaron cuarteles y asesinaron militares, y guardias civiles, y paisanos sin graduación, a mansalva.
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"La mayor controversia giró en torno a la supuesta obediencia ciega del PCE a las órdenes que emitía el padrecito Stalin. En realidad, la cadena de mando no era tan unidireccional como parecía, aunque sólo fuera porque la guerra obligó a tomar decisiones urgentes en clave nacional que escapaban a la lógica de la geopolítica internacional" -explica el señor Hernández.
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De lo cual -a poco que se use la lógica- se deduce que si las decisiones no hubieran sido urgentes, se habría obedecido ciegamente a la URSS.
Despues de otras muchas perlas similares, el señor Hernández se acerca al tema de Paracuellos. Evidentemente, para descargar de responsabilidad a su PCE. Así, dice que la aproximación del enemigo, la intensificación de que la sensación de derrota iría acompañada de una brutal represión, acentuó la ola de terror depurador en la retaguardia.
Terror en la retaguardia que venía de bastante antes, porque los primeros asesinatos de presos -presos políticos, estos sí, puesto que estaban detenidos antes de comenzar la guerra y por sus ideas- sucedieron desde julio, cuando el enemigo aún estaba bastante lejos de Madrid. Pero, como suele decirse, el miedo es libre y cada uno coge cuanto quiere, de forma que los comunistas lo cogieron bien y desde el principio, porque una cosa es asesinar presos indefensos en la cárcel, y otra irse a la sierra a combatir contra los voluntarios navarros de Mola.
"El número de presos fusilados en Torrejón y Paracuellos (incluidos oficiales del ejército nacional) entre el 7 de noviembre y el 4 de diciembre fue de 2.400", asegura el señor Hernández. El resto -hasta las cifras generalmente admitidas en torno a siete mil- fallecieron probablemente de gripe. Y, eso si, se justifica comentando que entre ellos había oficiales del ejército nacional. Cosa imposible, evidentemente, porque los militares que asesinaron en Paracuellos podían ser, todo lo más, de los detenidos en el Cuartel de la Montaña, pero difícilmente del Ejército Nacional, que aún no existía cuando fueron apresados. Para decirse historiador, este señor Hernández es bastante poco preciso.
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"La responsabilidad por las sacas correspondió a un sector neocomunista y otro anarquista de las organizaciones madrileñas. Pero si a ellos compete la ejecución material, la incitación tuvo un origen externo", escribe Hernández.
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Bien, todo dependerá de lo que entienda por neocomunista. ¿Era Carrillo un neocomunista, dada su vinculación a las Juventudes Socialistas Unificadas, a las que vendió al PCE incluso al precio de renegar de su padre, el socialista Wenceslao Carrillo?
En cualquier caso, para los comunistas la culpa siempre es de otro. Por ejemplo, de los anarquistas, tan socorridos a la hora de pagar el pato. Lástima que el propio Público (7-7-2009) escribiera lo siguiente:
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... hay un hecho histórico incontrovertible: el 8 de diciembre de 1936 evitó casi en solitario, como delegado de Prisiones de la República por la CNT, que una turba incontrolada vengara unos bombardeos recientes pasando por las armas a los 1.532 presos, sospechosos de apoyar a los fascistas.
(Habla de Melchor Rodríguez, anarquista en cuyo funeral -en 1972, pleno franquismo- sonó A las barricadas y las autoridades permitieron que se cubriera el féretro con una bandera anarquista).
Véase lo que pasa cuando se miente compulsivamente, señores de Público: que ustedes mismos se contradicen, y resulta fácil, a poco que se tenga algo de archivo, demostrarlo.
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La orden la dieron miembros del comisariado ruso del NKVD, posiblemente sin consultar a Moscú. "No era fácil, en aquella dramática situación en la que se debatía la capital martirizada por los bombardeos, discutir las orientaciones de un camarada que hablaba con la autoridad de su condición de agente soviético".
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Pero ¿no decía antes, señor Hernández, que el PCE no obedecía tanto como se cree a Moscú?
Menos mal que los propios comunistas de la época lo dijeron bien clarito, y así su casi homónimo Jesús Hernández escribió un libro titulado Yo, ministro de Stalin en España; y Enrique Castro otro titulado Hombres made in Moscú, donde se lee lo que sigue:
“-Comienza la masacre... Sin piedad... La Quinta Columna de que habló Mola debe ser destruida antes de que comience a moverse... ¡No te importe equivocarte! Hay veces que uno se encuentra ante veinte personas. Sabe que entre ellas está un traidor, pero no sabe quién es... Entonces surge un problema de conciencia y un problema de partido... ¿Me entiendes?”

¿Lo quiere usted más claro, señor presunto historiador Hernández?
Pues vea en qué quedaba todo el ideal comunista: Valentín González “El Campesino”, que entonces era comunista, relata -Vida y muerte en la URSS- que a su llegada a la patria soviética se encontró allí a su llegada de general invencible, pero derrotado, dos chiquitas jóvenes y estupendas, “encargadas -dice angelicalmente- de jabonarme y atender a mi tocado. Sentía mucho pudor y sonrojo desnudarme ante ellas y utilizar sus servicios.
‘Mi amigo alemán me susurró al oído:
‘-No protestes y sométete a todo; destila comunismo a cada instante, que cada palabra o gesto tuyo será cuidadosamente anotado y transmitido.
‘Había una ‘doncella’ -el entrecomillado es de ‘el Campesino’- también joven, guapa, bien vestida y perfumada para cada refugiado de categoría.
‘No tardé en saber que todas estas muchachas, disfrazadas con el carnet del Konsomol pertenecían en realidad a la NKDV y estaban destinadas a compartir nuestro lecho y a adivinar nuestros pensamientos y a vigilar nuestras acciones. Aquello era una especie de prostitución generalizada al servicio del espionaje comunista.”

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En fin,. señor Hernández, léase usted esos libros, que cuentan las cosas de primera mano y desde su lado. Y, si no los encuentra -porque evidentemente a ustedes, los rojos de la mentira histérica, no les interesa que se conozcan- léa el Diccionario para un Macuto, de Rafael García Serrano, que da cuenta de ellos y de mucho más.

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