Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

martes, 27 de agosto de 2013

SOBRE LA REFORMA DE GALLARDÓN.

Reforma del Código Penal, que al parecer se centra en dar gusto -con perdón- a los fiscales progresistas de los que hablé hace unos días; a los jueces progresistas, a los gilipollas progresistas -disculpen, lo sé, es una tautología- y a los canallas a granel.

El caso es que don Alberto Ruiz Gallardón no se centra en perseguir la corrupción de los partidos políticos, ni de los sindicatos -¿hace falta decir políticos?-, ni de la banca, ni de las autonomías, diputaciones, ayuntamientos, aldeas y retretes con banda de música y banderilla propia. Don Alberto no se centra en que los asesinos cumplan sus penas; en que los delincuentes no puedan salir de la cárcel a delinquir en vacaciones o fines de semana; en que los paidófilos y violadores no puedan repetir sus hazañas durante las décadas que la Ley determine en manera proporcional a sus culpas.

Don Alberto no se centra en penalizar como corresponde la no tenencia de documentación válida de los inmigrantes ilegales; esto es en la misma medida que se penaliza a los autóctonos, para los que no tener el DNI a mano si lo pide la Policía puede ser un lío.

No se centra don Alberto en que los conductores borrachos y con el carnet de conducir retirado que causan muertes, paguen como determine la ley, sin indultos digitales, prevaricadores y, posiblemente, cohechistas.

No se centra don Alberto en garantizar para todos el derecho fundamental de la vida, ni la igualdad ante la Ley con independencia de los órganos genitales que a cada cual correspondan, de forma que si es delito darle una colleja a la mujer, también lo sea mesar los cabellos al marido. 

Y menos aún se centra don Alberto Ruiz Gallardón en defender la libertad de expresión, que consagra el artículo 20 de la Constitución; ese cuyo primer apartado figura en mi cabecera, para advertencia de fiscales, jueces y ministros totalitarios.

No; don Alberto se centra en perseguir la apología del fascismo, el nazismo y -a poco que se le rasque- la Ley de la Gravedad. Así -vean la noticia en Alerta Digital- el señor Ministro Gallardón ha conseguido el apoyo unánime de todos los partidos para que en la reforma del Código Penal -según afirma un barandilla de los fiscales progres-, “la simple manifestación pública de actitudes fascistas tendrá una repercusión penal sobre estos individuos”.

Como los fiscales progres, los jueces progres, los giliprogres en general, no tienen ni idea de nada, carecen de razones y sólo degluten tópicos, está claro que la reforma de Gallardón pretende perseguir -el mismo barandilla de los fiscales progres lo cita- a quien se atreva a ondear la bandera de España que los necios llaman franquista porque lleva el escudo de los Reyes Católicos. O sea, y para entendernos: la misma que aquí, en mi cabecera, pueden ver los lectores, los fiscales giliprogres y el ministro Gallardón. 

Es de suponer que el Ministro Gallardón conocerá muy bien esa bandera, pues a buen seguro en casa de su propio suegro debe haber alguna, si no en presencia viva, en multitud de fotos que José Utrera Molina, falangista que no cambia de bandera y, por tanto, camarada al que respeto y admiro, tendrá como testigos de una vida al servicio de una España mejor. También es de suponer que Gallardón estará pensando en el indulto que habrá de conceder a su hijo, que escribió un prólogo apologético del libro de su citado abuelo.

También permitirá la reforma, por ejemplo, que a quienes gustamos de saludarnos con el brazo en alto y la mano abierta -cosa que viene desde la antigua Roma que nos dejó, entre otras muchas cosas, la Lengua y el Derecho; pero que hay quien afirma que los romanos aprendieron de los hispanos- nos metan un paquete. Cuestión peligrosa, que puede convertir en heroicidad cuestiones tan habituales como saludar a un amigo que camina por la acera contraria -no necesariamente la de en medio-, llamar un taxi o agradecer a otro conductor que nos ceda el paso. 

Por contra el señor Gallardón, los señores fiscales progresistas, los señores jueces progresistas, los señores políticos progresistas, los señores idiotas progresistas, no prevén la menor sanción a quienes se manifiesten con banderas que no sólo lleven un escudo que no es el vigente legalmente -aunque la Constitución si lo tenga como bueno-, sino que son manifiestamente ilegales, inconstitucionales y, si me apuran, prehistóricas, como son las banderas de la Segunda República, tan profusamente exhibidas por comunistas, socialistas, quincemierdas y gorrinos en general. 

Ni que decir tiene, don Alberto y sus congéneres pijoprogres no contemplan punible lo de levantar el puño cerrado, actitud evidentemente amenazadora en toda cultura, todo lugar y todo tiempo, especialmente desde que los seguidores de Carlos Marx lo instituyeron para avisar de lo que le esperaba a quien se opusiera al totalitarismo de los revolucionarios de salón que usaban la canalla -palabras dirigidas por Marx a Engels- para comprobar sus doctrinas.

Y mucho menos se estipula como delito la apología de la guerra santa musulmana, ni las santas costumbres islamistas que predican sus imanes, como lo de sacudir a la coima -con lecciones especiales para que no queden señales-, el asesinato de las muchachitas que pretendan casarse con un no mahometano, o de las que se nieguen a casarse a los diez años con un desconocido.

Tampoco parece interesado el nuevo Código Penal de Gallardón en perseguir la apología de mas genocidio que el de los judíos en la GMII. Así, parecen quedar legalizados los genocidios por razones eugenésicas -los llamados bebés medicamento, por ejemplo, para cuya consecución deben morir muchos embriones viables hasta hallar el que sirva-; por razones hembristas -nosotras parimos, nosotras decidimos; y al hijo de este señor que me fecundó que me lo quiten de dentro, que me estorba-; o por razón del odio a los diferentes -niños con enfermedades-. 

¿Puede desprenderse de esta reforma gallardoniana que entramos decididamente en el camino del totalitarismo marxista, con unas gotitas de islamismo? 

Pues no; si miramos los detalles de la reforma del Código Penal de don Alberto Ruiz Gallardón, aún podemos tener esperanzas. Porque incluye a los que “fomenten, promuevan o inciten directa o indirectamente” al odio por motivos ideológicos, racistas, de religión u orientación sexual, entre otros.

Esto, con la letra del Código en la mano, implica que a los señores fiscales progresistas les esperan de uno a tres años de cárcel si me vienen a tocar las narices por mi ideología Nacionalsindicalista; que a los simpáticos inmigrantes de color -negro- les caerán de uno a tres años si nos vienen a jorobar a los blancos; que los amables musulmanes verán varios años las hermosas filigranas de las rejas si nos dan la murga con sus comidas especiales en los centros públicos -hospitales, colegios, cárceles-; que los homosexuales de los tres sexos se las entenderán con la ley si nos exhiben sus gustos por las calles...

Es más: significa que los blancos, católicos y heterosexuales tendremos, por fin, la protección que la Ley -o al menos su práctica- nos ha negado desde hace décadas.

Y no; no estoy borracho. Para tajada aparente -entiéndame bien, señor fiscal: apariencia de tajada- la del señor Gallardón en cierta ocasión inmortalizada en la tele, que pueden ustedes contemplar pulsando sobre la imagen o siguiendo este enlace.

Así es como se hacen las reformas legales en esta memocracia.

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